09/05/2024

"La cábala es trabajar duro", por Ricardo Montoya

Viernes 10 de Noviembre del 2017

¿Qué relación puede guardar el que mi abuela preparó locro en el triunfo contra Paraguay en Asunción, y el que hoy repita el plato contra Nueva Zelanda en Wellington?

¿Qué relación puede guardar el que mi abuela preparó locro en el triunfo contra Paraguay en Asunción, y el que hoy repita el plato contra Nueva Zelanda en Wellington?

“¡Te juro Diosito que no vuelvo a hacer cosas indebidas durante todo un mes!”. Javier es un chiquillo de apenas 13 años. Es ingenuo, hormonal y un febril hincha de la selección peruana. Es, desde su incoherente puerilidad, que juega a la aventura de ofrecerle en sacrificio ‘al de arriba’ tener las manos quietas por 30 días si es que Perú clasifica al Mundial. No sospecha, la inocencia rumorosa de su pubertad, que ese tiempo puede ser muy largo; y que Dios tiene que atender otros asuntos antes de escuchar las súplicas deportivas de una nación sudamericana.

Como Javier, medio país promete cosas absurdas. La otra mitad pone en marcha inverosímiles rituales con el propósito de contribuir, de alguna manera, con la causa de Gareca y los suyos. La función de la cábala es precisamente esa. La de generar un sentimiento común con el que podamos ‘manejar’ el resultado de nuestro equipo.

En el Perú de estos tiempos, el uso de supersticiones es digno de un estudio sociológico. No parece pertenecer al mundo de los cuerdos. Tiene que ver más con la fe, con la tradición y con la idea de sentirse partícipes de esta posible gesta. Existen algunos incrédulos que se atreven a negar e inclusive a despreciar el noble poder de las cábalas. Son los mismos que no comprenden que está prohibido utilizar el verde en los entrenamientos nacionales; o que la música refrescante de Marc Anthony esté vetada en la Videna.

Quizá a la luz de la lógica tengan razón. ¿Qué relación puede guardar el que mi abuela preparó locro en el triunfo contra Paraguay en Asunción, y el que hoy repita el plato contra Nueva Zelanda en Wellington? Vincular lo uno con lo otro es instalarse en ese universo caótico e insensato del que tratamos de escapar los humanos desde nuestros principios como especie. Igual, de todas formas lo hacemos. Y en este caso particular, de querer observar a Perú en un Mundial, la tesitura ayuda a explicar el aparente contrasentido.

El de hoy, no es un juego cualquiera. El de hoy es ‘El Partido’ (el primer tiempo de uno de 180 minutos). Es el más importante evento que juega un representativo patrio desde aquella infausta noche de 1997 en Santiago. Hoy nos jugamos una gran parte de nuestro pasaporte al Mundial y eso, por extraño que parezca, justifica nuestro salvoconducto momentáneo a la incoherencia, al azar o a la parapsicología. Es solo por esa razón, y en nombre de la fe, que se elevan promesas de todo tipo al cielo: “¡Juro que no tomo más!”, “no vuelvo a llegar tarde a casa”, “dejo de fumar”, etc. La ropa, los alimentos y hasta la posición de los muebles del hogar terminan subordinándose al imaginario del aficionado que cree, vaya uno a saber por qué razón, que ayuda a su selección a mejorar su suerte.
En la cancha el panorama cambia, los jugadores saben que a la fortuna hay que apoyarla con trabajo y, en ese sentido, el plantel se ha preparado para este desafío. “Existe una puerta por la que puede entrar la buena o mala suerte, pero somos nosotros los que tenemos la llave” reza un viejo proverbio oriental. Que así sea. Perú, que así sea.

Ver noticia en El Comercio: DT

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