Un reciente viaje me permitió disfrutar algunos partidos de la Copa Confederaciones en Berlín, así como conversar con algunos profesionales vinculados al fútbol. Lo primero que me llamó la atención es que cada uno de ellos hinchaba por un club distinto: había fans del Augsburgo, del Colonia, del Hertha Berlín y, por supuesto, del Bayern Múnich. La afición estaba condicionada por el lugar de nacimiento y la identidad regional, muy lejos de nuestra clásica dicotomía. Uno de ellos, un viejo amigo que vive en Fráncfort, me contó que su hijo jugaba en las ligas menores del Eintracht. El nivel de organización en las divisiones infantiles es tal, comentó, que apenas acabado cada juego se actualiza la página web de la categoría donde se informan las estadísticas de cada partido, incluyendo goleadores. Alejandro tiene 8 años.
No debería ser una sorpresa. La pirámide del sistema futbolístico alemán consta de seis niveles que incluye desde las ligas estatales amateurs hasta las tres ligas profesionales, la primera de las cuales es la Bundesliga. Debajo del sexto nivel hay una extensión de divisiones territoriales que continúa la estructura hasta un quinceavo escalón, la Kreisliga, que se ocupa de las competiciones distritales. En total, para la temporada 2016-17, se inscribieron 31.645 clubes, lo que da sentido a un estimado de hace una década que sugería, para asombro mundial, que el 20% de los alemanes practica el fútbol regularmente. ¿Es una sorpresa que Alemania sea capaz de tener dos selecciones adultas paralelas, a la vez que su combinado Sub 21 obtiene el título de dicha categoría?
El amor al fútbol no es una expresión vacua, ni se mide a través de los destrozos que causan los ultras, ni se expresa a través de cuánto nos indignan los triunfos del vecino, ni cuán capaces somos de insultar a alguien por su diferencia. El amor al fútbol solo se puede manifestar de dos formas: jugándolo y viéndolo jugar. En ambos criterios Alemania excede cualquier expectativa. De lo primero hemos dicho algo ya. De lo segundo hay data.
La Bundesliga es el segundo torneo que más asistentes convoca en el mundo, en cualquier deporte, con 43.300 espectadores en promedio por encuentro, solo después del fútbol americano. Para tener una idea de lo que ello significa el lector peruano debe imaginar cada partido del Torneo Apertura con el Estadio Nacional lleno, así sea un Sport Rosario contra Alianza Atlético en Sullana. La verdad, lamentablemente, está muy lejos de esas cifras, ni por pasión ni por infraestructura. Cuando San Martín y Cantolao jugaron en el Miguel Grau del Callao el pasado 23 de junio fueron, según la estadística publicada por la ADFP, 254 valientes, de los cuales solo 22 pagaron entrada. El resto fueron invitados. Hay más espectadores en algunos santos infantiles.
El Borussia Dortmund, por su parte, es el club que más espectadores lleva a su sede, con un promedio de 79.653 hinchas por ‘match’. En estas tierras, Alianza Lima y Universitario de Deportes, los clubes más populares, luchan por convencer a 5 mil espectadores de ir a verlos, salvo cuando juegan entre ellos. ¿Se podría decir, con algún fundamento, que al peruano le gusta el fútbol? ¿O se puede sentenciar, más allá de toda duda, que Alemania se encuentra en el lugar que le corresponde en el orden futbolístico?