06/05/2024

Ricardo Vasconcellos Rosado: Nosotros sonreímos con Ecuador, pero el fútbol está triste

Domingo 15 de Noviembre del 2020

Ricardo Vasconcellos Rosado: Nosotros sonreímos con Ecuador, pero el fútbol está triste

Sonreímos gracias a Alfaro y los jóvenes que mantienen a la Tri con aspiraciones intactas; mientras, el arbitraje de Raphael Claus deja una mueca en Sudamérica.

Sonreímos gracias a Alfaro y los jóvenes que mantienen a la Tri con aspiraciones intactas; mientras, el arbitraje de Raphael Claus deja una mueca en Sudamérica.

Qué aceptable arranque el de nuestra Selección en estas eliminatorias para Catar 2022. ¿Sorprendente? Sí, porque después de todos los desastres cometidos por la Federación Ecuatoriana de Fútbol, de los disparates de Jordi Cruyff y la armada española, del frustrado ingreso a la modernización empresarial y al gran negocio futbolero, la búsqueda infructuosa y a la carrera de un técnico que quisiera tapar el hoyo cavado por la inoperancia y la frivolidad, en la misma semana del arranque de la eliminatoria la Ecuafútbol encontró un voluntario desempleado que aceptó el riesgoso desafío.

El personaje que firmó el contrato para dirigir a Ecuador fue presentado el 31 de agosto. Acababa de conocer una hora antes a los dirigentes, no sabía nada de los jugadores que iba a dirigir ni el medio en que iba a cumplir su compromiso, no es el mismo que vimos al pasado jueves en el borde del campo. Como seguidores del fútbol sabíamos quién era el arrojado e intrépido profesional que aceptaba tan enorme riesgo en condiciones tan precarias. Gustavo Alfaro es un técnico serio y honesto. De charla amena y seductora al que hemos visto desde mucho tiempo atrás en una docena de entrevistas, sobre todo cuando dirigía al modesto Arsenal, al que llevó a ganar la Copa Sudamericana en 2007, tiene una etiqueta de la que no ha podido desprenderse hasta días antes: como DT que privilegia lo defensivo y sus equipos se atreven poco en el campo rival. Su última experiencia en Boca Juniors, entre 2018 y 2019, no le fue grata porque si bien algunos números lo reivindicaban, el cartabón de ultradefensivo que iba a contramano de la historia xeneize lo enemistó con la rugiente hinchada azul y oro y provocó que no le renovaran el contrato.

Toda esa historia podría quedar desvirtuada con la Selección que ha ganado dos de sus tres partidos y marcha optimista en la senda hacia el Mundial 2022. Es muy temprano para conclusiones definitivas; no hay que lanzarse a la pileta del optimismo desenfrenado sin saber nadar y sin flotadores. ¿Recuerdan lo que pasó con el ‘sabio’ inigualado de Gustavo Quinteros en el 2015? Íbamos por las paralelas a gran velocidad y ya veíamos en el horizonte la Plaza Roja, el Kremlin y la catedral de San Basilio, cuando estalló una tempestad que nos cubrió de sombras. Quinteros era un dogmático narcisista, incapaz de autocrítica. Mal educado e insolente calificó de imbéciles a los que advertimos la tormenta. El ambiente de vestuario despedía malos olores, pero los dirigentes de la FEF creyeron que había que taparse las narices y seguir adelante. El ambiente se disiparía y su excursión a Rusia estaría a salvo. Para eso contaban con el escudo de periodistas invitados, contratistas de documentales (Brasil 2014) que nadie vio después y los infaltables invitados. Hasta que llegó la bochornosa realidad de la eliminación.

Alfaro no es –hasta hoy– sectario como el insensato Quinteros ni superficial como el cumbiambero Bolillo Gómez que tantas viudas dejara en nuestro medio. Su ideario futbolístico ha resultado adaptable a las circunstancias del juego y a las características de su plantel. Del planteo receloso ante Argentina, muy propio de sus antecedentes como entrenador, pasó a ser ante Uruguay un conductor audaz, flexible tácticamente y claramente ofensivo. Era lo lógico como local, nos dijimos.

Ante Bolivia surgió la duda si la Selección volvería a ser cautelosa. La realidad borró cualquier aprensión. Alfaro decidió alinear a un conductor, un manejador de las líneas del equipo como Junior Sornoza. Presumimos que la idea era tener el balón el mayor tiempo posible y aprovechar los pases en profundidad del número 10. Una revelación en un mundo en que casi todos los técnicos afirman que ya no es necesario el que fuera un día la figura del equipo. Los sabios de veinte años que abundan en el ‘moderno’ periodismo apoyan esta teoría. Tachan de inútiles y extemporáneos a Gerson, a Bochini, al Beto Alonso, a Platiní, Valderrama. Lo extraño es que cuando en el equipo rival aparece uno de estos genios, los DT mandan dos de sus hombres a hacerle marca personal. Sornoza cumplió con jugadas que debieron terminar en gol. Espléndidas habilitaciones que no fructificaron por malas decisiones de Ángel Mena y Michael Estrada. Lástima su intermitencia que obligó al cambio. Las sustituciones se justificaron con Gonzalo Plata y Allan Franco. Mena fue un aporte superior por toda su jornada y el gol que logró. Quedó debiendo toda la defensa.

El delantero Arce quedó liberado por la desatención de Arboleda y la mala elección de Gruezo que fue al piso a destiempo. Si llegaba, era penal seguro. Arreaga alterna buenas y malas que terminan en gol. Así pasó con Uruguay y en el segundo gol de Bolivia. Mucha atención deberá poner Alfaro con una zaga que pierde en todos los cabezazos. En fin, una victoria que nos pone en carrera. Ahora viene Colombia, que es siempre complicada.

¿Por qué el fútbol terminó triste en la tercera jornada de la eliminatoria? Por todo lo que vimos en el encuentro entre Argentina y Paraguay. A diferencia de lo que ocurrió entre Ecuador y Bolivia, un partido de absoluta limpieza y corrección, el siguiente juego fue una vergüenza. El árbitro brasileño Raphael Claus representó todo lo que no quisiéramos ver en el fútbol. Su actuación tuvo dos momentos execrables y otros muchos que pueden reprocharse. En el primero, el paraguayo Ángel Romero lanzó un caballazo contra el argentino Exequiel Palacios cuando este había cabeceado el balón y se hallaba de espaldas.

Fue una acción brutal, con evidente intención de dañar a su adversario. Claus no se dio por entendido, nunca consultó el VAR dada la gravedad de los gestos de Palacios y ni siquiera sacó una tarjeta amarilla. El argentino terminó en un hospital con un diagnóstico de posible fractura de vértebras. Romero es un díscolo jugador que hace pocos días fracturó el peroné de un compañero suyo en una práctica de San Lorenzo.

Lo que ocurrió luego fue asombroso. Una falta evidente del lateral argentino González sobre Romero fue ignorada por Claus y el juez de línea que se hallaban a dos metros. La jugada continuó, el balón fue y volvió en una docena de pases y terminó en gol de Lionel Messi. Insólitamente, el juez decidió volver al inicio de la acción que había ignorado y consultó el VAR para anular la anotación que daba la victoria a la Albiceleste. El VAR se instituyó, supuestamente, para eliminar las decisiones controversiales e injustas. La manera como se lo está aplicando en Sudamérica, con opiniones absurdas y discrepantes entre sí, en lugar de hacer más justo y equilibrado el juego le está restando emociones y lo desprestigia. Además le añade sospechas a las que ya existían. O los dirigentes y árbitros uniforman sus decisiones o lo suprimimos y volvemos a como era antes. Raphael Claus dejó en el fútbol una mueca triste con su deplorable conducta.

Nosotros sonreímos gracias a Alfaro y los jóvenes que mantienen a Ecuador con aspiraciones intactas, mientras el fútbol en el resto de Sudamérica muestra una mueca de rebelión y desconfianza. Ojalá no seamos mañana víctimas de un árbitro Claus cualquiera y de un VAR ya comprado. (O)

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