06/05/2024

Mario Canessa: La simulación en el fútbol, un pecado capital

Sábado 31 de Agosto del 2019

Mario Canessa: La simulación en el fútbol, un pecado capital

De acuerdo a estadísticas, se estima que la estrategia del engaño llega a más de 50 casos en un partido del fútbol ecuatoriano.

De acuerdo a estadísticas, se estima que la estrategia del engaño llega a más de 50 casos en un partido del fútbol ecuatoriano.

Existen ponencias, discutidas en foros, sobre cómo el fútbol ha cambiado y cuánto más podrá cambiar. En todas aquellas interlocuciones el denominador común es que el fútbol, en su esencia primigenia, se ha modificado y que el factor negocio lo arrolló sustancialmente. El espíritu del fenómeno social que es hoy se debe a la vertiginosidad empresarial redituable en millones de dólares; por eso me permito afirmar que la dimensión social de este deporte y su permanente progresión no tiene que ver con la calidad, sino con la cantidad, porque así lo ha recomendado la mercadotecnia deportiva, que justifica  el concepto de modernización del balompié. 

No es solo lo que se pueda ofrecer dentro del campo entre 22 jugadores en 90 minutos, eso es el pasado. La globalización ha creado una burbuja que aunque luce imponente nos desvía de la esencia del fútbol. La mercadotécnica en este deporte tiene un poder insospechado; por ejemplo, sugerir a los directores deportivos de los equipos los colores o diseños de las camisetas, considerando el perfil del consumidor, o que es propicio contratar jugadores del mercado futbolero de Asia porque ello permitiría la suscripción de 5 millones de clientes, o los diferentes formatos de transmisión de los partidos, donde participen esas promovidas figuras del fútbol asiático. 

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El periodista Xavier Balleste Buxo, analizando la incorporación de James Rodríguez al Real Madrid, escribió: “Esa contratación fue un verdadero ‘boom’ en Colombia y las ventas por la camiseta blanca se fueron a  las nubes, al igual que los derechos televisivos de la liga española en Colombia”. Y terminó así: "¿Se han fijado que estamos hablando del fútbol sin hablar de fútbol?". Y mucha razón tiene porque el fútbol cada vez más será un espectáculo en medio de una danza de millones de dólares. Y eso es indiscutible. 

Es posible que en esos países de economías sólidas, de estructuras institucionales probadas, con asistencias multitudinarias a los escenarios deportivos, se puedan dar el lujo de priorizar el espectáculo en sí, porque el aficionado ha entendido que en esta carrera incontenible y las preferencias en el hábito de consumo, termina utilizando el fútbol la fórmula del gana-gana. Se crean sociedades competitivas que piensan que ganando todos la vida es más sabrosa y efectiva. Pero en países como el nuestro se lucha con el estigma de países subdesarrollados o del Tercer Mundo o para consolarnos en vías de desarrollo. 

No podemos llegar a esos estamentos exclusivos, propios de esas sociedades del primer mundo. El pecado nuestro es que por afán o por ínfulas aceleramos los procesos que se requieren para llegar a ser un verdadero espectáculo, con sus pecados, pero con algunos réditos materiales y mundanos. 

La solución es dar prioridad a las debilidades básicas que afectan a nuestro fútbol y algunos de ellos lo analicé en una columna anterior que la titulé: ‘La doctrina del fútbol y sus conspiradores’. En ella puntualicé cuáles son los factores vulnerables que no permiten el desarrollo de nuestro fútbol, como la institucionalidad de los clubes y la posibilidad de que sean sociedades anónimas, el profesionalismo y la cultura del futbolista ecuatoriano. 

También incluía el análisis y la autocrítica de los medios de comunicación, pero hoy es necesario agregar uno más, que afecta al espectáculo y que perjudica directamente al aficionado que asiste al escenario deportivo, o que sigue las transmisiones: son las simulaciones en un partido de fútbol, tema que no es menor y que pocas veces es tratado en nuestro país. 

Me refiero a las actuaciones groseras, vulgares, estentóreas de los jugadores, con base en la experticia de simular, que consiguen defraudar a través de engaño, el derecho que tiene el espectador que paga su entrada o la suscripción. 

La FIFA, en 1999, lanzó una campaña mundial contra las simulaciones, la trampa y el engaño, exigiendo a los árbitros la máxima severidad para castigar esos comportamientos. Creo que quedó en simple campaña porque al menos en el fútbol de nuestro país, y en muchos más, esta costumbre de la simulación cada vez toma más cuerpo sin que nadie diga nada. 

De acuerdo a estadísticas, se estima que la estrategia del engaño llega a más de 50 casos en un partido del fútbol ecuatoriano. De por sí es una cifra alta que termina siendo una gran estafa y nadie nos puede defender de semejante atraco, a vista y paciencia de miles y miles de testigos. 

En el mundo del fútbol de hoy hay connotados y famosos exponentes de la simulación, tal es el caso de Neymar. Con solo leer las estadísticas presentadas por Radio Televisión Pública, de Suiza, se nos demuestra que el astro brasileño pasó acostado en el césped 13 minutos y 50 segundos, simulando agresiones en los cuatro partidos de su selección  en el Mundial de Rusia 2018. 

El holandés Arjen Robben, también reconocido por su caída fulminante en el área ante México, sin que nadie lo toque, obtuvo un penal que le dio la clasificación a cuartos de final a su país en el Mundial 2014. 

En nuestro campeonato abundan los especialistas, los expertos simuladores, que retorcidos por dolencias inexistentes, al estilo de Sylvester Stallone cuando lo hieren en una película, generan un drama que ya a nosotros, consumidores del fútbol, nos causa hasta gracia por la exageración. Pero también incomodidad por el desparpajo de la actuación y la reiteración de la simulación  ha generado un rechazo que debería ser atendido por las autoridades (los que tratan de que el espectáculo invoque al aficionado ecuatoriano a regresar a los estadios). 

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El daño al fútbol que producen esas vulgares actuaciones dramáticas es inmenso. Al final lo que consiguen es engañar al árbitro, al resultado, a la afición que puede ser perjudicada, al periodismo, al espectador sobre todo; en fin, hiere al balompié. Y si esas son las principales consecuencias, ¿por qué no actuar urgentemente para perseguirlas, con la severidad del caso? 

En el fútbol inglés hay casos ejemplarizadores. Incluso la propia afición del club beneficiado por una simulación de un jugador ha rechazado con silbatinas y abucheos al que se permitió engañarlos. Existen otros países, como Colombia, que reaccionan y  permiten la atribución a la Comisión Disciplinaria de su Federación para que pueda analizar los videos de los partidos posteriormente, y si encuentra que es evidente el suceso fraudulento por simulación, sanciona  los hechos, así no estén consignados en el acta arbitral del partido. 

Ya existen legislaciones que contemplan que el futbolista que induzca maliciosamente al árbitro a error o confusión, simulando haber sido objeto de falta o sufrido daño o lesión, en notoria contravención de sus reglas, será suspendido de acuerdo al criterio del organismo sancionador.  Sacar provecho de una acción antideportiva no es un tema menor. En el fútbol ecuatoriano hay que prestarle atención; es urgente detener la simulación por el bien del espectador, hasta que el entendimiento del error exista por parte del futbolista. 

Para evitar el acto fraudulento de la simulación es indispensable buscar la solución en normas punitivas. Que la comisión creada para el efecto tenga la capacidad de aplicar penas pospartido y no seguir siendo indiferentes o que se controle el mal solo porque el árbitro puede mostrar tarjeta amarilla. Solo así se conseguirá que se respete al aficionado. Si realmente se quiere que el fútbol nacional recupere la fe que poco ha perdido, es urgente extirpar el terrible mal de la simulación, que es parte de esa conspiración que los propios actores (jugadores) hacen al espectáculo. (O)

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