18/05/2024

La vida según San Paulo Silas

Viernes 20 de Enero del 2017

La vida según San Paulo Silas

→ Las luces de Buenos Aires se reflejan en el Bajo Flores. El hombre retoma la avenida Cruz, lindante con el Nuevo Gasómetro, rumbo al Norte. En el compact disc de su camioneta Nissan Pathfinder negra, chapa de Campiñas, el cantante mexicano Marcos Witt ensaya un clásico de la música eclesiástica, “Alabanza y Adoración”, que él canta sin escrúpulos.

→ Las luces de Buenos Aires se reflejan en el Bajo Flores. El hombre retoma la avenida Cruz, lindante con el Nuevo Gasómetro, rumbo al Norte. En el compact disc de su camioneta Nissan Pathfinder negra, chapa de Campiñas, el cantante mexicano Marcos Witt ensaya un clásico de la música eclesiástica, “Alabanza y Adoración”, que él canta sin escrúpulos.

>>>Revista El Gráfico 1994<<<

 

→ Las luces de Buenos Aires se reflejan en el Bajo Flores. El hombre retoma la avenida Cruz, lindante con el Nuevo Gasómetro, rumbo al Norte. En el compact disc de su camioneta Nissan Pathfinder negra, chapa de Campiñas, el cantante mexicano Marcos Witt ensaya un clásico de la música eclesiástica, “Alabanza y Adoración”, que él canta sin escrúpulos.

Se nota que el camino ya es conocido porque se mueve sin cautela ni asombro, escudriñando cada palmo desde el azabache profundo de sus ojos con el desinterés de quien sabe que éste jamás será su habitat.

Un rato antes San Lorenzo había vencido 1-0 al difícil Español. Paulo estacionó el vehículo en la calle Zabala del barrio de Belgrano, donde su esposa Eliane y sus hijos Nathan (4 años) y Carole (1) lo esperaban con la mesa servida, estiró un beso fraternal para todos y, en un dialecto ítalo-por- tuñol, inició el rezo de agradecimiento: “Señor, te agradecemos por este buen día y estos alimentos que bendicen nuestra mesa. Te pedimos por todos nuestros hermanos para que a ninguno le falte salud, alimento y amor. Gracias Señor, Amén...”

Hace un año ya que Paulo Silas do Prado Pereira sembró sus ilusiones en San Lorenzo, pero ni siquiera el guiño del éxito ha quebrantado su nostalgia umbilical por la austeridad tibia, eternamente suya, de su Campiñas natal, en el estado de San Pablo, allá en Brasil...

“Buenos Aires me encanta porque es una ciudad de barrios; ya estoy acostumbrado al ruido permanente, a hacer cola para cualquier cosa... Pero el aire del campo es impagable...” Solo, sin pregunta alguna, se metió en su historia de bermudas y zapatillas gastadas.

“Me crié vagando junto a mi hermano mellizo, Paulo Antonio, y los chicos de la cuadra. Jugábamos a las flechas, a las bolitas, a los policías y ladrones. Por supuesto que la mayor parte se lo llevaban los picados, en una canchita de diez por diez doscientos pibes corríamos detrás de una pelota...” En sus retinas parecen fragmentarse la imagen de su hermano mayor Eli Carlos, ex jugador del Flamengo y del Cruzeiro, y sus seis hermanas mujeres.

Hay una historia inmodificable y propia, tan parecida a todas y a ninguna. “Perdí a mi madre cuando tenía 5 años. El golpe no fue tan fuerte porque había mucha gente a nuestro alrededor y mis hermanas, todas mayores, cumplieron su rol. Pero igual hubo que lucharla..." Lo hizo su padre Alberto como jefe de una estación de ferrocarril; su hermana Raquel desde su título de contadora pública y Eli como jugador. Ellos mantuvieron la humilde casa de los Silas.

A los 8 años, Paulo y su mellizo Antonio hicieron su aporte desde una empresa topográfica: “Con unas reglas inmensas medíamos campos y propiedades”.

Por momentos, mete pausas y aconseja haciéndose eco en la voz de su padre “serio y honesto”. Quien alguna vez le dijo que “su palabra tiene que bastar. Si debés firmar papeles, hazlo, pero la palabra tienes que cumplirla siempre..."

El idilio con la pelota germinó en las playas paulistas, al lado de Eli Carlos y un grupo de jugadores profesionales. A los 13 años jugaba con los grandes, entonces un compañero de equipo-“no me acuerdo el nombre”- lo tentó para probarse en San Pablo: “No lo podía creer. Pensé que el ofrecimiento venía porque mi hermano era jugador; estuve quince días a prueba y quedé”.

Una jugada cambió su vida cuando, al pasar, observó a una niña que bajaba las escalinatas de la Iglesia del Nazareno, en pleno corazón de Campiñas. Cuando la vi, le dije a un amigo que ésa era la mujer de mi vida y que con ella me iba a casar. Averigüé quién era y coincidió que concurríamos a la misma Iglesia. La empecé a ver más seguido, porque por esa época comenzó mi compromiso con Dios. Antes iba a la Iglesia a tirar papeles y a embromar”. Como él mismo afirma, pasó a ser un verdadero cristiano, “porque una cosa es creer y otra ser”. Mantuvo el diálogo abierto durante seis meses con Eliane, la mujer soñada, hasta que un día recibió la visita de un pastor: “Me preguntó si amaba a Eliane, le contesté que sí y entonces me dijo que en septiembre había lecha en la Iglesia para casarnos...” Tomó su mensaje como palabra de Dios. Paulo Silas do Prado Pereira y Eliane Cristina Grippe se colocaron entonces las alianzas en septiembre del ’87.

“Eliane es verdadera, sincera y cumple con lo que dice. Su prioridad pasa por cuidar a los hijos y a su marido. Me apoyo mucho en el fútbol y en la vida: es otra atleta de Cristo. Tenemos nuestras peleas y divergencias, pero necesitamos el uno del otro. Antes me costaba pedirle perdón, ahora no y con ella pasa lo mismo. Es la mujer que siempre quise y nunca busqué satisfacciones en otros lados. Sólo tenemos dos hijos y estamos a disposición de Dios para recibir los que él desee..."

San Pablo fue el primer capítulo entrañable en su vida futbolera. Debutó en primera a los 17 años, en marzo de 1985: “Entré en lugar de Careca, que se lesionó, cuando el equipo perdía 2-0 con Gremio de visitante. En el entretiempo, yo estaba medio escondido detrás de una silla, para que no me viera el técnico. Entonces escuché el grito: ‘Silas, a calentar’. Me quise morir, pero había que afrontar la situación. Terminamos 2-2 y fui nombrado el mejor de la cancha...”

Esa tarde, un garoto descreído se puso de novio con la titularidad del San Pablo, que sólo largó en 1988, cuando, junto a Muller, se fue al Torino de Italia, 3.000.000 de dólares mediante. Acarició tierra tana -el Torino tenía el cupo de extranjero cubierto- y aterrizó a préstamo en el Sporting de Lisboa, en Portugal, donde apenas tuvo un breve paso para retornar a la península con un nuevo préstamo al Cesena.

“Jugué mi primer partido frente al Torino, aquel que me había dejado afuera, y convertí un golazo. Era un club chico que peleaba por no descender, pero la experiencia fue válida. Le tomó el gustito al fútbol italiano y, con un nuevo préstamo, terminé en la Sampdoria..."

En la vieja Génova, entre montañas y la bahía que mira el mar, en compañía de Eliane, sintiólo particular del fútbol más caro del mundo: "En lo profesional y lo económico me fue bárbaro. Ese año -el '91- perdimos la Copa de Europa de Campeones con el Barcelona, en Wembley. Pero, al margen de las buenas campañas, me sentí mal, porque al jugador lo toman como una mercadería. Es descartable: mientras juega bien, todo fantástico, lo bancan; cuando aflojan un poquito, lo echan. Por una pubialgia me rescindieron el contrato cuando todavía me quedaban dos años..."

Con el corazón herido, sin sonrisa, con el dolor de la lesión que lo azotaba cada minuto, cada hora, cada día, Paulo Silas había vuelto al pueblito que lo vio nacer." Pero me encontraba mal. El '92 fue un año durísimo. Rechacé una oferta del San Pablo, porque estaba en un sesenta por ciento y no me quería quemar. Pasé por el Internacional de Porto Alegre primero y por el Vasco da Gama después. No rendí con plenitud, tuve intermitencias y decidí pararme”.

El Dios de todos, el que Paulo ama y venera, oyó sus ruegos.

“Un día fui a una Iglesia para escuchar a un cantante de Río de Janeiro. En medio de un gentío detuvo su canto y preguntó: ‘¿Está Silas, no?’ Y enseguida continuó: ‘Escuche, Paulo, en estos momentos Dios me está mandando a decir que conoce su llanto y su dolor, y me pide que le transmita este mensaje: tome la victoria hoy’. Me quedé tenso, mudo... Encima, una señora que estaba en la fila de adelante se dio vuelta y me dijo que Dios le estaba mostrando que de esta semana no pasaba. A los tres días vino Juan Figger, mi representante, informándome que estaba todo arreglado para irme a la Argentina, a San Lorenzo de Almagro..."

Sin estar convencido, pero apoyándose nuevamente en los párrafos bíblicos, aceptó el desafío.

Arribó a Ezeiza y apareció, con bolso en mano, en el Nuevo Gasómetro para ver cómo su futuro equipo caía 2-0 frente a Estudiantes. Mientras tanto, el brasileño repetía: “Yo soy Silas y no Gorosito”. Con su llegada, estaba cosechando la ilusión de otro pueblo: el azulgrana.

“En mi primera noche en Buenos Aires, me arrodillé en la habitación del hotel y le pedí a Dios una prueba: hacer dos goles en mi debut para saber que me mandaba a este bendito país como misionero del deporte. Después pensé que dos goles eran muchos y que bastaba con uno. Si esto no sucedía, juntaba la ropa y me volvía a Brasil”. Pasaron ocho días desde mi ruego. Paulo atrapó la pelota por la derecha de la cancha, enganchó y definió de zurda al segundo palo de Esteban Pogany. San Lorenzo le ganaba 1-0 a Boca con un gol del desconocido brasileño. El que mandaba Dios. El que idolatraba la hinchada con su “¡Olé, olé olé, olé / Siiilás / Siiilás!”

“Después, Moya me sacó el segundo sobre la línea y ahí un escalofrío tremendo me invadió el cuerpo, a tal punto que no pude seguir corriendo. Una voz retumbó en mis oídos, me decía que tenía poca fe porque, si hubiese pedido los dos goles, los hubiera tenido. La prueba estaba superada... Ahora mi misión es disciplinar a, un grupo, eclesiástico: los Atletas de Cristo. Así conocí a Eduardo Bennett, Sandro Guzmán, Leonel Gancedo, chicos de las inferiores, tenistas, basquetbolistas y dirigentes. El propósito que Dios tenía era glorificar su nombre con el fútbol como excusa..."

Vive aferrado a este presente con San Lorenzo en lo más alto del campeonato. Sueña con volver a ponerse la casaca de la Selección Brasileña... Una calesita de recuerdos da vueltas sin fin desde que Telé Santana lo convocó con el Mundial ‘86 en puerta: “Quedé en el equipo que fue a México cuando nadie lo esperaba. El día que dieron la lista de convocados, en Campiñas, me recibieron con banderas. Fue una fiesta, toda mi familia lloraba..."

¿Cómo olvidarlo? Si lo único que deseaba ese pequeño de 17 años era conocer a Zico, su máximo ídolo. “Para la primera presentación me compré zapatos, saco, corbata, todo para saludar a Zico. Y él entró con jeans gastados, camisa floreada, fue una desilusión..." Cuenta y se emociona. Recuerda y sonríe. “Sólo entré en tres partidos, pero jugué los 30 minutos suplementarios frente a Francia. Después, en el '89, salí campeón en la Copa América como titular. Aunque ya había ganado el Mundial Juvenil en el '85, ésa fue mi mayor satisfacción con la verde amarilla porque en Italia '90 el titular fue Careca...”

Todos los miércoles conduce las reuniones de los Atletas. Lee la Biblia cada noche. Está editando un video con sus vivencias eclesiásticas y sus goles. Se apoya en su mejor jugada: haber conocido a Jesucristo, donde para Paulo no hay posibilidades de empatar. Pero su sueño desembarca en Boedo. “Tenemos grandes chances de ser campeones. Mantuvimos el equilibrio en la mayoría de los partidos. Terminamos con algunos fantasmas como Newell's, Español, Mandiyú... Además, el Bambino es un fenómeno, diferente a todos los técnicos que me dirigieron: tiene personalidad, convicción y sabe mucho de táctica. Passet está seguro; la defensa concentrada, el medio gana, y los de arriba la meten. ¿Silas? Busca jugar y gustar, yo estoy para cambiar y ahora también con un poco más de sacrificio. No quiero ilusionar a los hinchas, pero tengo un Paulo Silas do Prado Pedirá, el elegido.@

 

 

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