Por EDUARDO TUCCI
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Hacía mucho tiempo que un partido no provocaba la expectativa que el mundo del fútbol está dispensando al choque entre Boca y River del miércoles. La Supercopa, en una definición que con seguridad no tendría la misma dimensión si otros fueran los contendientes, ha logrado desviar la atención sobre la Superliga, la Libertadores y la Sudamericana para colocar todos los reflectores sobre lo que vaya a ocurrir en el Malvinas Argentinas de Mendoza.
Y como si todos los ingredientes que se han ido sumando últimamente no fueran suficientes el sábado a la noche los dos súper-rivales se retiraron gananciosos de sus respectivos partidos por la 19na. fecha del torneo local en forma agónica. Aquel festejo alocado de Guillermo en la Bombonera en tiempo de descuento y el “blooper” de Patronato que le trajo un poco de paz a Marcelo Gallardo marcaron una previa cargada de dramatismo y felicidad.
Claro que cuando la pelota empiece a rodar este miércoles las estadísticas y los antecedentes tendrán una validez relativa frente a la trascendencia que tiene para ambos llevarse el premio mayor. Decir que llega mejor Boca no resulta para nada original como tampoco afirmar que los millonarios entraron de un tiempo a esta parte en una pendiente que afecta tanto a los rendimientos individuales como al quehacer colectivo.
Lo cierto, real y concreto es que esta Supercopa, pese a su escasa tradición, se ha transformado en una meta indispensable para ambos. Fueron días, semanas y hasta meses de intensa discusión sobre lo que puede ocurrir cuando crucen sus caminos el vigente campeón del torneo de primera y el de la Copa Argentina.
A punto tal se dimensiona el valor de este resultado que una vez finalizados los noventa minutos en tierra mendocina no son pocos los que anticipan consecuencias e influencia en el futuro inmediato de cada contrincante.
Y para entender, en parte, la trascendencia de la definición conviene recordar que no se producía una situación semejante desde hace 41 años. El 22 de diciembre de 1976 fue la única vez que hubo un mano a mano entre Boca y River en la era profesional para definir una competencia. Se enfrentaron por el torneo Nacional de ese año con 70.000 personas delirando en la cancha de Racing: la historia cuenta que un tiro libre de Rubén Suñé le dio el triunfo y el campeonato a la escuadra xeneize.
Boca tiene la punta en la Superliga con una diferencia holgada respecto del resto. Además, el triunfo sobre Tigre tuvo un sabor especial para Guillermo Barros Schelotto que se aseguró quebrar el récord de Carlos Bianchi con 39 fechas consecutivas como puntero. El equipo de los mellizos lleva 37 en esa condición pero como tiene una ventaja de ocho unidades sobre su escolta superará la marca. O sea que los números le sonríen desde todos los ángulos.
River, por su parte, llega envuelto en un mar de dudas pero apostando a aquel repetido argumento de que “un superclásico es un partido aparte, que poco tiene que ver con los antecedentes inmediatos de cada uno”. Más que nunca está en juego la mano de Marcelo Gallardo para dar forma a lo que hoy se parece a un rompecabezas difícil de armar.
Pero, más allá de victorias agónicas, antecedentes y controversias, se vienen 90 minutos cargados de emoción en lo que pinta para ser el choque del año.