17/05/2024

Tan enamorado de la NFL como el primer día, o incluso más

Lunes 22 de Junio del 2015

Tan enamorado de la NFL como el primer día, o incluso más

Hablar sobre conmociones cerebrales, el bajo nivel de los quarterbacks que llegan desde la universidad, polémicas institucionales, Goodell y demás temas verrugosos, no es malo.

Hablar sobre conmociones cerebrales, el bajo nivel de los quarterbacks que llegan desde la universidad, polémicas institucionales, Goodell y demás temas verrugosos, no es malo.

El pasado miércoles, tras la grabación de nuestro podcast, Pepe me decía preocupado que tal vez deberíamos dejar de tratar temas negativos. Que eso podía echar para atrás a los oyentes, que descargan nuestro programa para divertirse, y tal vez terminan amargados cuando empezamos a hablar sobre conmociones cerebrales, el bajo nivel de los quarterbacks que llegan desde la universidad, polémicas institucionales, Goodell...

La reflexión me dejó un poco tocado y he estado estos días dándole vueltas al asunto. ¿Estamos perdiendo el amor por la NFL? ¿Nos hemos convertido en unos gruñones que no ven más que lo malo y han dejado de disfrutar de lo bueno?

Creo que mi relación, la de Pepe, o la de cualquiera de vosotros con la NFL es una relación de amor. Con todo lo que eso conlleva. Porque de alguna manera es una relación tan íntima, tan física, como la que puede sentir cualquiera por su pareja. Leyendo los siguientes párrafos creo que me vais a entender.

El amor por la NFL, como cualquier otro, comienza con una simple palabra: curiosidad. Alguien nos la presenta, la conocemos haciendo zapping, o de pronto, un día sin otra cosa que hacer, nos quedamos en ese canal que nunca nos había interesado, donde dos grupos de gigantes se alinean para terminar amontonados en una amalgama incomprensible de cascos y músculos. Esa fase de curiosidad la sienten cientos de personas, miles, aunque la gran mayoría no llega a superarla. Suele ser una etapa relativamente larga, casi perezosa, en la que poco a poco, sin darnos ni cuenta, empezamos a revisar qué partidos llegan más tarde, a aprendernos los nombres de algunos jugadores, incluso comentamos lo que hemos visto a nuestros amigos y tenemos cierto interés por volver a concertar otra cita el siguiente fin de semana. La curiosidad poco a poco va mutando hacia el interés auténtico.

Pero ese interés puede dar paso a un grado más peligroso. Un nivel que algunos consideran ya amor, pero que aún no lo es por mucho que lo parezca. Es el peligroso trance de la obsesión. Los más jóvenes quizá no sabéis de lo que hablo, aunque incluso los más pequeños pueden sentir un amor infantil. Yo, al menos, tuve una experiencia así que os conté hace ya algún tiempo en un artículo que titulé ‘TO y mi primer palote’.

La obsesión nubla nuestros sentidos y nos deja indefensos y sin demasiada capacidad de análisis. Llega de forma inesperada y, de pronto, la NFL nos estalla en la cabeza como una explosión de fuegos artificiales. Todo es perfecto. No existen los defectos y no consentimos que nadie pretenda enseñárnoslos. Cualquier deficiencia es dada la vuelta para convertirla en virtud. El vaso siempre está medio lleno como poco. Música de campanillas, estrellitas en el cielo… Y nos aprendemos plantillas de memoria, estudiamos la historia, analizamos el draft, seguimos cada movimiento, cada renovación de contrato, cada suceso. Devoramos análisis y despreciamos la anécdota. NFL en vena y en su máxima pureza. No hay nadie más fanático que el converso.

Ya estamos en el punto más alto. Con todos los instintos a flor de piel y la sensación de que hemos descubierto la pasión de nuestra vida. Sin entender que el resto no haya llegado a la misma conclusión que nosotros. El amor verdadero. Un sueño dentro de otro sueño como decía el cura de ‘La Princesa Prometida’.

Entonces llega el momento Miguel Gila. Los más jóvenes quizá no conozcáis al mejor monologuista de la historia de España. El tipo que llamaba por teléfono al enemigo para ver si le venía bien un bombardeo. En uno de sus mejores diálogos imaginarios, decía que su novia tenía un precioso lunar… que tras varios años de matrimonio se había transmutado en una horrible verruga.

A partir del “sí quiero” a la NFL, llega el día a día con todas sus cosas, sus tazas del baño abiertas, sus calzoncillos o bragas tirados en cualquier sitio, sus pelos en el lavabo, su cesta de planchar llena y su fregadero rebosante. Y no hablemos de los niños, una bendición que termina con los viajecitos de amor, las escapadas improvisadas y las guarrerías encima de la mesa del salón. Porque uno llega a la NFL para divertirse, pero con los años la relación es mucho más intima, casi un matrimonio. A partir de ese día el amor no fluye como un río, sino que es un jardín que cuesta mantener florido y que hay que regar todos los días. Que las piedras en el camino se pueden retirar, pero casi nunca se olvidan.

Al final, el amor por la NFL, como cualquier otro, es un objeto extremadamente frágil que debe ser salvado in extremis cada día. Con pequeños detalles y con esfuerzo. Porque amar de verdad lleva trabajo. Y mucho. Lo de la verruga no es ninguna mala broma de Gila y con el tiempo vamos descubriendo que el objeto de nuestro amor no es perfecto, sino que también tiene sus ‘cosas’. Y que en la convivencia esas ‘cosas’ cada día se hacen más grandes a nuestros ojos. Por eso el amor a esas alturas es mucho más profundo, más sincero. Auténtico. Ahí sí que es amor con las virtudes y defectos. Un amor en el que cada día sacamos la balanza y descubrimos que lo que recibimos es mucho más que lo que damos.

Yo estoy tan enamorado de la NFL como el primer día, o incluso más. Cada domingo de la temporada me sigo quedando como un tonto en el salón, embobado por haber tenido tanta suerte de encontrar un deporte que llene tanto mi vida.

Pero soy consciente de que tiene verrugas donde hace años creía que había lunares. Y como en mi relación hay confianza, no temo decirlo cara a cara, con todo el cariño del mundo, en un intento infructuoso por que el objeto de mis amores cambie en lo malo, algo que nunca sucede y que, aunque no me guste, soy capaz de soportar.

Así que, después de darle muchas vueltas, voy a decirle a Pepe que hablar sobre conmociones cerebrales, el bajo nivel de los quarterbacks que llegan desde la universidad, polémicas institucionales, Goodell y demás temas verrugosos, no es malo. Es fruto de madurez y salud en una relación. Y si alguien no lo comprende, solo tiene que esperar unos añitos para entender lo que le digo.

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