04/05/2024

La columna de Diego Latorre: Guardiola y el peligroso juego de la transformación permanente - 30.10.2016

Domingo 30 de Octubre del 2016

La columna de Diego Latorre: Guardiola y el peligroso juego de la transformación permanente - 30.10.2016

Agüero y Guardiola, una goleada del City para calmar los ánimos
Agüero y Guardiola, una goleada del City para calmar los ánimos. Foto: AP
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Un mes sin ganar. El dato, sin duda desagradable, puede enseñarlo cualquier equipo al cabo de su historial, pero en este caso sorprende por lo novedoso: en su recién iniciada experiencia en el fútbol inglés, Pep Guardiola sumó un mes sin victorias por primera vez en su carrera de entrenador (la racha negativa terminó ayer, con un 4-0 sobre el West Bromwich). En ese lapso, Manchester City obtuvo 3 empates y 3 derrotas en 3 competiciones diferentes; y quienes llevan mucho tiempo esperando que al técnico catalán dejen de acompañarlo los éxitos no desaprovecharon la ocasión para asomar la cabeza.

Resulta muy curioso apreciar los sentimientos tan dispares que es capaz de generar la obra realizada por una misma persona. Mientras que de un lado, para buena parte del público y sobre todo entre sus propios colegas, lo hecho por Guardiola desde su irrupción como entrenador de Primera despierta admiración, curiosidad y afán de copia, o por lo menos de semejanza, en la vereda de enfrente se encuentra mucha gente -incluso dentro de la misma Cataluña, y ni hablar en el resto de España- que siente rechazo por aquella excelencia inalcanzable del Barcelona 2008-2011.

El fútbol es un buen refugio para quienes son reacios a lo novedoso, a lo diferente, a recibir un sacudón. Se trata de un mundo contradictorio, en el que permanentemente se habla del trabajo pero que parece sentirse más cómodo con la pereza intelectual y la mediocridad que traduce el hecho de mantener siempre las cosas más o menos igual.

Para entender el significado de Guardiola cabe preguntarse qué pasaba y cómo era el fútbol antes de que comenzara su revolución. Italia había ganado el Mundial 2006 conducido por Marcelo Lippi con un fútbol plano y de poco vuelo; y Francia había sido subcampeón gracias a que un Zinedine Zidane al borde del retiro se inspiró en un par de partidos. José Mourinho y Fabio Capello generaban adhesiones por sus conquistas puntuales a nivel de clubes; y desde 2003 el aterrizaje de millonarios excéntricos con voluminosas chequeras provocaba la llegada de un gran caudal de jugadores a determinados equipos con los consiguientes éxitos deportivos. Pero en todos los casos, la brillantez era un bien escaso.

En medio de aquel panorama de un fútbol amodorrado y estancado, Guardiola rescató conceptos que estaban casi olvidados y con jugadores bajitos surgidos del propio club vino a decirnos que se podía jugar, ganar y hasta maravillar con exhibiciones casi semanales. Y marcó un antes y un después.

El técnico catalán nos cambió la percepción del fútbol, la forma de mirarlo, y por eso no tiene equivalencias con ningún otro entrenador de la actualidad. Se puede comparar su estilo con el de otros como Mourinho o Simeone, pero solo eso. Nadie más ha provocado una revolución capaz de superar las fronteras y hasta de modificar pautas culturales, como ocurrió con Alemania, donde Löw tomó como referencia a Guardiola, el Barça y la selección española para armar el equipo que acabó triunfando en el Mundial 2014.

Todo lo expuesto invitaría a ubicar al técnico de Manchester City en el apartado de los "ganadores". Pero por supuesto, esto no funciona así. El encasillamiento de los protagonistas en ganadores y perdedores es uno de los grandes daños que se le hicieron al fútbol, entre otras razones porque no existen los ganadores eternos.

Un encuentro está rodeado de contextos y circunstancias, de inmanejables factores que aparecen y desaparecen como por arte de magia durante los 90 minutos. Existe una cuota de azar y las respuestas no siempre son lineales. La distorsión consiste en haberle quitado al fútbol su propiedad de juego. Pero cada tanto el juego se rebela, provoca locuras y altera los resultados, aunque no modifique los conceptos.

Guardiola estuvo un mes sin ganar con Manchester City sencillamente porque todavía no se ve su mano en el equipo, más allá de algunos buenos partidos al principio de la temporada. Contó alguna vez Simeone que gracias a su paso por el Catania, donde tuvo que pelear el descenso, empezó a ver el juego con una óptica diferente. La transformación de los entrenadores tiene que ver con las experiencias vividas allá adonde les toca trabajar. Guardiola, que en Barcelona fue un continuador que perfeccionó el estilo de la casa, tuvo que convertirse en transformador, primero en Bayern Munich y ahora en Inglaterra. Y no se trata de una tarea sencilla, sobre todo si hablamos de países con tradiciones y conductas muy arraigadas.

El técnico catalán es un buscador inagotable de nuevas variantes, de eso que él mismo llama "cambiar para ser cambiado", y la llegada a ambientes con hábitos diferentes o donde no existe una base sólida detrás -como en el City, un club sin ideología futbolística que hasta hace pocos años deambulaba por la mitad de la tabla- se convierten en obstáculos que lleva tiempo superar.

Un entrenador debe adaptarse al lugar donde trabaja, aunque esto no implique renunciar a lo que se siente. En Alemania, un país con una idiosincrasia muy especial, Pep mantuvo sus estructuras y principios básicos, pero fue mutando. Tuvo que darle un sentido más vertical al juego de un equipo que venía de lograr su consagración con un fútbol basado en la velocidad de Robben y Ribery al contraataque. Debió agregarle variaciones a su idea, llegó incluso a jugar con más delanteros que mediocampistas, algo impensable en Barcelona. Y cometió errores, como el día del 0-4 ante Real Madrid, cuando el propio Guardiola dijo que echaría al técnico que hizo semejante planteo.

En Inglaterra tendrá que dar otra vuelta de tuerca. El fútbol inglés es vibrante y difícil de domar. Los equipos se escapan de las manos, se descontrolan y piensan antes en correr hacia adelante que en tocar, asociarse y buscar alguna forma de creatividad colectiva.

No le será fácil a Guardiola modificar esa tendencia, y además da la sensación de que todavía no cuenta con los intérpretes adecuados para hacerlo. Ha sumado a Bravo y Gündogan con esa intención, pero ni Stones ni Otamendi son centrales que manejen bien el achique defensivo hacia adelante; ni Fernandinho descifra el juego ni hace los relevos como Busquets. Entonces el equipo comete errores y por momentos se torna vulnerable, por lo que el proceso puede preverse lento.

Por otra parte, cabe preguntarse hasta dónde alcanza la pretensión de transformación de Guardiola. Y si estas sucesivas necesidades de adaptación, sumadas a la brutal exigencia que cae sobre sus espaldas, no terminarán por alejarlo de aquel Pep primitivo que tenía los conceptos muy claros y nos maravilló a todos. En otras palabras, si él y su equipo no acabarán mareados por esa incansable intención de aportar nuevos matices al juego.

Es prematuro para hacer balances de su etapa inglesa. Habrá que darle tiempo. Y confiar. Porque es muy probable que el conocimiento profundo del juego y la capacidad innovadora de Guardiola todavía estén en condiciones de depararnos más de una sorpresa.

gs

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