06/05/2024

Mario Canessa: El otro yo de Diego Maradona

Sábado 08 de Febrero del 2020

Mario Canessa: El otro yo de Diego Maradona

El argentino Maradona es un personaje identificado plenamente con la idolatría popular, alentada por un fanatismo (...)

El argentino Maradona es un personaje identificado plenamente con la idolatría popular, alentada por un fanatismo (...)

Diego Armando Maradona fue un virtuoso del fútbol. Era capaz, con su genial zurda, de hacer lo que le venía en gana. Sabía de memoria todo lo que está en los manuales del volante ofensivo y del delantero. Fue un autodidacta con unas piernas bendecidas y hacía en la cancha magia, ante el asombro de los espectadores. En Nápoles solo el culto a la Madonna de Constantinopla y a san Paolo superan al que le tienen por el argentino, porque para los tifosi napolitanos era un clarividente del fútbol caído del cielo.

Maradona es un personaje identificado plenamente con la idolatría popular, alentada por un fanatismo que ama sin pensar y adora sin razonar y que sustenta esa idolatría en lo extraordinariamente bien que jugaba al fútbol, sin importarle nada más. Maradona genera esa sinergia con las masas por su manera de ser; vive como un Dios, pero peca como humano.

Maradona sigue siendo, con el pasar del tiempo, el chico del potrero que no creció nunca. Se ha pasado la vida gambeteando y su finta indescifrable ha engañado a todos sus rivales, menos a él mismo. Maradona siempre se detuvo en la última gambeta. ¿Qué se le puede pedir a Maradona si su única destreza fue hacer lo que a él le viene en gana con la pelota de fútbol? Como con lo demás, se dice que los ídolos son así; enceguecen a las masas, que olvidan que son humanos, para creerlos divinos.

El juicio de la historia hará justicia y lo ubicará, tal vez, como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Eso será lo máximo para sus fans, pero para mí no, porque pudo ser mucho más que eso, pero él mismo no lo quiso.

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Maradona, nacido de un barrio de miseria, ha enfrentado al éxito sin educación, al triunfo sin humildad y a la gloria con soberbia. Su vida futbolera, que pintaba acuarelas por su habilidad, se diluyó en agua, se decoloró dramáticamente por los vicios que sometieron su vida íntima. Maradona cambió su destreza para hacer cascaritas con la número 5, para hacerlo con las drogas, confiado en que también la podía dominar. Pero no pudo y el ‘10’ terminó siendo su esclavo.

Las plumas geniales de El Gráfico, tratando de sobrealimentar el sentimiento de orgullo de los argentinos, titularon en una de sus ediciones: ‘Dios es zurdo’, comparando la virtuosidad que tenía Maradona con la pierna izquierda al patear una pelota al decir que ‘Dios es zurdo’. Pero es una ofensa a la dignidad del ser humano común y corriente; es confundir a la niñez y a la juventud, que evalúa las virtudes de sus ídolos, con esa irreverente e irrespetuosa deducción. Que nos vengan a decir ahora que a Maradona poco le falta para ser inmortal. Es una irreverencia parecida a la de los famosos británicos The Beatles de los años 60, cuando John Lenon se atrevió a decir que eran más populares que Dios.

Hay ocasiones en que lo mediático toma tanta fuerza que alcanza para alterar el orden de los valores. Así sucedió con héroes deportivos que nos mantuvieron cautivos por sus hazañas, para que luego ni los tiros libres de Maradona, ni la velocidad de Ben Johnson, ni los nocauts de Mike Tyson, ni los touchdown de O.J. Simpson nos pudieran convertir en cómplices de esas alabanzas comprometidas.

Pero Maradona, en su otro yo, tiene un rosario de dichos. En su original estilo se dio maneras para insultar a quien por alguna razón no era de su agrado, como cuando a Bill Clinton, presidente de Estados Unidos, le dijo: “Yo quería ir a Estados Unidos, pero el cabeza de termo de Clinton no me deja entrar (1996)”. O como cuando a Joa Havelange, de la FIFA, le recomendó que no diga que lo quiere como un padre, porque él no es un hijo de p...; al papa le dijo: “De qué voto de pobreza habla, si al entrar al Vaticano vi todo ese oro. Por eso me convertí en una bola de fuego” (2004). O como cuando le envió la carta a su gran amigo Fidel Castro y escribió: “Como soy testigo excepcional de tus desvelos, Venezuela sigue ese camino victorioso que trazó el otro gigante, nuestro inolvidable amigo comandante Chávez”.

Diego Maradona, en una declaración sentida, reconoció en octubre del 2019, que “si no hubiese consumido cocaína, habría sido el mejor futbolista de todos los tiempos”.

Maradona ha demostrado que sus habilidades y sus genialidades fueron dentro de la cancha; fuera de ellas fue todo lo contrario. Se hizo famoso cuando autocalificó su famoso gol con la mano contra Inglaterra en el Mundial de México 1986, ‘Mano de Dios”.

Muchos celebraron la triquiñuela mejor descrita en la historia del fútbol hasta que alguien la puso en el lugar correcto y la cuestionó: ¿Mano de Dios? Fue una trampa con intencionalidad”. Y claro que sí, si esa mano fue una violación contractual, porque un deportista entra a un campo de juego aceptando autoridades y normas que rigen para todos por igual. Si la llegas a violar las reglas y lo celebras, rompes no solo la norma, sino que engañas a los espectadores, a los rivales, al fair play. En fin, violentas una obligación moral. Por eso celebrarlo como lo hizo el 10 y muchos de sus seguidores es enaltecer un ardid.

Con la prensa también su relación fue de amor y odio; no había con ellos términos medios. Cuando a un grupo de periodistas ubicados fuera de la casa de Maradona esperaban para una entrevista a Diego no se le ocurrió otra cosa que sacar un rifle de aire y disparar perdigones, como si estuviera cazando aves en el bosque.

En estos días, gracias a la cortesía de Guillermo Hidalgo, pude escuchar una entrevista de lo más interesante de Carlos Vera al preparador físico argentino Fernando Signorini, quien trató a Maradona por más de 10 años. Ante la pregunta de Vera de cómo pudo Maradona caer tan profundamente en la droga, Signorini, luego de una detallada narración, dijo: “Maradona fue una víctima más, como tantos, pero Diego tuvo argumentos como para correr en la búsqueda de las drogas, porque solo no habría podido soportar las presiones que le exigía un sistema y un poder que nunca jamás se preparó para ello”.

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La verdad no podía creer lo que escuché de Signorini y peor aceptarlo. Qué podrán pensar todas aquellas estrellas del fútbol que nacieron también con esos traumas y sufrimientos, que crecieron también con necesidades y confusiones. ¿Qué habrá pensado el portugués Eusebio o Mané, el actual del Liverpool, o el propio Pelé? Porque ellos no fueron atrás de las droga para mitigar esa soledad que Signorini justifica. Su declaración solo podrá ser entendida como un acto de solidaridad y compasión que le debe tener a su amigo Diego Maradona.

La figura de Maradona fue también inspiración de campañas publicitarias dirigidas a la niñez y a la juventud. Recuerdo que en su paso por el fútbol español el gobierno de Cataluña, cuando jugaba en el Barcelona, lo contrató y en un video Diego aparecía con unos niños jugando al fútbol en la playa y los aleccionaba así: “Haceme un favor, disfrutá la vida y si te ofrecen droga, simplemente di no”, cuando ya la adicción de Maradona era pública y su vida terminaba como futbolista.

Maradona, en una declaración sentida, reconoció que “si no hubiese consumido cocaína, habría sido el mejor futbolista de todos los tiempos”. Y confirma esos dichos cuando hace poco tiempo declaró: “Puedo decir que Alfredo Di Stéfano era el mejor de todos, fue superior a todos, incluso a mí”. (O)

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