No tengo ninguna gana de hablar de temas vergonzosos como el ingreso de Paco Casal a nuestro balompié, que lo convertirá –como en Uruguay– en dueño de jugadores, técnicos y selecciones. En su país se apoderó –gracias a influencias y dinero– de los derechos federativos de cientos de futbolistas a los que sometió a su voluntad. Si querían tener la posibilidad de ingresar a un club grande, o emigrar a Europa, tenían que firmar con Casal. Los clubes debían pisar despacito, con cuidado de no enojar al zar del fútbol, y la Asociación Uruguaya se vio obligada a vender los derechos de televisión del campeonato a Casal, desechando una oferta de una empresa argentina que valía el doble de la propuesta del todopoderoso empresario.
Más tarde se apoderó de la selección celeste. Hizo nombrar director técnico al maleable Daniel Passarella. “No se preocupen del sueldo, lo pago yo”, dijo a los pusilánimes dirigentes uruguayos sometidos bajo amenaza. Passarella convocaba en base a una lista enviada por Casal en la que estaban los que tenían posibilidades de ser vendidos a los equipos europeos. Con estas y otras maniobras llegó a ser –y sigue siéndolo– la voz más escuchada del fútbol charrúa. Es difícil que los débiles cuadros dirigenciales de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) puedan oponerse a este Hércules que ya está instalado en las altas esferas.
Pero no es de este tema del que quiero hablar hoy. Tengo el alma lacerada por tanto dolor acumulado. La muerte ha soplado como un ciclón llevándose a nuestros amigos y ha hecho que tengamos siempre en el colgador lista la ropa de luto. Demasiados afectos barridos por la guadaña inevitable. “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”, dijo el poeta y prosista español Antonio Machado. Pero tememos al impacto espiritual que nos causa el saber que a la gente que queremos no podremos verla más, sino apelando al asidero del recuerdo. Tampoco escucharemos su voz mientras sus manos se escaparán al reconfortante gesto de estrechar de la diestra y al estimulante abrazo.
Hace un poco más de un mes despedimos a Pepe Hidrovo Peñaherrera, compañero de luchas universitarias en los turbulentos años 60 y luego hermano de pileta cuando decidió hacerse nadador máster a los 48 años. Fue un ejemplo de constancia y de superación. Apenas dos años después de haber aprendido a nadar se alineaba con nosotros en la partida de la carrera Durán-Guayaquil para ser actor de una proeza incomparable por más de veinte travesías. Con el uniforme de Emelec y la casaca de Ecuador participó en Mundiales, Sudamericanos y Bolivarianos de Másters. Fue medallista mundial en Italia y Sudamericano en Lima y Cali. Hace poco desapareció de la piscina y supimos que el mal al que todos tememos había aparecido en su organismo hasta que se rindió.
Tras él vinieron los funerales de Efraín Rodríguez Carrión, en Milagro; Julio Villagrán Lara, maestro del periodismo; Jaime Véliz Litardo, inolvidable compañero de EL UNIVERSO cuando la redacción estaba en la calle Escobedo; y Tomasito Peñafiel, infaltable a la regata Guayaquil-Posorja con la vieja tropa de Liga Deportiva Estudiantil. Parecía que la segadora nos daba una tregua. Olvidamos que “Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin”, como lo advirtió Rabindranath Tagore. Hacía un año que en una reunión inolvidable organizada para recibir a Jorge Jiménez Lascano y Judy Mucha nos reunimos algunos nadadores de los años 50 y 60. Peter Bohman, Roberto Frydson, César Jiménez, Elmo Cura Suárez y este columnista, más algunos que pueden evadirse de la memoria, estuvimos aquella noche. Y con nosotros, al mucho tiempo, Raúl Thoret Alemán, uno de los más brillantes nadadores de nuestra generación. Hubo más carcajadas que palabras al conjuro de tantas aventuras piscineras.
Raúl era el espaldista más notable en 1961, pese a su juventud. Fue medallista de oro en ese año en los Bolivarianos de Barranquilla y en el Sudamericano de 1962, en Buenos Aires, fue medallista de plata por un fallo en que lo perjudicó el voto de un juez ecuatoriano. También fue seleccionado a los Juegos Panamericanos de 1963. Alegre y travieso pertenecía a una familia de notables nadadores en la que empezaron a destacar su hermana Bertha y él. Después vino María Rosa y en el torneo de novatos de 1968 apareció Odette, que en su estreno venció en 50 metros libre a Mariuxi Febres-Cordero, también debutante. El último representante fue Félix quien, como sus hermanos, llegó a la selección nacional. Como siempre, fue una llamada la que nos alertó del deceso de Raúl. Inesperado para nosotros, pero presentido por su familia que lo cuidó en una penosa agonía. De nuestra generación ya fallecieron Oswaldo Méndez, Esteban Sachs, Agustín Andrade, Ricardo Navas, Andrés Vasconcellos, José Falquez, Gustavo Abad, Raúl Thoret. Gastón Thoret, el formador de todos, a excepción de Falquez, también rindió tributo a la vida.
Entre los nadadores másters hubo alguien que en los últimos años fue insignia de orgullo por su dedicación a los entrenamientos y su participación internacional: Nelson Suárez Sevilla. Lo conocí en 1955 cuando me hice nadador. Dueño de un estilo muy elegante, fue un reconocido velocista. En 1963 dejó los carriles y se dedicó a los saltos ornamentales a una edad en la que otros más jóvenes estaban retirándose. En 1964 fue seleccionado nacional al Sudamericano que se realizó en la piscina Olímpica. Después de ese torneo se dedicó a preparar a sus hijos, a quienes enseñó desde los primeros movimientos. Su éxito como entrenador fue instantáneo. Nelson Suárez Jr. fue campeón sudamericano infantil en 1969 en Cali, y luego tuvo brillantes actuaciones internacionales con preseas de oro y plata incluidas en certámenes de primera categoría. Llegó a participar en el Mundial de Belgrado, en 1973. Su hermano Octavio fue seleccionado nacional a los Bolivarianos de La Paz en 1977. Nelson ganó oro en trampolín y plataforma, mientras Octavio obtenía medalla de plata en plataforma. Más tarde apareció Abraham, múltiple campeón sudamericano en juveniles y primera categoría.
Nelson Suárez padre, ganador de medallas de oro en los últimos sudamericanos y mundiales de natación y saltos, acaba de ser sepultado luego de ser víctima de esas autopistas de la muerte que son nuestras carreteras. Hace pocos días, en un libro biográfico, leía una cita de Publio Siro, poeta dramático romano del siglo I a. C.: “El hombre muere tantas veces como pierde a cada uno de los suyos”. Los viejos amigos son también parte nuestra. ¿Cuántas veces estamos condenados a morir?
Nelson Suárez Sevilla se dedicó a preparar a sus hijos, a quienes enseñó los primeros movimientos en saltos ornamentales. Fue sepultado luego de ser víctima de esas autopistas de la muerte.
(O)