Brasil le dio posada a la Sele hace cuatro años y la atrapó en una burbuja de recuerdos, sonrisas y la mejor gesta de la historia en la retina. Costa Rica siguió viviendo en Brasil hasta ayer, cuando Coutinho se encargó de sellarle el boleto de regreso a tierra con un agónico gol al minuto 90. Ganó el mejor, sí.

Como también fue mejor Holanda, pero el sentimiento ahora es otro. Cuatro años después, con la misma base del equipo que consiguió la hazaña y una estructura defensiva tan similar a la de aquel Mundial, la Nacional perdió con dignidad.

Esta vez, sin embargro, el sabor de boca es otro. Golpea y calienta la sangre como un trago de vodka. Perder dos veces seguidas, tropezar cuando el adversario parece acabado y solo falta el toque de gracia que materialice la hombrada. Estuvo a punto la Tricolor. ¿Qué pasó?

En cuatro años pasó mucho y en 90 minutos también. Costa Rica se defendió con maestría. No cedió espacios. Por lapsos, bloqueó las asociaciones de Brasil y, cuando fue necesario (en nueve ocasiones), Keylor Navas voló de palo a palo.

La Nacional se sigue defendiendo bien. Con Giancarlo González, Óscar Duarte y Johnny Acosta coordinados, sin dejar espacios entre líneas y un bloque sólido, que limita al máximo las virtudes de su adversario.

Sucedieron dos cosas esta vez que hace cuatro años no pasaron: el equipo no definió con la certeza de antes y el mediocampo no carburó nunca. La Mayor visitó Rusia sin un eje de creación capaz de ser peligroso en la contra.

A Óscar Ramírez le faltó imaginación táctica y recursos individuales. La Sele solo creó una ocasión clara de gol. Fue de Celso Borges, quien al entrar al área recibió un pase rastrero de Christian Gamboa. Remató suave y desviado. Falló el volante.

Serbia recibió dos sustos. Dos cabezazos de Giancarlo González. Y listo. Costa Rica se replegó con orden, pero denotó una deficiencia total para pisar el área. Le costó tanto contragolpear que se limitó a defender, lo que mejor sabe hacer.

De la faceta defensiva hay poco que criticar. Del funcionamiento de ataque, se percibieron dos cosas. Ni hubo variables en el libreto para ejecutar transiciones solventes de defensa a ataque, ni los volantes llegaron en su mejor momento.

No fue el Bryan Ruiz de hace cuatro años. Ni el Celso Borges, ni el Christian Bolaños, ni el Joel Campbell. Todos fueron y todos corrieron mucho, pero ninguno pesó igual en la generación de peligro, tan escasa en Costa Rica.

No fue falta de actitud, según lo demuestran las estadísticas. Costa Rica corrió más que Brasil. Se ajustó la faja, peleó y soportó hasta el peor vendaval, el de los primeros cinco minutos del segundo tiempo, cuando la Canarinha penetró la zaga sin piedad.

Machillo explica lo sucedido entre un mundial y otro con una frase: “La diferencia fue que no anotamos las que generamos”.

El argumento se limita a que Costa Rica no definió las pocas que creó en este Mundial, cosa que sí logró ante Uruguay, Italia y Grecia.

Lo cierto es que la Nacional resintió el bajo desempeño de sus volantes y hombres de ofensiva para la generación de juego, como también pecó de predecible en el librillo y, evidentemente, no tiene respuesta cuando está contra las cuerdas.

Machillo se niega a salirse de su plan de juego.

Frente a Brasil no hizo un solo remate directo; solo disparó por fuera tres veces.

Después de la caída, el técnico reflexiona sobre esta limitación y la reconoce.

“No pudimos estar atinados con la pelota”, apuntó, con ojos caídos y algo dolido.