El brasileño José Gómez Nogueira, técnico de la selección ecuatoriana en 1969, dejó por escrito un informe contundente. Cuenta la leyenda urbana que cuando se enteraron del contenido los dirigentes de la época del máximo organismo del balompié nacional prefirieron confidencializarlo, declarándolo top secret. No creo que la actual FEF tenga en sus archivos históricos dicho documento.
La prensa de ese entonces comentaba que era un informe descarnado, acusador, crudo e increpativo. Otra parte de la prensa alegaba que las autoridades del fútbol tendrían que hacerlo público para que sea el aficionado el que se entere de la realidad de sus ídolos, los seleccionados de nuestro país, algo que nunca sucedió. Y por supuesto, otra parte de la prensa ecuatoriana mencionaba que Gómez Nogueira, con el afán de mitigar su responsabilidad, le echó toda la culpa del fracaso a los jugadores. Con el pasar del tiempo se pudieron sacar algunos extractos de dicho informe, que pudieron salir fraccionados a la luz pública y que vale la pena conocerlos. Fueron retazos de un informe que, según dirigentes de esa época, confirmaron tenía más de 20 páginas. Lo que se publicó fueron los análisis individuales de los seleccionados y alguna que otra recomendación.
Mi afán no es ir al detalle de ese análisis, pero sí creo necesario transcribir una de las conclusiones que el técnico brasileño escribió: “Conste, esto lo digo porque HAY QUE SANEAR EL FÚTBOL ECUATORIANO. Hay jugadores que sin esa ‘ayuda milagrosa’ no podían seguir jugando”. “Ahora se explica cómo futbolistas que beben, trasnochan y se excusan de ir a los entrenamientos en la semana y con un físico débil, pueden correr como atletas en un partido de 90 minutos”. Pero si esto les parece espeluznante, Gómez Nogueira agrega: “Algunos acostumbrados, en cambio, pidieron el dopping sin ningún escrúpulo. Los efectos tardaron mucho y solo se presentaron en el segundo tiempo. Durante los 30 primeros, los jugadores no tenían idea de lo que hacían, algunos cayeron en las gradas del túnel y otros vomitaron, claro que en muchos casos el jugador se inyecta por cuenta propia”.
Hasta ahí el informe despiadado. En la actualidad los informes que presentan los DT de las selecciones y de equipos se sustentan en fotitos de los entrenamientos, alineaciones usadas, el resultado y la ubicación final del torneo. Hay directores técnicos que han preferido guardar silencio cómplice, con sus raras excepciones, como el informe de Dusan Draskovic cuando separó a dos futbolistas antes de la Copa América de Ecuador 1993 por haber llegado en estado etílico.
Hay algo reciente que no podemos olvidarnos: el escándalo de los cinco jugadores antes del partido contra Argentina en la última eliminatoria. Sería muy bueno conocer el informe, si es que lo presentó el DT Célico, o si la FEF también decidió calificarlo top secret. La historia se podría llenar con inconductas, como las del 2000 con Hernán Gómez, o con Reinaldo Rueda en el 2014 en pleno Mundial de Brasil, o las conocidas en época de Gustavo Quinteros, etcétera.
Ante ese cuadro de inconductas nos preguntamos ¿por qué se lo hace? ¿Por qué la indisciplina supera la responsabilidad que da ser un hombre público que siempre está representándonos en torneos internacionales? Y por supuesto que me estoy refiriendo a los que han roto los códigos de conducta. ¿Es acaso que para ellos es muy poca cosa vestir la camiseta del club que lo ampara o peor aún si es la camiseta de la selección, el equipo de todos?
Es tal la irresponsabilidad que a veces creo que ellos entiendan que siendo la habilidad futbolística parte de su patrimonio personal, lo entregarán a beneficio de sus seguidores cuando ellos lo crean oportuno, con las condiciones que ellos ponen. Y entre ellas sobresalen las recompensas económicas y el uso de sus tiempos libres. Sobre este tema el filósofo escocés Alasdair MacIntyre distinguía entre bienes internos y bienes externos. Entre los internos está competir en excelencia y su logro supone un bien para toda la comunidad y explica el caso así: “Si un chico juega el ajedrez, movido para conseguir unos caramelos, tendrá todos los motivos para hacer trampa si se le presenta la ocasión, pues su objetivo es conseguir la preciada re compensa. Pero si compite por la gloria, por el éxito, utilizará la imaginación estratégica, la intensidad competitiva. Entonces no tendrá ningún motivo para engañar, para jugar fuera de lo éticamente aceptable”.
Queda claro que quienes lo violentan libando o trasnochando, no solo no rendirán deportivamente, sino que erosionarán la dignidad, oscurecerán lo lúdico del deporte y sobre todo distorsionarán los valores con que los jóvenes deportistas interpretan cuál es el paradigma para ser un futbolista famoso.
En estas últimas semanas el fútbol ecuatoriano se ha enterado de la acción legal que una trabajadora sexual inició contra Marlon de Jesús por una supuesta agresión. También la noche bohemia de Jorge Guagua en una salsoteca. Esto, además de estremecer, repercutió deportivamente cuando el zaguero no fue convocado para un partido de Copa Libertadores, en Buenos Aires. Luego vino el acto de arrepentimiento público, donde manifestó: “Ya saben todos ustedes lo que pasó, pido disculpas al presidente y al cuerpo técnico, igualmente a la hinchada. No era el momento de cometer ese error, pero ya pasó. Ahora a tratar de hacer las cosas bien. No soy de estar en estas cosas, no tenía que salir”.
Parte del periodismo resalta la valentía de reconocer el error y los lamentos de Guagua al aceptar las consecuencias. El aficionado azul sabrá aquilatar el grado de contrición y sobre todo de enmienda, que tienen sus dichos para recogerlo y ampararlo nuevamente.
Yo me declaro escéptico. Los antecedentes sobre este traumático tema me han convertido en incrédulo. También estoy consciente de que el fútbol posee un factor sobrenatural, a veces inexplicable, entratándose de querencias sobre los ídolos deportivos. Recuerdo el caso de Maradona, nacido en un barrio de miseria, que enfrentó el éxito sin educación el triunfo. Y a la gloria sin humildad y con soberbia. Recordamos que su dopaje eliminó a su selección del Mundial de 1994, pero toda esa indignación y vergüenza que generó en pocos días, se revirtió incomprensiblemente a su favor. Un periodista argentino llegó a escribir que Federico Nietzsche, si hubiese vivido, habría escrito: “Así habló Diego, en vez de Zaratustra, porque Maradona representaba en la teoría del superhombre, como producto de la voluntad del poder, más allá del bien o del mal”.
A veces me cuestiono y pongo en interrogación ¿somos o no catalizadores, para la opinión pública, de los valores que deben resguardar a las sociedades? ¿O es que una gran jugada o la genialidad que se necesita para ganar en la cancha es suficiente para olvidarnos de lo sucedido fuera de ella? ¿O tal vez se vuelva un consuelo suficiente cuestionar a quienes sí tienen un comportamiento aceptable, aleguen que lance la primera piedra quien esté libre de pecado?
Creo que ya es tiempo de andar con mucha prudencia y dejar el sentimentalismo para otras situaciones, porque esto de las violaciones de los códigos de conducta de los hombres públicos, en el caso deportistas, pueden mandar mensajes equivocados y crear precedentes nefastos. Es hora de reflexionar que la compasión puede también convertirse en una apología a la impenitencia y eso es fatal para cualquier sociedad. (O)
Parte del periodismo ha resaltado la valentía de Jorge Guagua al reconocer su error. Yo me declaro escéptico. Los antecedentes sobre este traumático tema me han convertido en incrédulo.