Un derbi a cero, el primero de la historia en el Wanda Metropolitano, reafirmó las dudas del Atlético y el Real Madrid, apartados los dos de su mejor versión a estas alturas del curso, más lejos del liderato, ya a diez puntos del Barcelona, y empatados en un duelo frustrante, del que salen derrotados los dos.
Porque el punto no les vale para casi nada en sus pretensiones en la Liga, porque el juego tampoco sirve para nada si se trata de recuperar sensaciones perdidas, salvo en casos individuales y puntuales, porque aún anhelan a Griezmann, Cristiano o Benzema y porque ganar un derbi en los últimos tiempos requiere mucho más de lo que demostraron este sábado el conjunto rojiblanco y el blanco.
El partido fue mucho más tenso que preciso, mucho más vibrante que brillante, mucho más de pelea que de combinación, con toda la presión que había generado el Barcelona horas antes, con toda la responsabilidad de mirarle a once puntos antes del inicio del duelo en el estadio Wanda Metropolitano y con todo el peso de un derbi.
La táctica está muy medida. Pero incluso hoy hubo margen hasta para el error, unos cuantos, como la primera ocasión: un regalo de Raphael Varane a Correa que el argentino malgastó ante Kiko Casilla; una concesión defensiva del Real Madrid y una concesión ofensiva del Atlético en el minuto 3, con lo que puede suponer en un partido así.
No marcó entonces el Atlético, inseguro esta temporada en los últimos metros, donde se ganan los partidos, pero también con unas dificultades evidentes para crear ocasiones como no se le ha visto casi nunca en la era Simeone, quien pobló su centro del campo con cinco hombres, con Thomas probado toda la semana de media punta y retrasado en el momento del partido hasta su posición más habitual.
Un plan efectivo un rato ante el Real Madrid, contenido entonces, cortado en sus transiciones de medio campo, sin vías para desbordar y sin espacio adelante para correr durante media hora de posesiones sin profundidad del equipo blanco, verticalidad embarullada en el bloque rojiblanco y sin ninguna oportunidad más. Sin destino final.
Cada centro sobre el área del Real Madrid, con Isco perfilado hacia la banda izquierda para medir sus regates con Juanfran, lo repelía omnipresente Stefan Savic; cada intento en ataque del Atlético se perdía en un regate, en un arrebato incontrolado o en tantos y tantos metros por recorrer, sobre todo desde el minuto 30.
Ahí ya había cambiado el partido. Ya sentía más descontrol el Atlético. Y ya percibía, y encontraba, más huecos el Madrid, como en una pared entre Cristiano Ronaldo y Toni Kroos finalizada fuera por el alemán, en una sucesión de centros por la banda izquierda de Isco o Marcelo o un cabezazo de Sergio Ramos que terminó con un golpe y sangre en la nariz. Aguantó hasta el descanso. Le reemplazó Nacho.
Preso de la táctica el Atlético, sin el desborde constante el Real Madrid, todo fiado a una genialidad de Isco, el primer tiempo terminó con la sensación de que uno y otro tienen mucho más, también de que la victoria en un derbi exige más, pero, a la vez, de que ya se jugaba más a lo que proponía el equipo blanco que el rojiblanco.
Necesitaba un impulso el Atlético. Lo buscó Simeone en Carrasco, desde el banquillo al campo en lugar de Thomas. Tuvo algo de efecto en el equipo rojiblanco, que dio un paso más adelante; por extensión en el Real Madrid, que, de pronto, sin que su rival hiciera nada muy diferente de lo anterior, desapareció del campo contrario, sin noticias de Benzema y Cristiano. Tampoco al otro lado de Griezmann, pitado cuando fue sustituido por Torres a falta de cuarto de hora.
El atacante madrileño y Gameiro, en lugar de Correa, fueron la apuesta final de Simeone. La primera conexión entre los dos, finalizada por el atacante francés, la sacó bajo palos Varane, oportuno ante la vaselina que había superado a Kiko Casilla. En el otro lado, Oblak repelió un lanzamiento de falta de Cristiano y un disparo de Toni Kroos destino al empate sin goles.
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