Un Atlético práctico, aún peleado por momentos con el gol, y un futbolista distinto, todavía en crecimiento, con mucho recorrido aún, pero del que surge la diferencia. Cuando el balón pasa por él, el equipo rojiblanco juega mejor. Es una combinación indudable, que necesita con más constancia, mientras aguarda retos de más altura.
Porque al bloque de Diego Simeone aún le falta vuelo en esta temporada. De momento estará en el sorteo de octavos, donde espera rival entre cinco posibilidades, todas con el partido de vuelta lejos del estadio Wanda Metropolitano: el Manchester City, el París Saint Germain, el Liverpool, el Bayern Múnich o el Leipzig.
Este miércoles, el 'fantasma' del Qarabag, la inquietud, cualquier pensamiento pesimista, duró 17 minutos sobre el terreno de juego, en el banquillo local y en la grada del Wanda Metropolitano, aliviados todos a la vez cuando Joao Félix transformó el penalti que abrió una victoria irrebatible desde entonces.
Su lanzamiento raso, potente, pegado al palo, a la derecha del portero, con poca carrera y un golpeo seco con el interior del pie derecho, no sólo fue inalcanzable para Kochenkov, sino que lo hubiera sido para un porcentaje altísimo de guardametas, sino todos. Nada que ver con la pena máxima ejecutada antes por Kieran Trippier.
Porque el Atlético necesitó dos penaltis para marcar el 1-0. El primero, señalado a los 44 segundos sobre Joao Félix y lanzado al borde del minuto 2 de forma errónea por el lateral inglés, lo falló. El segundo, por una mano absurda, imprudente e innecesaria de Rift Zhemadletdinov, pitado gracias al VAR, lo anotó el '7' portugués.
Su cuarto gol con el Atlético. No marcaba desde el pasado 1 de octubre, precisamente contra ese rival, que, como ya le ocurrió en Moscú, sufrió más que ningún adversario hasta ahora todo lo que tiene Joao Félix. Indetectable para el bloque ruso entre líneas, fue el promotor de la ofensiva total de su equipo desde el principio.
La victoria era indispensable para no depender de nadie más que de sí mismo. La única certeza en la última jornada de cualquier torneo. No dio margen a la especulación, dispuesto desde el primer instante a completar cuanto antes una clasificación que hoy es una obligación. Y no admite matices. Ni siquiera ganar la Liga Europa.
Cualquier otra cosa este miércoles habría sido un batacazo tremendo. No lo permitió el Atlético, que siempre tuvo todo bajo su control contra el Lokomotiv, un rival que no se jugaba absolutamente nada, que es mucho peor que el conjunto rojiblanco y que sostuvo el pulso más por la ineficacia ofensiva ajena que por méritos propios.
Porque el Atlético no sentenció antes por una falta de contundencia en ataque que acostumbra en los duelos recientes. Su falta de precisión ofreció al portero contrario unas cuantas paradas que no habría ni contemplado con algún tiro más ajustado. A Thomas, a Lodi y a Joao Félix, que dispuso del 2-0, pero lo remató fuera.
Sólo era un 1-0. En Leverkusen, al descanso 0-0. Aún todo demasiado abierto como para permitirse algo diferente a la búsqueda del 2-0 por parte del conjunto rojiblanco, que no rebajó su tendencia ofensiva, consciente de que un marcador tan corto era un riesgo inasumible para él en la última cita de la fase de grupos.
En el minuto 54, la clasificación era ya segura con el 2-0 del brasileño Felipe, que remató de volea, con la derecha, un servicio de Koke. Un gol previsible para acomodar ya, sin distracción ni apuros, el viaje hacia los octavos de final de la Liga de Campeones. Una cita ineludible para el Atlético.