Lleva el aroma de Antoñete prendido de su toreo, ¿habló alguna vez con él?
—No tuve esa fortuna. Muchas veces digo que llego tarde a todos los sitios. Echo mucho de menos no haber tenido la ocasión de conocer en persona al maestro Chenel, escucharle y mirarle a los ojos. También me hubiera gustado estar cerca de José María Manzanares y no sólo por el concepto que tenían del toreo sino, también, por su filosofía de vida.
—Entre otras cosas, el maestro Chenel le habría mostrado su corazón madridista a un atlético como usted.
—Bueno, ahí habría habido tema. Yo soy del Atleti y ese sentimiento está muy ligado a mi forma de entender el toreo. No disfruto cuando me juego la vida delante de un toro, me entrego, sufro y paso mucho miedo. Creo que es una filosofía muy cercana a lo que es el espíritu del Atlético, sobre todo en esta última época del Cholo. El Atleti es lucha y sacrificio y eso, como decía el Cholo, es innegociable y el toreo va por ahí.
—¿Se cambiaría por alguno de los astros del fútbol?
—No, una vez José Tomás dijo que vivir sin torear no es vivir y me agarro a eso. No hay nada que supere la sensación de pasarse un toro por la cintura, sentir su aliento en mitad de un natural. Hubo un momento en que desapareció mi ilusión por ser torero y un gran amigo me ayudó a reencontrarme. Cuando me sacudí complejos, desnudé mi alma y saqué de mi interior lo más puro es cuando me he sentido más a gusto, sobre todo en Las Ventas.
—¿Cuánto de mística ‘teresiana’ existe cuando escucha el silbido de una cornada y no se inmuta?
—Son muy pocos momentos en los que se llega a conseguir eso, pero cuando sucede es algo increíble. Ser capaz de abandonar tu cuerpo, evadirte del tiempo y el espacio y quedarte como una burbuja flotando en el aire dejando que fluyan tus movimientos. Es un estado de trance que conecta con uno mismo y con el espectador. Previo a ese momento hay muchas horas de entrenamiento, de mentalización y meditación. Muchos paseos por el campo solo o acompañado de amigos íntimos.
—¿Es necesario agarrarse a la religión para ser torero?
—No tiene nada que ver. Creo en energías pero no me fijo en ningún dios, en ninguna religión. Muchos toreros, antes de hacer el paseíllo, se meten en la capilla más por egoísmo y el miedo que sienten que por una sólida creencia religiosa. Necesitan ligarse a algo y creer que hay un más allá. Yo en lo único que creo es en el esfuerzo, la dedicación y el sacrificio.
—¿Le domina alguna superstición?
—No tengo supersticiones y cuando siento que alguna se quiere colar dentro de mí intento hacer todo lo contrario para sacudírmela. Lo terrible es cuando haces eso y ese día te sale todo al revés. A mí me gusta llevar la contraria, por eso comienzo el paseíllo con la pierna izquierda y me empiezo a vestir por el lado izquierdo.
—¿Qué piensa cuando contempla a algunos futbolistas arrodillados en el césped y rezando antes de los partidos?
—Respeto los actos de todo el mundo, hay futbolistas religiosos y el rezo forma parte de un rito que les debe consolar. Si a ellos les sirve y les da más seguridad me parece perfecto.
—¿Cuáles son sus referentes como torero?
—Puedo decir que ahora mismo José Tomás me parece un mito, una leyenda viva del toreo. Y del pasado, Manolete, el mexicano David Silveti y, por supuesto, Antoñete.
—¿Qué coincidencia ve entre el toreo clásico de maestros como Antoñete con el de José Tomás?
—Bastantes. Antoñete, José Tomás y Silveti, han basado su toreo en la quietud y en el juego fantástico de sus muñecas. Toreros como Antoñete suplían sus deficiencias físicas con el quiebro de su cintura y el vuelo de sus muñecas. Ahí está el toreo más profundo. Y eso lo podemos contemplar en José Tomás y en Silveti, que tenía unos graves problemas de rodilla.
—¿Y en qué se diferencia un torero atlético de otro madridista?
—Ufff, no sé, hay grandes toreros en uno y otro bando, lo que pasa es que los toreros del Atleti nos hacemos notar más porque quizá somos más pasionales que los madridistas y como no ganamos todo el rato, cada vez que conseguimos algo damos más el cante.
—Un conocido torero rojiblanco es Miguel Abellán, ¿se expondría como él en programas de televisión como ‘Mira quien baila’?
—Tengo una gran amistad con Miguel y creo que se puede hacer cualquier cosa mientras se respete la profesión. A mí, personalmente, eso no me gusta, pero es posible que sea porque yo soy tímido y no daría juego para esos programas.
—¿Salir en hombros por la Puerta Grande de Las Ventas es algo similar a ganar una Champions?
—Hombre, para los madridistas, que están más acostumbrados a ganar Champions, debe ser distinto. Yo estuve en la final de Lisboa y creo que si hubiéramos ganado lo habríamos celebrado más los del Atleti. Fue una noche muy dura. Estaba con unos amigos y, antes de que empatara Ramos, todos teníamos la convicción de que algo malo nos iba a pasar. Nos mirábamos con caras sombrías y no decíamos nada, pero todos pensábamos lo peor.
—No me lo imaginaba a usted, tan serio y tan sobrio, entre el bullicio de los hinchas en la final de Lisboa.
—Fui a Lisboa para desconectar de las malas sombras que me acechaban. Necesitaba un poco de aire y paisaje distinto, me consiguieron una entrada y me escapé con unos amigos. Estaba pasando una etapa difícil y aquello me ayudó a refrescar mi mente a pesar del descalabro final.
—El cabezazo de Ramos a la red en el minuto 93 se siente casi como una cornada.
—Fue un volteretón tremendo. También ese es el signo del Atleti, sufrir y sufrir. Fue algo que se veía venir porque el Madrid estaba arrollando en la segunda parte, sobre todo tras la salida de Marcelo y Di María. Me dio mucha pena porque el Atlético había hecho una temporada fantástica y todo su esfuerzo y sacrificio se diluyó en un segundo. Pero el equipo debe estar orgulloso y todos los que nos quedamos en el estadio tras el partido se lo reconocimos con nuestro ánimo.
—El griterío de la grada a algunos futbolistas les influye en su rendimiento, ¿cómo alteran a un torero los gritos de desacuerdo que llegan de los tendidos de una plaza?
—Hablando de Madrid, de Las Ventas, se escucha todo cuando estás ante el toro. Conviene estar fuerte de mente para que esos comentarios adversos no te saquen de la faena. El profe Ortega, el preparador físico del Atleti, alguna vez me ha comentado lo duro que es jugar en determinados campos por la cantidad de barbaridades que suelta la gente. A mí también me han afectado esos comentarios contrarios, sobre todo en mi época de novillero cuando encabezaba el escalafón y ya te trataban de otra manera menos benévola.
—¿Con qué se queda, con el aire a veces bullanguero y castizo de Las Ventas o con el renombrado silencio solemne de La Maestranza de Sevilla?
—No se puede comparar a nada el silencio de admiración y respeto que se siente en Las Ventas cuando ocurre algo grande en el ruedo. Un ¡olé! seco de la plaza de Madrid es lo más grande del mundo. Sevilla es muy bonito, pero cuando Madrid está contigo uno se estremece.
—¿Con qué futbolista del Atlético se identifica más?
—El arte que tiene Arda Turan me encanta. Tiene un temple superior y en la calle sigue siendo fantástico. También me gusta Tiago, del que me considero amigo, porque tiene una personalidad muy sólida, es un tipo sencillo al que le gusta pasar inadvertido.
—¿Y quién es para usted el futbolista más torero?
—Un futbolista muy sereno y artista, que hace genialidades sin aspavientos ni falsos alardes y con naturalidad es Pirlo, todo un futbolista y un torero.
—Su guiño a la Juventus le costó una reprimenda del doctor Máximo García Padrós mientras se recuperaba en el hospital de la grave cornada del pasado 2 de mayo.
—Pues sí, antes del partido de semifinales contra la Juve unos amigos atléticos vinieron a verme al hospital y me regalaron una camiseta de la Juve y me la puse en la cama. Al llegar el doctor García Padrós y verme de esa guisa me dijo: “Vamos mal, eh Alberto?, o te quitas esa camiseta o la cornada te la va a curar tu tía.” Es muy grande don Máximo, y por supuesto que me curó la cornada.
—El instante de cuadrar al toro para darle muerte, ¿tiene algo que ver con el momento con el penalti en el fútbol?
—Algún paralelismo hay. Muchos futbolistas lanzan penaltis a lo largo de un campeonato y los marcan, pero en el momento de una gran final, cuando un equipo se lo juega todo en ese lance que te puede dar la gloria o el fracaso para siempre, ese mismo futbolista falla el penalti. En el toreo ocurre lo mismo. Después de una gran faena hay que abrocharla con la muerte y ahí influye mucho la mente, la fortaleza síquica, el control de la ansiedad porque si fallas con la espada toda la obra anterior se puede venir abajo. Por eso es preciso un entrenamiento previo, pensar en el toro 25 de las 24 horas que tiene el día..
—Un clásico de la literatura taurina de Alberto Insúa, “La mujer, el torero y el toro” trata el tema de ese triángulo trascendental. ¿La mujer y el sexo influyen mucho en la trayectoria de un torero?
—La cruda realidad es que una mujer necesita un tiempo y una dedicación que ahora yo no puedo dársela. Además, el toro es muy celoso y lo quiere todo para él.
—Le llevaron las dos orejas a la enfermería tras su grave cornada del 2 de mayo en Las Ventas y usted declaró: “Sin sangre no hay paraíso”.
—Así es. Antes o después, si quieres alcanzar la gloria tienes que pagar el tributo con sangre. Todas las grandes figuras de la historia del toreo han pagado ese precio, y yo no voy a ser menos.