06/05/2024

Mario Canessa: Garrincha, el mejor número 7 de la historia

Domingo 17 de Junio del 2018

Mario Canessa: Garrincha, el mejor número 7 de la historia

Ante Barcelona, en el Modelo, Garrincha dio la exhibición de fútbol más espectacular que yo haya visto. Los guayaquileños presenciamos la magia del fantasista más grande que el balompié haya parido.

Ante Barcelona, en el Modelo, Garrincha dio la exhibición de fútbol más espectacular que yo haya visto. Los guayaquileños presenciamos la magia del fantasista más grande que el balompié haya parido.

Todos los campeonatos mundiales han dejado para el recuerdo grandes jugadores que registraron su nombre como referentes históricos, pero además obtuvieron el aval para ser recordados como los mejores futbolistas de todos los tiempos y hoy quiero referirme a Manuel Francisco dos Santos, Garrincha. En Brasil, su país de nacimiento, Mané como también se lo conocía por el apócope portugués de su nombre, se disputa la popularidad con O Rey Pelé. Ambos de origen humilde, llegaron a la fama por el amor apasionado de los hinchas brasileños.

A Garrincha lo denominaban la Alegria do Povo (la Alegría del Pueblo) y es el mejor regateador de la historia. Fue un milagro que jugara fútbol si se conoce que tenía los pies girados 80 grados hacia adentro y la pierna derecha 6 centímetros más corta que la izquierda. Y si eso fuese poca cosa, tenía la columna vertebral torcida. Los periodistas brasileños decían que esa deformación física le permitía confundir a sus rivales en el momento de iniciar el amague.

En las décadas de los años 50 y 60 Garrincha lució el número 7 con toda la brillantez de su fútbol, sobre todo, con las camisetas de Botafogo y la Auriverde, con la que fue campeón mundial en Suecia 1958 y Chile 1962, en donde fue elegido el mejor jugador de esa Copa del Mundo.

A Garrincha lo identificaron como un hombre sin muchos recursos intelectuales y poco preparado, pero el pueblo que lo amaba decía que ellos no necesitan de palabras ni discursos bonitos, sino de disfrutar viéndolo y en dar felicidad a su hinchada era todo un experto.

Existen muchas anécdotas que demuestran que su coeficiente intelectual era bajo y lamentablemente se recalca que era un hombre limitado, pero fue un jugador tan brillante que alguna vez un narrador en el mundial chileno lo declaró “genio”. Y puedo decirles que tuve la suerte de verlo y comprobar que sí lo era, porque Garrincha podía estar desconectado del mundo externo, pero estaba genialmente conectado con su habilidad que no tenía reglas determinadas, pero tenía inspiración infinita.

Cuando fue seleccionado para 1958 hubo gran resistencia porque había un trauma por la desgracia del Mundial 1950, cuando Uruguay hizo vivir a Brasil el famoso Maracanazo. También por lo ocurrido en 1954, cuando en un partido con Hungría, en cuartos de final, perdieron y protagonizaron la llamada Batalla en Berna. Fue una trifulca de grandes proporciones, con gresca incluida en el camerino húngaro entre botellazos, escupitajos, golpes, zapatazos. Duró 20 minutos, hasta que llegó la policía suiza para sofocar la vergonzosa y criticada reacción brasileña ante la nueva eliminación.

Con estos antecedentes, la prensa exigió a la Confederación Brasileña de Deportes que buscara psicólogos que analicen a los jugadores antes de ir a Suecia, la CBD (luego nombrada Confederación Brasileña de Fútbol) escogió a científicos que diagnosticaron que muchos jugadores no tenían preparación emocional y que sufrían de temor reverencial y que varios futbolistas podían sufrir del síndrome de ‘perro callejero’, o sea que no les importaban las consecuencias de sus actos.

En las conclusiones se decía que Edson Arantes do Nascimento, Pelé, con apenas 17 años, “era un adolescente inmaduro y carente del espíritu de lucha necesario”. Y de Garrincha, que sufría de “deficiencia mental, indisciplinado e irresponsable”, por lo que era recomendable no incluirlos en la lista definitiva para ir a Suecia. Al conocer aquello sus compañeros, comandados por Nilton Santos y Didí (que además jugaban con él en Botafogo), amenazaron con una huelga a la CBD si hacía caso al estudio psicológico. La fuerza del pedido hizo que se archivaran todos los documentos y que el DT Vicente Feola los citara de inmediato. Y ya todos sabemos que Pelé y Garrincha fueron vitales en la conquista de la primera copa mundial para Brasil.

Charlando con Vicente Lecaro –para mi criterio el mejor defensa central del fútbol nacional de todos los tiempos– sobre los grandes delanteros que tuvo que marcar me confesó que Pelé era como una roca de granito, que era fuerte y que giraba rapidísimo. Y que Pelé tenía una velocidad de atleta corredores de los 100 metros. Nos asegura que Eusebio era un maestro, que Alfredo Di Stéfano era una saeta que corría con la pelota en los pies como si fuese parte de su zapato. El Ministro conversa que aunque no le tocó marcar en el uno a uno a Garrincha (en un amistoso con Botafogo), pero que el pobre Luciano Macías tuvo una pesadilla porque Lecaro le decía: “¡Márcalo, márcalo!” y el Pollo contestaba: “Esto sí que es jodido, compadre”.

Y tenía razón el Pollo Macías porque reconocen futbolistas que enfrentaron a Garrincha que el error era ver la pelota, porque se perdía con sus movimientos. La solución era verle el cuerpo y no el balón. Si no preguntémosle a Reeves Patterson, espigado volante defensivo que quedó descuajeringado en el césped después de una finta del brasileño cuando Barcelona de Guayaquil enfrentó el 16 de enero de 1963, en el estadio Modelo, ante 35.000 espectadores, al Botafogo. Ese día Garrincha brindó la exhibición de fútbol más espectacular que yo haya visto. Esa noche los aficionados guayaquileños pudimos presenciar la magia del fantasista más grande que el balompié haya parido.

“El negro patizambo lo había burlado toda la tarde con la misma jugada. De afuera se escuchaba un grito: “¡Espéralo!”. Y el defensa lo esperaba, pero el patizambo lo seguía engañando con la misma jugada y luego fue un coro que se oía: “¡Espéralo!”. Esa era la hinchada y él continuaba esperándolo y el patizambo se la volvía a hacer. Al final del encuentro escucho un potente gritazo: ¡Por qué no esperaste al negro, la c... de tu madre!”. Fue el colérico desahogo del entrenador; el defensa no tuvo respuesta. Frente a él pasó cansinamente Garrincha, exhalando saliva de ganador, eludiendo con las piernas torcidas a sus propias sombras (Reinaldo Marchant, en su libro El ángel de las piernas torcidas).

Mané Garrincha luego se enfermó por la bebida. Mientras tenía aplausos todos los domingos le sobraron las hermosas mujeres que se encargaron de dejarlo sin un solo centavo. Sus últimos años más se lo veía en las cantinas. Lo contrataban para los carnavales de Río para que lo volvieran a aplaudir y el genio, con la mirada perdida, saludaba por instinto, mientras dos hombres lo sostenían para que su humanidad no se cayera.

Sus últimos años se pasó de hospital en hospital en cura de desintoxicación, hasta que el 20 de enero de 1983 amaneció muerto con un hematoma en un ojo. Desplomado en su humilde vivienda, la autopsia determinó que el alcoholismo crónico le produjo a Garrincha congestión pulmonar, cirrosis hepática y pancreatitis. A la muerte no la pudo gambetear.

Con apenas 49 años murió Garrincha. Al sepelio de la Alegria do Povo llegó el poeta Vinicio de Moraes a declamarle un célebre soneto: “A un pase de Didí, Garrincha avanza con el cuero a los pies, el ojo atento, dribla una vez, y dos, luego descansa cual si midiera el riesgo del momento”.

Amén. (O)

Con apenas 49 años murió Garrincha, en 1983. El alcoholismo crónico le produjo congestión pulmonar, cirrosis hepática y pancreatitis. A la muerte no la pudo gambetear.

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