27/04/2024

Jorge Barraza: Del telégrafo al Zoom

Miercoles 03 de Junio del 2020

Jorge Barraza: Del telégrafo al Zoom

Los Mundiales son una plataforma de innovación constante. Lo que no cambia es el fenómeno integrador y popular del fútbol y el afán periodístico por llevar la noticia.

Los Mundiales son una plataforma de innovación constante. Lo que no cambia es el fenómeno integrador y popular del fútbol y el afán periodístico por llevar la noticia.

Buenos Aires -

Este sábado 29 se cumplieron 101 años. Ese día de 1919 Brasil se consagró por primera vez campeón de un torneo internacional de fútbol. El país más ganador recibía el laurel inicial de un voluminoso ramo que incluye Mundiales, olímpicos, juveniles, femeninos, futsal, fútbol playa. En ese caso, venció a Uruguay 1-0 y logró la Copa América. La vida contemporánea, más o menos como la conocemos, estaba tomando forma. Los seres humanos sentían pasiones similares a la actuales, es la tecnología la que hace diferente los hábitos. Hacía seis meses había terminado la Primera Guerra Mundial, el mundo entraba en una nueva etapa de reconstrucción y solaz y la Copa América, disputada en Río de Janeiro, despertó un entusiasmo excepcional en la patria de Jorge Amado, quien por entonces correteaba en las playas de Ilheus.

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El día de la final, 25.000 mil personas abarrotaron el flamante estadio de Fluminense (“antes de que abrieran los portones a las 9 de la mañana, ya mucha gente esperaba ingresar para ver el partido, que comenzó a las 2 de la tarde, y todos llevaban su almuerzo”, informó el diario O Paiz, de Río, al día siguiente). Aún no habían nacido las transmisiones radiales del fútbol. Los seguidores, que ya eran muchos, se enteraban al día siguiente por el periódico. Y los más ansiosos se apostaban frente a los diarios importantes en las grandes ciudades, los cuales ponían constantemente noticias llegadas a través del telégrafo. Río de Janeiro hospedaba el torneo, pero San Pablo aportaba los mejores jugadores, sobre todo a Friedenreich, la superestrella del momento, y a los delanteros. Millón (Santos), Neco (Corinthians), Fredenreich (Paulistano), Heitor (Palmeiras) y Arnaldo (Santos), el quinteto ofensivo, completo, era orgullo paulista.

En San Pablo, multitudes se reunieron en plazas y lugares públicos para enterarse de lo que acontecía en Fluminense. Cinco mil aficionados se aglomeraron frente al local del diario O Estado de São Paulo, que, consciente de la tremenda expectativa, iba insertando en una cartelera las incidencias del juego, recibidas vía telégrafo directamente desde la cancha de FLU. “En cada embestida de Neco o de Friedenreich que se comunicaba, la gente, apretujada ante la vidriera del jornal, deliraba de emoción”, reseñaba O Paiz. “Cuando en el minuto 122 (hubo dos alargues de 30 minutos cada uno) Friedenreich marcó el gol que sería de la victoria, la gente virtualmente explotó”. Un empleado del matutino puso apenas un cartel escrito a mano que decía “Goal, Friedenreich”. De inmediato la pizarra fue envuelta en una bandera brasileña y en los edificios de la ciudad se izó el pabellón nacional. Nunca se había registrado tal euforia. Y sin ningún “negocio” que la fomentara, todo genuino. Los jugadores eran aclamados como verdaderos héroes de la nación. Lo mismo aconteció en Belo Horizonte, Porto Alegre, Salvador y todas las grandes urbes del País del Carnaval. Los abuelos de Pelé estaban recogiendo los primeros frutos gloriosos y la pasión por el fútbol contribuiría en mucho al desarrollo posterior de las comunicaciones.

En 1958, la famosa y ya desaparecida revista O Cruzeiro tuvo el acierto de enviar un equipo de reporteros a Pau Grande, el poblado rural donde moraba Garrincha, el día de la final del mundo entre Brasil y Suecia. El fotógrafo tomó una instantánea excepcional: Amaro, el padre del genio, abrazado a una radio escuchando el partido en el que su garoto se consagraría mundialmente. La expresión de Amaro es reconcentrada, expectante, seria. La radio era entonces la estrella universal de las comunicaciones, generaba con su ingenio e imaginación cientos de miles de adeptos al fútbol en el campo y lugares apartados, aficionados que no podían ir a los estadios.

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Ese de Suecia fue el primero de los 16 Mundiales de Enrique Macaya Márquez, el comentarista argentino de TV que espera hilvanar en Catar 2022 su decimoséptimo torneo. Macaya tenía entonces 24 años. Empezaban a proliferar fuerte los enviados especiales. Todos los medios importantes destacaban periodistas en el lugar y les pedían cantidad de notas y entrevistas. La prensa escrita había encontrado un aliado notable: el télex. Se podía escribir un artículo a máquina y luego hacerlo pasar por ese sistema a través de una operadora, que lo transcribía en la misma máquina transmisora y llegaba directo a la redacción de nuestro diario. Fue un adelanto muy aliviador.

La televisión suiza había emitido ya partidos del Mundial ‘54, sin embargo apenas una pequeña parte de la población poseía aparato. Y las transmisiones eran de orden local. En 1966 vimos la hermosa Copa del Mundo de Inglaterra por TV, aunque en diferido. En Inglaterra se pasaba en directo para Londres, acá llegaba enlatado por avión y se ofrecía con 48 horas de retraso. Igual nos devorábamos los partidos con indescriptible emoción y, cuando venían los goles, los gritábamos por segunda vez (la primera era dos días antes, por radio).

México ’70 trajo la gran novedad del satélite, y con él la TV en directo. Ahí ya vimos todos los juegos en tiempo real. Blanco y negro, pero en el momento. Quizás el máximo avance de todos. Luego vendrían el color, la alta definición, la profusión de cámaras y ángulos, la cámara lenta y demás delicatessen, pero el vivo y directo fue la revolución total.

Apenas llegados a México ’86, fuimos al centro de prensa de la FIFA a acreditarnos y, con ojos de asombro, observamos a un par de colegas japoneses que mandaban sus despachos mediante un aparato nuevo: el fax. ¡Oh, es extraordinario…!” exclamamos. Y lo era. Basta de télex, ese armatoste que nos tiene en vilo por saber si el material llegó o no. El fax simplificaba todo. Era tipear una nota en papel y pasarla en unos segundos a la revista El Gráfico. No sabemos por qué, siempre creemos que estas cosas se las debemos a japoneses o alemanes. Gracias que están ellos…

Al llegar a Italia ’90, por muy lejos el Mundial montado con más pompa y servicios, entramos al centro stampa en el Foro Itálico y advertimos, como si hubiéramos visto un OVNI, que cientos de computadoras lucían ordenadamente alineadas en larguísimas mesas de trabajo. Era un sueño: ¡Una computadora para cada periodista…! No hacía falta llevar la máquina de escribir portátil, había de sobra para todos. Y un teléfono en cada espacio de trabajo. Era lo máximo que podíamos soñar. Y en los estadios italianos, en todos, había un teléfono con discado directo internacional sobre cada pupitre para que nos comunicáramos con nuestros medios mientras se disputaba el partido. La locura total.

En Francia ’98, porque los Mundiales son una plataforma de innovación constante, ya pasábamos el material por Internet. No más fax. Eso fue aún otro paso ascendente. En Corea y Japón 2002 ya podíamos movernos con la telefonía móvil, una segunda revolución. Y en el centro de prensa nos alquilaban celulares con foto. Los periodistas teníamos una felicidad infantil. Y más tarde las redes sociales, y Skype, y WhatsApp, y ahora Zoom, que nos permite hacer teletrabajo con enorme comodidad y conectividad. La comunicación va cambiando las formas de hacer periodismo. Y de recibir el producto. Hoy un consumidor de fútbol puede ver el Mundial en directo desde su teléfono mientras almuerza en un restaurante. O en su cama, o en un barco. El fútbol es un conejillo de indias en esto. El periodismo y el público, los beneficiarios. Es una maravilla. Lo que no cambia la evolución tecnológica es el fenómeno integrador y popular del fútbol y el afán periodístico por llevar la noticia. (O)

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