Quitándole dos letras a su nombre, dice Cristal. La idea fue de Carlos, el papá, pero Carla, su esposa, no lo sabía. Se enteró recién cuando el DNI amarillo ya estaba listo. Y, para ser sinceros, no había mucho que discutir, porque hacer lo mismo con el club de La Victoria habría estado bastante complicado. La batalla -la primera, por lo menos- estaba ganada: Cristobal, el primogénito, sería celeste.
Está parado en la tribuna occidente, junto a papá y mamá. Sporting Cristal recibe a Ayacucho FC por la fecha ocho del Torneo Clausura y, aunque la mañana es fría, él, con solo un polo delgado de manga larga debajo de la camiseta, ni lo nota. La emoción supera al clima: está en el Alberto Gallardo por primera vez.
“Ojalá lo gane Alianza, por mi mamá”, dice en el entretiempo sobre el partido que los íntimos jugarán horas más tarde, ante Real Garcilaso. Con Boys le pasa lo mismo, por su abuelo paterno que, desde hace tres años, lo cuida desde el cielo. No miente. A sus siete años, no conoce todavía la rivalidad que impide desear el bien a otros equipos, pero tiene claro que el amor por los colores no lo supera nada. Aunque, eso sí, guarda espacio para sus otras dos pasiones: la música y narrar partidos de fútbol.
Primera vez en casa
“¡Goool, goool, goool del Sporting Cristal! De penal, uno a cero del Sporting Cristal. Lo que todos estaban esperando: gol. Sporting Cristal, uno; Ayacucho Fútbol Club, cero”. Cristian Palacios ha marcado el tanto del 1-0 con el que los locales ganarán el partido. Cristobal relata todo de pie, detrás del alambrado que separa la tribuna del campo.
Se ubica justo a las espaldas del reportero que hace ras de cancha. Tiene, al igual que él, unos audífonos grandes –aunque con diseño de Spiderman– y un micrófono cubierto de espuma negra. Algunos metros hacia atrás, está su papá, a quien le pidió llevar ambos objetos al Rímac ni bien supo que, después de tantos partidos narrados detrás de un televisor, después de tantas restricciones y pruebas, por fin había llegado el día.
No fue fácil. De hecho, tuvo que ganárselo durante cuatro años. Cuando, con apenas tres añitos, visitó un estadio por primera vez y regresó repitiendo todo lo que había escuchado, sus papás fueron claros: no volvería a la cancha hasta que entendiera lo que hablaba. Cristobal, pese a su corta edad, acató la decisión. Es más, la comprendió tan bien, que, lejos de quedarse callado durante los partidos, empezó a narrarlos. Y, en eso, bastante tuvo que ver Carlos Vives.
“Vio un video suyo en Viña del Mar y se volvió fanático. Lo llevé a un concierto. Imaginarás cómo estaban mis hombros… Le gustaba la música y todo lo que implicaba el micrófono. La esposa de mi hermano le regaló uno de juguete, pero que funcionaba. Era un micrófono de periodista”, nos cuenta Carlos Hidalgo, su papá.
Todo con límite
Una pasión lo llevó a la otra. Además del micrófono, aprendió a usar el control remoto y, junto a su ‘viejito’, se convirtió en un fiel hincha del deporte rey. “Veíamos tanto fútbol, que mi esposa me llamaba la atención, pero él seguía viendo. Tenía tres años y aprendió a usar Youtube. Veía solito partidos de Sporting Cristal”, dice el señor Hidalgo.
Los encuentros por Champions League y Eliminatorias se sumaron, con el tiempo, a su menú diario. Y la admiración por Daniel Peredo, como era de esperarse, llegó por defecto y creció con el tiempo. El emotivo triunfo ante Uruguay, la histórica victoria en Ecuador, el valioso punto en la Bombonera y el bendito tiro libre de Paolo Guerrero frente a David Ospina. No había narración que él no escuchara con lágrimas en los ojos.
Cuando ‘Dani’ falleció, a puertas del Mundial Rusia 2018, la pasión aumentó y empezó a imitarlo, mientras miraba videos en Internet. Sus horas transcurrían entre las tantas canchas –nacionales e internacionales- que veía por televisión o computadora, la cama y el baño.
Su fanatismo por el fútbol se desbordó a tal punto, que mamá tuvo que ser más mamá que nunca y poner límites. “Solo hay permiso para ver partidos de Perú y, muy de vez en cuando, de Cristal”, le dijo. Cristobal, una vez más, entendió. Carlos tampoco se opuso a lo que ya estaba decidido. La batalla, esta vez, la ganó ella.
Micrófono en mano
El día llegó. Cuatro años después de regresar hablando palabras que ni siquiera entendía, sus papás llegaron a un acuerdo y le pusieron dos pruebas de fuego. La primera, el amistoso Perú vs. Colombia, del 9 de junio, en el Monumental. La segunda, el Sporting Cristal vs. Zulia, del 30 de julio, por la Copa Sudamericana, en Matute.
Con siete años y siendo ya un niño de primer grado de primaria, Cristobal dominó sus emociones y, claro, sus palabras. Carlos supo entonces que, efectivamente, el día había llegado: “Es momento de que conozcas el Gallardo”, le dijo. “Papá, quiero llevar mi micrófono y mis audífonos. Quiero narrar el partido”, respondió él, emocionado.
No era la primera vez que lo hacía. De hecho, en casa era ya una costumbre. Sea su equipo, la Selección Peruana o cualquier partido de la Champions, él cogía el micrófono y hacía lo suyo, un poco imitando a los tantos narradores que escucha, y otro poco metiéndole un estilo que, con paciencia, va creando. A la pelota, por ejemplo, la llama como la llamaban antes: “la gordita”. Y, cada vez que hay un gol, menciona que es “lo que todos estaban esperando”.
Aunque en los recreos, a veces, narra los partidos de sus amigos, también los protagoniza. Es ‘9’, como Emanuel Herrera, uno de sus jugadores favoritos del cuadro rimense (el otro es Carlitos Lobatón), y Paolo Guerrero, su referente en la blanquirroja. Pero, aunque le gusta hacer goles, tiene clarísimo lo que quiere ser de grande.
La mejor herencia
Aunque Carlos no tiene idea del motivo de sus aficiones por la música –reggae, sobre todo, aunque aún escucha a Vives- y la pelotita, sí se hace responsable del amor por la celeste. Él se volvió hincha de Cristal porque Fernando, un primo suyo que falleció cuando era pequeño, le heredó el fanatismo. Incluso, gracias a un amigo del colegio que tenía contactos en el club, consiguió entrenar con las divisiones menores, pero todo quedó en un recuerdo y ya.
“Mi papá era conocido por defender los colores de la Benemérita Guardia Civil del Perú. Le decían el ‘Chueco’ Hidalgo. Chalaco, del Boys y policía antiguo. Quería que yo estudiara y no me dejó seguir”, cuenta.
¿Qué hubiera pasado si la camiseta hubiera sido rosada y no celeste? Probablemente lo mismo, probablemente no. No lo sabe ni lo sabrá, pero tampoco se hace problemas. Nunca hubo ningún tipo de reclamo. Su lugar no estuvo en la cancha, pero sí en la tribuna del Gallardo, donde ahora, desde el último domingo, acompaña al equipo de sus amores junto a su mejor heredero.
“La cancha es hermosa”, fue lo primero que dijo el pequeño al subir al auto, luego del triunfo de la SC. Entonces, tanto Carla como Carlos supieron que iban por el camino correcto. Que esta vez es él quien gana la batalla. Que así debe ser. Que Cristobal puede ser del equipo que quiera, y dedicarse a lo que prefiera, mientras sea feliz. Y, aunque aún tiene tiempo de sobra para elegir, por ahora, narrando partidos lo es. Y siendo de Cristal también, por supuesto. Cómo no, si lo lleva en la sangre… y en el nombre.