“Cuando me vaya, voy a extrañar todo”, dijo. Pero nunca se fue. No hubo necesidad de extrañar el ceviche que tanto le gustaba, el castellano que aprendió en una academia de la Avenida Arequipa, las tantas lisuras en un idioma ajeno, el pisco sour que lo volvía risueño, ni la salsa que nunca bailó. No hizo falta añorar nada. Man Bok Park nunca se fue.
Llegó a Perú a los 38 años, en 1974. Con un pasado que se turnó entre el vóley escolar y universitario, las clases en Kyung-Hee para ser químico farmacéutico, y sus servicios como sargento en el ejército, el coreano nacido en Sokcho (1936, Corea del Sur) viajó de Asia a Sudamérica –con su familia- para trabajar en la Federación Peruana de Voleibol.
Con experiencia como jugador y técnico en la liga coreana, y una medalla de bronce con la selección nacional de su país en la Copa del Mundo de 1973, pero sin saber una palabra del idioma, ni una pizca de la cultura –y sin la existencia de Google para ayudarlo-, el entrenador aceptó la propuesta para ser asistente técnico de Akira Kato. El cargo le duró poco. Ese mismo año, el japonés se enfermó y él asumió como cabeza del equipo que, años después, haría historia.
De cero a 12
Once en Sudamericanos, cuatro en Panamericanos, dos en Mundiales (plata en Perú 82 y bronce en Checoslovaia 86) y una de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 88. Esas son las medallas que consiguió con Perú. La más importante, sin duda, la última. Una que, pese a su valor, nunca recibió.
“¿Gina, qué te pasó?”, le preguntó Cecilia Tait a Torrealva ya en los vestuarios. “No sé qué me pasó”, respondió la capitana. Un saque suyo en el tercer set ante la Unión Soviética chocó en el bloqueo rival y, en adelante, la historia cambió. Ya estaba. Luego de ganar a Brasil, China y Estados Unidos, Perú caía ante la tres veces campeona mundial. Aunque empezó ganando los dos primeros sets, se dejó voltear el marcador y recibió la plateada.
Era un gran logro. Uno que ni antes ni después se igualaría en la historia del vóleibol peruano, pero en ese momento ellas solo veían la derrota. De todas formas, no hubo reclamos. Ni siquiera del DT. Salvo esa pregunta, no hubo quejas. Solo silencio y lágrimas.
Ya luego, en la Villa, pese a las ganas de no ver la presea, notaron que Mister Park, como lo llamaban, no tenía medalla. Y no porque no la hubiese aceptado, sino porque, por reglamento, solo le correspondía a las jugadoras.
Katherine Horny, Natalia Málaga, Alejandra de la Guerra, Cenaida Uribe, Rosa García, Gina Torrealba, Denisse Fajardo, Sonia Heredia, Luisa Cervera, Miriam Gallardo, Gaby Pérez del Solar y Cecilia Tait, las 12 ‘matadoras’, resolvieron rápidamente el inconveniente. “Me pusieron sus 12 medallas. Las chicas dijeron ‘pobrecito entrenador’ y me dieron su medalla de plata”, contó el surcoreano tiempo después.
En tres días se cumplen 31 años de ese histórico momento. Y, a diferencia de las otras 30 veces, ahora Man Bok Park no estará para recordarlo.
El último punto
“Ya estoy cansado. Ya muy pronto me regresaré (a Corea). Cuando me vaya, voy a extrañar todo. Tanto que ya me gusta el cevichito, pero no con cerveza, como en el Callao. Yo prefiero con su pisco sour. Solo me faltó bailar una salsa, yo de eso nunca he sido. Me iré sin saber bailar salsa”, dijo en 2015, en una entrevista con el diario Correo.
Nunca se fue. Aunque de cuando en cuando viajaba de visita a su país, Man Bok Park se quedó en Perú hasta el último de sus días. Recordado por su polémica –pero efectiva- manera de imponer disciplina, su amplio vocabulario de lisuras, sus pocas ganas de dar entrevistas y su gran capacidad para pulir jugadoras, el mítico ex entrenador de la Selección Peruana falleció este jueves 26 de setiembre a los 83 años, tras darle pelea a una enfermedad vascular, y fue despedido por familiares y amistades, entre ellas muchas de las voleibolistas que lograron la hazaña en Seúl 88.
La técnica del 'profe'
Una de las primeras cosas que hizo al llegar a Perú, en 1974, fue inscribirse en una academia de la Avenida Arequipa, para aprender castellano. Consideraba que hablar –con gritos, de ser necesario- era importantísima en un plantel. Pero también creía en la comunicación no verbal. Por eso, de vez en cuando, les tiraba pelotazos en la cara a sus jugadoras, con la intención de que mejoren sus reflejos. “Era para que tengan reacción”, explicó entre risas, tiempo después.
“Hablaba poco. Te decía ‘chica burra’ porque dejabas caer la pelota. Te hacía mie… a la primera. A veces era un salvaje. Te decía ‘te crees jugadora de vóley, pero no sirves para nada. Cuántas veces nos hizo llorar… ¡y entrenando! ‘¿Llorando? Maricona. ¡Castigo!’”, contó Natalia Málaga a Depor, en 2016.
Cuestionado, sí, pero –ya lo dijimos- efectivo. La misma ‘Naty’ lo confirmó así. “Me comparaba constantemente con Denisse (Fajardo): ‘Mira sus cambios. Tú eres puro bloqueo’. Me obligaba a ser más completa. Nos enseñó a ser lo que somos. Yo salgo a la calle, alguien me dice algo y me sé defender”, dijo.
“¿Por qué crees que juegas vóley?”, le preguntó una vez a Gaby Pérez del Solar. “Por mi tamaño”, respondió la peruana de 1.94 m. “Sí, tamaño nomás, ¡porque de vóley, nada!”, contestó él.
Sin embargo, hasta el más frío tiene su debilidad. Y Mister Park no era la excepción. Pese a sus pocas palabras y su gran seriedad –que desaparecía con un par de piscos, en las celebraciones-, el coreano estudioso, obsesionado con hacer apuntes en coreano en una agenda, tenía una engreída: Cecilia Tait.
La ‘Zurda de Oro’ llevaba la 11 en la espalda porque era fan de Juan Carlos Oblitas, ex jugador de la Selección y, en ese entonces, DT de la ‘U’. Podía ser motivo suficiente, pero ‘Mambo’ pudo más.
“Las mejores del mundo usan la 7. Ponte esa”, le dijo. Hizo caso y nunca más se la quitó. “Ella se crecía, pisaba huevos y a nosotras nos daba rabia. Castigaba a todas menos a ella”, recuerda Málaga. Pero, sin importar cualquier castigo, logró cambiar la vida de cada una de sus dirigidas. Y se lo hicieron saber las veces en las que, tras uno de los tantos logros, lo cargaron en hombros.
'Mambo' dejó Perú seis años en 1992 para dirigir a un equipo japonés hasta 1998, cuando recibió un nuevo llamado de la FPV. El coreano regresó al país sudamericano para dirigir a una nueva generación de chicas, entre 1999 y 2001. Al siguiente año, fue nombrado asesor de la Federación y, luego de distintas condecoraciones tanto en su país natal como en el que lo acogió, se convirtió en miembro del Salón Internacional de la Fama del Vóleibol.
“Ya estoy cansado. Necesito descansar”, dijo hace cuatro años. Y ya puede hacerlo, Mister. Después de tanto y habiendo dejado huella, ya puede descansar. No hubo necesidad de extrañar ni el ceviche, ni el pisco, ni las lisuras de nuestro vocabulario. No hubo necesidad de extrañar Perú. Ahora, en cambio, es Perú el que lo extrañará… aunque nunca haya bailado salsa.