La memoria busca febrilmente, a la misma velocidad de las teclas, porque aprieta la hora del cierre. Intenta encontrar otro partido de mayor angustia y dramatismo en las Copas del Mundo. Se enciende una luz: Francia 3 - Alemania 3 en España ’82… Mismo los de anteayer, España 2 - Marruecos 2 y Portugal 1 - Irán 1. Seguro hay más, muchos más, pero, en este momento, Argentina 2 - Nigeria 1 es la cúspide de la excitación, del fútbol hecho drama, miedo, tensión. El fútbol propiamente dicho, el juego, entró en un decidido segundo plano en los últimos 40 minutos. Primaban los nervios, el apuro, la zozobra, la excitación… Hasta que el juez turco Cuneyt Cakir decretó el final y toda esa carga de adrenalina de los jugadores argentinos, de la Argentina entera, se derramó sobre el césped de San Petersburgo. Fue una descarga de veinte mil voltios. Y hubo llanto, emoción, abrazos, sonrisas, apretones, gritos alocados, festejos desaforados, sudor mezclado… En las tribunas, más de 40.000 argentinos también se abrazaban, lloraban, celebraban. Es este fenómeno único del fútbol, que genera sucesos tan imborrables para el alma de los hinchas. Ninguna otra actividad humana logra siquiera aproximarse a esto.
Más allá de la instancia y del juego (que no tuvo nada de brillante, salvo el golazo infernal de Messi) es una victoria que, estamos seguros, entrará en los anales de los grandes triunfos albicelestes, será recordada por siempre, dada lo trabajosa que fue, la necesidad imperiosa de ganar para no ser eliminados, las circunstancias. Y porque ya parecía imposible. Nigeria clasificaba a octavos de final apenas con el empate, y estaba empatando con un penalcito dudoso de Mascherano por agarrón en el área. Pero empataba. Y Argentina, con todos sus males a cuestas, sus crisis, sus penurias futbolísticas, dirigenciales, organizativas, técnicas, etcétera, buscaba afanosamente el gol que le diera el pase. Que le devolviera la alegría y le cambiara el semblante, el futuro, que le diera un instante de paz.
Era todo desesperación, confusión, empuje sin claridad, centros mal enviados, pases fallidos, imprecisiones. Hasta que llegó ese centro perfecto desde la derecha de Mercado y el único jugador que nadie hubiese imaginado en la vida que estaría ahí y marcaría un gol. Marcos Rojo, zurdo cerrado, entró resuelto y clavó un derechazo junto a un palo que el gigantón arquero Francis Uzoho, de Nigeria, no pudo tapar. Y explotó el estadio, se desató el delirio, en San Petersburgo y en la Argentina, y en la Antártida y en cada lugar del mundo donde un grupo de argentinos estuviera viendo el juego. Messi se subió a caballito de Rojo y no se bajaba, y Rojo (un toro) siguió corriendo como si arriba llevara un gorrión, no un hombre. Y estallaron los otros nueve, y el banco de suplentes, y Maradona en el palco y todos los que tienen el pecho pintado de blanco y celeste.
Quedaban cuatro minutos de tiempo normal y cuatro de adición; fueron eternos, casi no se jugaron, entre la nueva prisa de Nigeria y la resistencia no muy pulida, pero sí resuelta de Argentina. Hasta que llegó el ansiado final y Argentina pasó a octavos de final. Jugará con Francia en Kazán. El destino le dio una vida más. Tal vez este milagro le mejore un poco el juego en el próximo choque. En el primer tiempo, mientras el partido era fútbol puro, aunque no se destacaba nadie, Messi abrió el camino con un gol técnicamente antológico. Ante un delicioso pase de Banega por elevación desde 25 metros, a la carrera y apareado por el zaguero Omeruo, durmió el balón con el empeine izquierdo, la adelantó un poco con zurda y sacó un violento disparo cruzado con derecha. Seguramente el único futbolista del mundo junto con Neymar, capaz de semejante prodigio. Es posible que sea el mejor gol de la Copa hasta el momento. Eso le dio confianza a Argentina, que no jugaba bien, aunque dominaba. Y encendió a la tribuna. Messi tocó tres veces la bola en ese primer período: en el gol, luego haciendo una habilitación brillante para dejar sólo a Higuaín con el arquero (alcanzó a rematar pero pegó en el cuerpo de Uzoho) y un tiro libre que dio en el palo derecho. Tres intervenciones, tres acciones de magisterio.
El triunfo, desde luego, no se explica por el estilo de fútbol de los dirigidos por Sampaoli. Domina, pero gracias a una interminable sucesión de pases en defensa. Más que poseer la pelota, la sostiene. No lastima al rival. Cuando intenta jugarla hacia adelante, la pierde, carece de precisión, toma malas decisiones. Por eso Messi casi no toma contacto con el esférico. Pero, a la primera que tuvo, le sacó el máximo jugo posible. Que ni siquiera era un pase al pie, tuvo que correrla, ganar y hacer una maravilla para aprovecharla. Hay jugadores totalmente negados con la pelota (caso Di María, Higuaín y Enzo Pérez). Es tanto lo que debería mejorar como equipo, en línea de juego, que difícilmente lo consiga de aquí al sábado, cuando enfrente a Francia. Los galos tienen un crack en cada puesto y es un conjunto con mucho tiempo de trabajo con su entrenador Didier Deschamps. Sin embargo, Messi y compañía se habían juramentado no irse en primera fase y lo lograron. Y llegarán entonados anímicamente.
En primer turno hubo un simulacro de enfrentamiento entre Francia y Dinamarca, el único partido verdaderamente horrible del Mundial, también el único sin goles, que fue despedido con una estruendosa silbatina por toda la concurrencia. Se pareció mucho a un pacto de no agresión. Francia alineó a seis suplentes y Dinamarca, que con el empate clasificaba, se contentó con quedarse apaciblemente en defensa y dejar correr los minutos. Hay antecedentes. Hubo un Bulgaria 0 a 0 Inglaterra en 1962. Nos lo contó Enrique Macaya Márquez, que estuvo esa tarde en Rancagua: “Inglaterra clasificaba con el empate, y Bulgaria estaba eliminado, pero no quería perder con los ingleses. Parecía un partido de tenis, con el medio de la cancha haciendo de red. Uno la tiraba para el otro lado y no avanzaba, el otro la devolvía por alto y también se quedaba, cada uno en su campo. Era una risa”. Nos recordó también el bochornoso Austria 0 - Alemania 1 de 1982, único arreglo confesado de los Mundiales. Lo reconocieron jugadores de ambos equipos. Con ese resultado clasificaron ambos y eliminaron a Argelia, un equipo de fútbol exquisito que había vencido a Alemania 2 a 1 con un toqueteo de aquellos.
Una hora después de Francia-Dinamarca llegaría este plato fuerte de Argentina y Nigeria, sin dudas una de las notas salientes del torneo por su volcánica emoción. Y porque Argentina ganó con el alma y el corazón en la mano. Desde este martes 26 de junio, San Petersburgo es un santo argentino. (O)