Tantos temas que surgen a diario y el de la columna semanal muchas veces va variando a medida que pasan los días. El blooper de la Federación Ecuatoriana de Fútbol y la contratación de Jürgen Klinsmann para que dirija el proceso eliminatorio vía Skype; la procesión de acreedores del sufrido Barcelona por deudas adquiridas por la actual administración; la acusación a Isidro Romero de haber abandonado a Barcelona en febrero del 2006 al renunciar desde España y el estigma de “falta de valentía” para enfrentar las dificultades hecha por José Francisco Cevallos. Lo que no ha recordado Cevallos es que él ordenó erigir un busto a Romero y pidió a un súbdito de este elaborar una placa en la que, falseando la historia y con faltas de ortografía, lo proclamaba ‘forjador de la idolatría’. Si Romero dejó botado al equipo y no tuvo la entereza de enfrentar la debacle, ¿cómo explica Cevallos lo del busto?
Pero no son estos cochambrosos temas los de la columna de hoy. Al contrario, quiero enfocar uno más agradable por el orgullo que le entregó al país hace medio siglo. El título latinoamericano de boxeo para Ecuador. Tengo vivo el recuerdo de todas esas jornadas a las que asistí por la pasión que sembró en mí mi padre, con él iba al coliseo Huancavilca en los años 50 para ver los fieros combates en que los protagonistas eran Gallo Giro Hungría, Galo Velásquez, César Chivo González, Washington Barzola, Cesáreo Atocha, Roberto Vera, Luis Vera, Isaías Otoya, Publio Rodríguez y muchos más. Está en mi memoria sin olvidos aquel combate que protagonizaron en 1958 Gallo Giro y el italiano Tito Ragone, definida en favor del guayaquileño por su alarde de valentía y recursos pugilísticos.
Guayaquil fue siempre cuna de grandes boxeadores, desde los tiempos de Manuel Vizcaíno, Tito Simon, Martín Zevallos Mata, Carlos Zavala, Rogelio Suárez, el famoso Kid Montana, Aurelio Mosquera apodado Kid Lombardo, Carlos Sangster que ganó dos coronas en la misma noche en 1928; Guido Guerra y una legión más de valientes. En los años 30 mandaban en los encordados Eloy Carrillo, Juan Orellana Junco, Ruffo López, el arrojado Carlos Guapala Paladines y poco más tarde César Salazar, primer campeón internacional, Diógenes Fernández, Luis Robles Plaza, Isaac Carrión, Pepe Barriga, al que Chicken Palacios bautizó como Patada de mula zurda por el poder de su pegada, y Luis Cornejo, ya en la década de los 40. En los años 50 apareció el que, junto con Eloy Carrillo y Rafael Anchundia, puede ser considerado el más grande púgil amateur de la historia: José Rosero Abril.
En la década de los años 60 los gimnasios eran un hervidero de jóvenes. Barcelona, River Oeste, Emelec, Liga Deportiva Estudiantil, el César Salazar (demolido por la Revolución Ciudadana) producían grandes valores con verdaderos maestros: Manolo Vizcaíno, José Rosero, formador de sus hermanos, los Gamboa Abril, Guillermo Figurita Villagómez, Eduardo Molina, Enrique Che Palma y otros entrenadores. De allí surgieron los que representaron al país en el Campeonato Latinoamericano Extraordinario de Boxeo, que arrancó cuando terminaba septiembre de 1969.
La mayoría de la selección estaba integrada por púgiles guayaquileños o formados en nuestra ciudad: Roberto Zhuma Álava (peso mosca ligero), Gonzalo Cruz (mosca), Gastón León (gallo), Rafael Anchundia (pluma), Samuel Valencia (wélter), Esteban Crawford (mediano ligero), Max Andrade (mediano) y Abraham Mina Klínger (medio pesado), más los pugilistas capitalinos Enrique Guanín y Jorge Oso Tapia.
La Federación Ecuatoriana de Boxeo, presidida por Roberto Lebed, decidió contratar los servicios del experimentado técnico panameño Manuel Rafael Papi Torres, quien dirigió el equipo junto con Figurita Villagómez. Desde el inicio se notó el gran estado físico y técnico del plantel. La mayoría eran virtuosos de la fistiana y otros reemplazaban la ciencia con la valentía. Los guayaquileños deslumbraban con sus exhibiciones. Zhuma debutó sacudiendo al panameño Rolando Sosa; Gonzalo Cruz deslumbró en el debut ante el brasileño Antonio da Costa. No era un favorito Gastón León cuando hizo su primer combate ante el brasileño Deusdette Vasconcellos; sin embargo, su victoria fue espectacular.
El 4 de octubre tuvo lugar la pelea más brillante del torneo. Rafael Anchundia venció por toda la línea al argentino Juan Vedia en una muestra sorprendente. El 5 de octubre Diario EL UNIVERSO emitió esta opinión: “Con una demostración de boxeo impecable Rafael Anchundia, campeón pluma nacional, ante un hombre de granito, Juan Vedia, de Argentina, expuso una exacta distancia para colocar sus dos manos; no tuvo más que una sola falla en el segundo round en que una izquierda pasó por sobre la cabeza del argentino”.
El desfile de clase siguió el día 7 cuando Zhuma hizo lucir como un novato al uruguayo José Morotto. Lo mismo sucedió con Gonzalo Cruz ante el paraguayo Pastor Azuaga. Pero el que se fue transformando en el gran ídolo del Cubierto fue el capitán de la selección: Max Andrade Jaramillo. De regular talla, su propensión a su subir de peso hizo que tuviera que pelear como mediano. Daba ventaja a sus rivales, unos gigantes bien formados muscularmente, mientras Max lucía gordito. Su bravura rebasaba todos los límites y conocía todos los secretos de su deporte. En todas las peleas, menos en la definición del título, cayó en el primer asalto, para arrollar a sus rivales en los dos restantes y llevarse el triunfo. En su pleito con el uruguayo Norberto Freitas EL UNIVERSO tituló a todo lo ancho de la página: ‘Andrade, el gran vencedor de la noche en el boxeo’. En la nota nuestro Diario decía: “El capitán del equipo ecuatoriano, Max Andrade, fue el gran vencedor de la noche de ayer, al lograr una victoria que parecía imposible, cuando, tocado en el primer round, fue al suelo, para levantarse y con gran noción de la distancia y mucho orgullo de hombre, respondió en los dos rounds siguientes y dominó a su rival que se vio sorprendido por la escuela del nacional”.
Max fue mi amigo de barrio en la adolescencia y mi contemporáneo en el Vicente Rocafuerte. En los cientos de horas de charla me contaba: “Tú sabes que a mí me pusieron de apodo Macho por mi conducta aguerrida en el ring. Cuando regresaba después del primer round Figurita me retaba: ‘Y a usted es el que le dicen Macho, y anda rodando por el piso. Salga y muestre que es un hombre’. Yo salía como un toro a comerme a mi rival”. Esa conducta fue siempre parte de la psicología popular del inolvidable Guillermo Villagómez.
Gastón León fue otro de los grandes y fueron épicos sus combates con el chileno Guillermo Velásquez. Igual la fajazón de Anchundia con el chileno Alfredo Rojas y la victoria sorprendente de Samuel Valencia en la final ante el mejor boxeador del torneo: el brasileño Expedito Alencar.
El 17 de octubre de 1969 Ecuador se proclamó campeón latinoamericano de boxeo superando a los favoritos Argentina, Brasil y Chile y dejando muy abajo a Perú, Uruguay, Paraguay y Panamá. Los guayaquileños Roberto Zhuma, Gonzalo Cruz, Gastón León, Rafael Anchundia y Samuel Valencia se coronaron campeones. La sexta medalla de oro fue para el quiteño Guanín en liviano. Max Andrade fue medalla de plata.
Fue un torneo inolvidable, aunque el cincuentenario de uno de los grandes momentos para nuestro deporte pasó inadvertido en todos los organismos deportivos. (O)
El 17 de octubre de 1969 Ecuador se proclamó campeón latinoamericano de boxeo. El aniversario 50 de uno de los grandes momentos para nuestro deporte pasó inadvertido para los entes oficiales.