23/04/2024

Las noches #BRYANTes de Kobe

Martes 28 de Enero del 2020

Las noches #BRYANTes de Kobe

La simpática anécdota de Rafa Ramos sobre el día que su trabajo como periodista se complicó cuando cubría el partido en que Kobe Bryant logró la hazaña de los 81 puntos

La simpática anécdota de Rafa Ramos sobre el día que su trabajo como periodista se complicó cuando cubría el partido en que Kobe Bryant logró la hazaña de los 81 puntos

LOS ÁNGELES -- Estuve ahí. Esas dos veces. Dos citas a ciegas con un histórico encaprichado en hacer historia. Bajo ese privilegio de observar más que ver, que impone este oficio. Ahí, inquieto y ansioso por querer, poder, saber y deber relatar lo irrelatable.

Recordar no es vivir, es revivir. Estremecimientos incluidos. La piel de la memoria electrifica la otra piel. Porque la historia sin histeria no es historia.

Aquel día en que el francotirador afinó el instinto criminal y encestó doce triples consecutivos ante Seattle. Y aquel día en que acribilló con 81 puntos a los Raptors.

Estuve ahí. Uno más de esos 19 mil y tantos que esperaban una noche victoriosa de Lakers, sin saber que al destino se le pegaba la gana de citarnos como testigos. E insisto, el privilegio de reseñar lo que nadie había reseñado antes: dos de las jornadas más imponentes de Kobe Bryant.

Una de las restricciones inviolables de este oficio es el acallar el instinto para sensibilizarse a las sensaciones, sentimientos y sentidos de quienes gobiernan la tribuna. De esas noches en las que se quisiera quitarles los grilletes a esos instintos.

Recuerdo especialmente el maratón de los 12 triples. Mi rústica laptop en dualidad de funciones. Bufaba, con ese ronroneo desquiciante de las computadoras abusadas.

Simultáneamente, en la tribuna de medios del Staples Center, debía escudriñar el juego para escribir la crónica para el diario La Opinión, y hacer actualizaciones editoriales para la página de ESPNDeportes.com. en la guardia nocturna.

De hecho, no era nada complicado. Lo había hecho antes. Pero, lo complicó todo Kobe Bryant. Esa bendita costumbre de transfigurar la calma en una tormenta.

Francotirador de oficio, esa noche ajustó la mira telescópica y empezó a columpiar la hazaña entre lo impensable y lo improbable. Porque sobre lo imposible, Kobe reservaba su afición herculina para los tiempos de ocio.

Conforme Bryant incrementaba los triples, las estadísticas saltaban en los escritorios de los medios en el Staples Center, en las majestuosas pantallas del coliseo, y en el sonido local. Un heraldo comunitario auguraba la grandiosidad de la proeza.

Y ahí estaba. Contemplativo, nervioso. Tratando de redondear la crónica para La Opinión con rumbos insospechados, y tratando de actualizar la página del futbol mexicano en ESPNDeportes.com. Y esos estremecimientos de la fiebre de lo inimaginable.

Lo confieso: por momentos se escapaban los pájaros rebeldes de los instintos. Era complejo. Estrujado por un circo en paroxismo, con las casi 20 mil personas saltando del asiento con un estridente pujido, cuando Kobe ajustaba desde el perímetro, era tan fácil unirse a la cultura icónica de las huestes.

Cuando Kobe encesta su triple número diez, iba y volvía de mi drama al drama colectivo. Recuerdo que me sorprendí de estar de pie en la tribuna de medios. Los camaleones festivos me habían camaleonizado.

Había perdido el hilo de la crónica. Había perdido el hilo de las noticias del futbol mexicano. Me había conectado umbilicalmente con esos otros 19 mil y tantos que rendían un culto poderoso al histórico desatando la histeria en la historia.

Recuerdo que llamé por teléfono a la redacción de deportes de La Opinión. “Hoy, la crónica de Lakers se va a demorar un poco más, esto es una locura”. Normalmente la enviaba entre uno y cinco minutos después de concluido el juego.

La editora, Genoveva Guerrero, seguro percibió la inestabilidad en la voz: “No te preocupes, estoy viendo en la televisión lo que está pasando”.

Me desplomé en el asiento. Y entonces, ya Kobe preparaba su decimosegundo bazucazo. Y tuve que ponerme de pie. Era imposible seguir el juego de otra manera. La odisea de Bryant era circundada por un ballet delirante, por la coreografía explosiva de la ansiedad.

Y ocurrió. La pelota viajó de sus manos con esa parábola perfecta que se enjaretaba en la garganta voraz de protagonismo en esa noche preñada de magia, de gloria. Doce triples consecutivos. Lo impensable y lo improbable se vestían con el frac de un nuevo récord.

Entonces, justo entonces, fue el momento de recluir a los pájaros rebeldes de los instintos. Sensibilizarse a los sentidos, sensaciones y sentimientos de otros, era la mejor tinta para reseñar la epopeya de esa noche de Kobe Bryant.

A veces los testigos, son los mejores cronistas de las gestas de sus ídolos. No era sólo la dimensión de los 12 triples consecutivos de Kobe, sino esos rostros, esa mímica, esas caras desfiguradas por la emoción, esos gestos de quienes agradecían la referencia histórica del testimonio.

Hoy, reviviendo, entiendo que lo que pude poner en blanco y negro en La Opinión, no era Kobe Bryant, ni siquiera era yo mismo. Era, sin duda la deliciosamente flagelante felicidad de tantos que habían ejercido de complicidad con la historia.

¡Qué privilegios de este oficio! Poder ser testigo presencial con el privilegio de narrarlo. Sí, de esas dos noches de Kobe Bryant y del gol de Diego Armando Maradona en 1986.

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