No fuimos una máquina. Tampoco una calamidad. Las características de nuestros atacantes, la oposición del contrario, la instancia definitiva para nosotros, nos llevó a un desarrollo diferente, nos alejó de la propuesta de más y mejor posesión, pero permitió descubrir que el equipo tenía respuestas para lo que requiere este tipo de partidos. En la fricción, las acciones divididas y los balones aéreos habitualmente nos superaron; bueno, ante un rival especialista en ese trámite, ahora pudimos imponernos y ganar. Con lo justo, pero justo.
Desde la elección de los reemplazantes para Cueva y Carrillo, la selección planteaba un ataque más vertical, amplio, con la menor cantidad de pases para sorprender a una defensa cerrada. Farfán y, en especial, Reyna no son medios de elaboración y pausa, son más de transición rápida y explosión. El cambio de Jefferson a la izquierda fue determinante. El gol es un botón. Comenzar la acción por un sector para terminar por el otro con un futbolista desmarcado.
Luego, en un juego en el que los dos equipos cortaban al adversario la posibilidad de progresar a campo contrario, ambos prefirieron saltar la línea de medios, jugar por arriba y ganar la segunda pelota para quedar cerca del arco rival. La táctica fija también era una opción importante. No hubo toques cortos, faltó juntarse para asociar y, fundamentalmente, en la segunda parte, no controlar el balón dejó la sensación de que Paraguay estaba cerca del empate. No obstante, más allá de algunas aproximaciones y algunas inseguridades propias, Penny no fue exigido. Esta vez defendimos más sin la pelota que con ella.
Es cierto que el partido no fue un dechado de virtudes, que en el tramo final pudimos haber sumado un medio más por un atacante para recuperar control y acercarnos a lo que veníamos jugando; pero también es verdad que en lo que se convirtió el juego, la selección estuvo, literalmente, a la altura. Si en el primer tiempo lo de Farfán y Tapia resultó influyente en el marcador, en la segunda etapa los centrales alcanzaron un alto rendimiento. Sobresaliente partido de Zambrano y Ascues, bien complementados por los laterales, sobre todo Advíncula dosificando sus salidas.
A todos nos gustaría observar a la selección pasarse la pelota como los dioses, tener posesión y poder traducirla en situaciones de peligro, saber usarla también como argumento defensivo; pero solo por mis gustos personales no puedo descalificar o no valorar una manera distinta de jugar. La instancia definitiva pudo haber influido también. El equipo no tenía margen de error. Era ganar o ganar. A veces llegamos a un partido con una idea predeterminada y no consideramos el contexto. Queremos ver el trámite que imaginamos. Cada encuentro nos puede sorprender y presentar algo nuevo.
No terminó siendo un choque de estilos. Se disputó más de lo que se jugó. Sin embargo, Perú en ese desarrollo encontró soluciones para hacer la diferencia y saberla sostener. A veces resulta más fácil ganar que jugar como uno quisiera. Ni todo es el resultado ni todo es el trámite. Hay que saberlos relacionar. Creemos que, esta vez, en un encuentro con características bien marcadas, Perú ganó merecidamente. Ahora viene Brasil y será otra historia. Cada partido tiene vida propia.