El 26 de junio de 1996, la afición rioplatense le regaló a su equipo el mejor recibimiento que hasta ahora se haya visto en un estadio de fútbol en el mundo.
Fueron casi dos minutos llenos de fuego y pasión, en medio de un césped que lejos estaba de ser verde, repleto de papeles rojiblancos y el humo de los fuegos artificiales que desde las tribunas hacían casi imposible ver el balón en la cancha.
Esa noche la afición de River Plate estaba jugando su partido más importante previo al inicio de la final, cosa similar podría vivir la noche del miércoles Tigres en la final de la Copa Libertadores, en su visita al Estadio Monumental.