29/03/2024

Boca-River: la pelota es una excusa

Miercoles 23 de Octubre del 2019

Boca-River: la pelota es una excusa

Tras el cotejo de ida -triunfo de River (2-0)- el DT de Boca, Gustavo Alfaro, denunció que River entrena a sus jugadores para tirarse en el área y buscar penales.

Tras el cotejo de ida -triunfo de River (2-0)- el DT de Boca, Gustavo Alfaro, denunció que River entrena a sus jugadores para tirarse en el área y buscar penales.

Buenos Aires -

Fue en la misma noche. Una europea, otra argentina. En la de allá, Dybala salvó a la Juventus de una bochornosa derrota en casa ante el Lokomotiv; faltaba poco y la revirtió con dos golazos: 2-1. Agüero aportó un doblete en la goleada del Manchester City al Atalanta; Icardi anotó también doble en el 5-0 del PSG sobre el Brujas. Y Erik Lamela sumó su golcito a los de Kane y Son en el Tottenham 5 - Estrella Roja 1. Protagonismo y 7 goles argentinos de los 30 de la fecha de Champions, un 23%. Significa que el futbolista argentino puede jugar bien al fútbol, sobre todo ofensivamente. Y en cualquier latitud. Un par de horas más tarde, en Buenos Aires, Boca y River se jugaban el pase a la final y volvieron a protagonizar un choque áspero, rústico, carente de juego y, por ende, de su principal atractivo. Un fútbol ordinario, de guerrillas, cada intento del rival es cortado de raíz. Los únicos verbos que ambos conjugan son presionar, cortar, impedir, evitar, abortar, tronchar, rechazar. Ya son demasiados partidos así.

Es cierto que los mejores exponentes criollos están del otro lado del océano, se van muy jóvenes y acá queda lo que queda, pero si se sigue exportando es porque continúa habiendo algunos valores. Se podría intentar algo más estético y digerible.

La pasión es esencial en este deporte, sin embargo su porcentaje no puede duplicar al del juego; algo falla. Es lo que acontece en Boca y River, la rivalidad se encrespa de tal modo que deja el juego en el fondo de las prioridades. La única consigna es eliminar al otro. Como sea. Y el método pasa por anular al rival, no por superarlo. Como es mutua, el partido termina siendo un envase vacío. Boca no hizo nada en el Monumental y ahora River no hizo nada en La Bombonera. La diferencia es que River convirtió un gol más en la doble topada y por eso avanzó a la final.

Hasta el gol estuvo acorde al contexto, un gol sucio, de empujada. En el enésimo centro de Boca -no tiene otra fórmula- Lisandro López cabeceó dentro del área, casi sobre la raya entró Zárate para impulsarla, pasó de largo y el venezolano Jan Hurtado la tocó al gol. Un gol puramente estadístico, pero no obstante histórico: primer venezolano que hace un gol con la camiseta xeneize, a River y que significó una victoria, aunque seguro es el triunfo más amargo de la historia de Boca. “Ahora no nos cargan nunca más”, se desahogaban con razón los hinchas millonarios tras la final de Madrid. En efecto, la nación boquense ya no tiene cómo sostener las burlas y el guion de la paternidad, River lo ha aplastado en los últimos años. La era Gallardo ha sido devastadora en tal sentido. Son cinco eliminaciones a manos riverplatenses: 3 en Libertadores (2015 en cuartos de final, 2018 en la final y esta en semifinal; encima, las dos primeras terminaron con el título para River y en la presente se puede repetir); eliminado en la Copa Sudamericana 2014, con River también campeón, y la final de la Supercopa Argentina 2018.

“El partido que nadie se quiere perder” podría terminar en “El partido que a nadie le interesará ver”. Con saber el resultado, alcanza. No hay tanta diferencia entre alguien que no vio el partido y alguien que sí. Un Boca-River siempre fue un plato sabrosísimo para los parciales de todos los clubes, pero tratándose de este fútbol, gracias, no tenemos apetito. Lo mejor fue el comportamiento, dentro y fuera de la cancha. Hubo ocho amarillas, aunque nada alevoso.

Es entendible la euforia del hincha millonario, esta resurrección postdescenso no sólo era inimaginable, también es impresionante, sorprendente y habla de la capacidad de recuperación de un club grande de verdad. Ahora bien, pasemos a Marcelo Gallardo, el mariscal de estas repetidas victorias, convertido ya en prócer de la banda roja. Indiscutible capacidad de liderazgo, de transmisión, de renovación de desafíos, de inteligencia táctica para leer los movimientos del adversario. Nos debe fútbol, eso sí. Hay en River un declamado estilo preciosista que no se ve en la realidad. Sí es un equipo eficiente, peleador, con carácter, que sabe manejar los partidos de mucha carga emocional, que intenta siempre ser dinámico. En algún momento hay que pensar con mayor generosidad, no sólo en sumar títulos, también en dar algo más. Es la diferencia entre Guardiola y todos los demás entrenadores del mundo: no sólo busca el éxito, también agradar. Y lo intenta una y otra vez en cada partido que disputa. Cuando tuvo el plantel perfecto para expresar su idea, creó la maquinaria más preciosa de la historia de este juego, el Barcelona que deslumbró entre 2008 y 2012. Luego, con más y con menos, sostuvo la idea en alto.

Igual, esta es la tónica de los últimos años en las copas internacionales de Sudamérica: triunfa el que trabaja mejor para no perder. La diferencia con la Champions League es abismal, no sólo por calidad de los jugadores, también por la pobreza de las propuestas.

Tras el telón del superclásico 375, Gallardo se aproximó al medio del campo y le espetó al árbitro Wilton Sampaio que su desempeño había sido “lamentable”. Tal vez Sampaio se equivocó en dar para Boca algunas faltas que no lo eran. Pero no hubo penales ni expulsiones ni goles que reclamar. Fueron faltas lejos del área, en las que, a lo sumo, Boca podía tirar un centro (cierto es que el juego aéreo parece ser el único argumento xeneize). River ha tenido una suerte extraordinaria con los arbitrajes en estos últimos años felices. Una lástima por Gallardo, afeó su imagen. No le dijo lamentable a Daronco cuando no cobró el penal para Independiente y dejó de expulsar a Pinola, negándose rotundamente, además, a revisarlo con el VAR. Un fallo crucial en el título ganado por River en la anterior Libertadores. Hay muchos otros para agregar.

Tras el cotejo de ida -triunfo de River 2-0- el técnico de Boca, Gustavo Alfaro, denunció que River entrena a sus jugadores para tirarse en el área y buscar penales. Gallardo le respondió: “al que quiera hablar del árbitro se le va a ver mucho la camiseta… Va a querer tapar lo que pasó hoy justificando cosas que no existieron”. Gallardo olvidó su prédica y fue a increpar al árbitro.

Boca ganó contando las monedas. Tirando centros al área, con la pelota parada como el exclusivo argumento que su entrenador pudo oponerle a River. Que tampoco es una virtud notable del equipo auriazul: buscaba por arriba porque no se le ocurría otra cosa, y como a veces ponía hasta siete hombres en el área rival, a veces se imponía en el cabezazo. El 1-0 a favor no mitiga el dolor y la frustración boquense, un club con muy alto presupuesto, con tantísimos fichajes año tras año, que no logra conformar con juego. Y se autoimpone la meta de la Libertadores como único objetivo de satisfacción. Al no conseguirlo, sobrevuela la palabra fracaso. Su mérito es seguir intentándolo año tras año.

 

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