El pasado miércoles hubo una gran noche de fútbol con el Clásico del Astillero y el repechaje entre las selecciones de Perú y Nueva Zelanda, en el que se jugaban el último boleto para la Copa del Mundo Rusia 2018. En el renovado estadio Capwell, con sus instalaciones llenas hasta las banderas, Emelec se afianzó en el liderato del torneo nacional al vencer sin discusión a Barcelona 3-0. Esta victoria aumentó las posibilidades de los eléctricos para ganar la segunda etapa y disputar el título con Delfín, pues tiene cuatro puntos de ventaja cuando faltan cuatro jornadas para que concluya la fase regular del campeonato ecuatoriano.
El funcionamiento de Emelec fue impecable en todas sus líneas. Si ese hubiera sido el rendimiento del elenco a lo largo del año -o al menos parecido-, sin duda que el cetro ya lo tendría en sus manos. No ha tenido actuaciones regulares, pero la del miércoles lo mostró seguro, bien en la contención, armónico en su tendencia al toque para construir los ataques, eficiente en sus llegadas al arco contrario y con gran predisposición física.
Barcelona fue todo lo contrario a su adversario. Inseguro en la retaguardia, sin ideas en el medio campo y carente de eficacia en sus incursiones al marco custodiado por Esteban Dreer. No ha sido un buen año para los pupilos de Guillermo Almada. Salvo los partidos como visitante en la Copa Libertadores, certamen en el que cayó en semifinales, los del certamen nacional han sido una calamidad. Parece haber influido en el ánimo de los jugadores la prédica negativa en el sentido de que todo el empeño debía concentrarse en la Libertadores y dejar librados a los futbolistas de la responsabilidad de pelear el campeonato nacional.
En el último Clásico fue notorio el decaimiento del plantel y la resignación con que aceptaron la goleada. Los jugadores que entraron al cambio, tratando de revertir las cifras del marcador, tuvieron un opaco papel y no aportaron nada. Los extranjeros tuvieron muy escasa influencia en el ánimo presuntamente victorioso para tratar de conseguir un cupo a la Libertadores o la Sudamericana. El colombiano Jefferson Mena fue muy discreto, como lo ha sido en toda la temporada cada vez que el técnico le ha otorgado una chance. Gabriel Marques solo corrió sin posibilidades de frenar las incursiones eléctricas. Matías Oyola -el mejor jugador de este pésimo año, pese a la poca colaboración de sus compañeros- no pasó de regular. Jonatan Álvez estuvo más preocupado de buscar pleito que de aportar con goles y Damián Díaz confirmó que es un caso perdido. No ha tenido un solo encuentro aceptable en todo el año. Un fracaso en este torneo y en la Copa. Es el futbolista mejor pagado de nuestro país; tiene tan buena prensa que lo consideran el mejor 10 de la historia, un garrafal error de ciertos analistas y de buena parte del público, ambos sectores conformados por bisoños ‘periodistas’ y fanáticos que opinan de toda la historia, pero solo han visto jugadores de los últimos cinco o seis años.
El rotundo fracaso de Díaz debe hacer reflexionar a una dirigencia que -ya sabemos- ejerce muy poca autocrítica y considera una agresión todo aquello que considera una posición contraria a su opinión. Pero la verdad es el único argumento de quienes somos reacios a aceptar la política del pensamiento único después de diez años de agresiones verbales y físicas y juicios amañados a periodistas y medios con espíritu crítico. Aún habemos quienes rechazamos la sumisión interesada, el franeleo a los dirigentes y las amenazas veladas o directas. Nadie va a apartarnos de esa línea aunque algunos presuman de ostentar un poder que intelectualmente les queda grande.
A Emelec le quedan tres compromisos muy complicados ante Independiente del Valle, El Nacional y Liga de Quito, y uno en teoría accesible ante Guayaquil City. Sin embargo, sus seguidores son optimistas y lo han demostrado en las redes sociales, pero es muy temprano para cantar victoria. Basta ver en el Facebook la euforia de partidarios eléctricos como Galo Pulido -el gran crack de la historia celeste y plomo-, Eloy Carrillo y Kiko Fernández -que han sacado pecho desde Los Ángeles-, y en nuestro patio a Fernando Franco Uscocovich, Teodoro Cercado -quien en su momento fue una promesa en las filas juveniles-, Walterinho González, Víctor Hugo Vicuña en Milagro y muchos más.
Lo de Perú es épico y contrasta con la eliminación de nuestra Selección, que cumplió el más pobre papel en la historia de las eliminatorias desde que se juega todos contra todos. El gran responsable del logro de la clasificación es el técnico argentino Ricardo Gareca, quien supo levantar a un combinado que hasta hace poco se consideraba eliminado. He leído las notas que el periodismo peruano le dedicó en marzo de este año. Fueron muy duras y hasta se pidió su despido. En diez partidos los sureños apenas habían conseguido 8 puntos de 30 posibles.
Gareca se reunió con los dirigentes con los que planteó una renovación total, dejando en el plantel a dos consagrados: Claudio Pizarro y Jefferson Farfán (luego reintegrado). Hombre de vasta experiencia, el exgoleador argentino llamó a jóvenes futbolistas y se ganó su afecto y su confianza. Inculcó en ellos un ánimo victorioso y les reclamó total entrega para lograr el objetivo. Perú empezó a ser otro desde la renovación y las aspiraciones crecieron cuando nos ganó en Quito 1-2. Hoy Gareca es considerado en Perú un héroe.
El ahora técnico fue un destacado jugador de Boca Juniors, Sarmiento de Junín, Vélez Sarsfield, Independiente, América de Cali y la Albiceleste. Tuvo un gran paso por América con el que ganó los campeonatos de 1985 y 1987. Jugó con los caleños la Libertadores y fue goleador de la edición 1987. Con Argentina marcó el gol que clasificó a su país a México 1986 y dejó fuera a Perú al que ahora -paradojas de la vida- lleva a Rusia 2018.
Como técnico dirigió a San Martín de Tucumán, Independiente, Colón, Quilmes, Argentinos Juniors, América de Cali, Santa Fe de Bogotá, Universitario de Perú, Vélez Sarsfield y Palmeiras, obteniendo títulos consecutivos con Vélez y Universitario. Consultando al diario peruano Gestión sabemos que Gareca ganaba hasta la clasificación $ 70.000 mensuales, lo cual contrasta con el dispendioso contrato que la FEF firmó con Quinteros, a quien pagamos nada menos que $ 91.000 mensuales, pese a que sus antecedentes eran muy modestos frente al prestigio de Gareca.
Un derroche de dinero porque para dejarnos fuera del Mundial Quinteros y su equipo se embolsaron nada menos que $ 4’889.596. Una inversión de país rico en un medio empobrecido, con clubes que deben hasta cuatro meses de sueldos y no tienen cómo sobrevivir. Pero ya viene un ‘ángel del paraíso’ que nos va a llevar a la riqueza futbolera. Carlos Villacís trae de la mano a Paco Casal. Ya analizaremos ese espinoso tema.