Se fue uno de los últimos ídolos del deporte porteño; un símbolo de valentía y calidad. Sus combates congregaban una multitud en el viejo coliseo Huancavilca, otro de los emblemas deportivos demolidos. Se llamaba José Hungría González. Los años 50 marcaron una de las épocas de oro de nuestro pugilismo amateur y profesional.
Tiempo de fistianeros que llenaban el famoso escenario de madera y caña de la calle Chimborazo. Se hacía cola para poder adquirir la entrada y ver en el cuadrilátero a ese astro legendario que fue José Rosero Abril y a otras estrellas como Isaías Otoya, Roberto Vera, Luis Vera, el noqueador Pepe Farra, Pepe Julio Moreno, Elí Macay, Chicho Venegas, Gastón Garzón, Arturo Fernández y tantos otros que se instalaron para siempre en nuestra memoria.
Imposible olvidar al pequeño gladiador fallecido el 26 de enero último. “Hoy vamos al Huancavilca. Pelea Gallo Giro”, nos decía mi padre. ¿Y quién era el tal Gallo Giro? El mote se lo puso Ralph del Campo porque era un coloradito, medio rubio que ganaba crónicas elogiosas cada vez que entraba al ring. Se ganó fama de bravo como amateur y lo confirmó como profesional en esos años en que pasaron a las filas rentadas los mejores: Galo Cholo Velásquez, el milagreño Washington Barzola, Felipe Guillén, Publio Rodríguez y tantos otros. También llegaron a probar fortuna extranjeros como Próspero Odar, Silverio de la Fuente, Arnulfo Pedreros y Tito Ragone, a quien se lo presentaba como campeón italiano.
En 1958 se pactó la pelea del europeo con nuestro Gallo Giro Hungría. El combate quedó en la historia. La gran condición técnica de Ragone no pudo neutralizar el ataque constante y la bravura sin límites del porteño. Se fajó desde que sonó la campana mientras el público aplaudía de pie el valor y la precisión con que Hungría metía los guantes en la humanidad de Ragone. Fue uno de los mejores combates que presencié en mi vida de seguidor del boxeo.
El pasado domingo 26 de enero, a las 14:00, en medio de sollozos, Sandy Hungría, hijo de Gallito, me comunicó que el gran boxeador guayaquileño había pasado el reposo eterno. Fui su amigo de seis décadas durante las cuales, junto a Washington Rivadeneira (River), a Jaime Carmelo Galarza, quienes ya no están con nosotros, y Luis Cachito Ramírez compartí jugosas charlas deportivas con el ídolo del Huancavilca que acaba de pasar a la leyenda.
Mario Ayora, incurable fanático emelecista, acaba de enviarme un foto en colores de una delantera de su equipo. Están en la bella gráfica José Vicente Balseca, Jorge Bolaños, Carlos Raffo, Manuel Chamo Flores y Roberto Pibe Ortega. Fui amigo de todos ellos, pero se agranda mi emoción por la presencia del Chamo, con quien nos conocimos de muchachos en los barrios de La Victoria y La Concordia.
José Vicente Balseca (i), Jorge Bolaños, Carlos Raffo, Enrique Raymondi y Roberto Ortega, en Emelec.
Por esos años, mediados de los 50, jugaba índor y fútbol en el Santa Rosa, equipo de Colón y José de Antepara. Después se lo llevó el Litoral para convertirlo en un célebre interior zurdo en las Ligas de Novatos. En 1953 el Norteamérica puso un aviso llamando a juveniles que quisieran vestir la casaca de ‘El que jamás tembló’, como se llamó a los nortinos después de vencer al Racing de Avellaneda en el Capwell. Allá se fue el Chamo Flores y bajo la dirección de Jorge Muñoz Medina fue apareciendo el gran jugador que llegó a ser después como un número 10 legítimo, no falsificado. Por aquellos años empezó a compartir el ala zurda con quien fue su compañero ideal: Víctor Cholo Quevedo. Norte se fue a la serie B en 1956, pero los muchachos de la generación del Chamo fueron subiendo en su nivel hasta ganar el ascenso en 1960. En 1961 apareció un Norte sorprendente. Era un equipo de jóvenes cuya defensa se basaba en la clase inigualada de Fortunato Chalén. En la línea de volantes se movían Wilfrido de la Torre y Perico Guzmán, pero el espectáculo estaba a cargo de una delantera que fue inolvidable por su velocidad y capacidad para el toque elegante: Ulbio Camba, Tomás Egas, Simón Rangel, el Chamo Flores y el Cholo Quevedo. Los nortinos eran un equipo chico, no tenían una gran cobertura de la prensa. Si esos cinco delanteros hubieran estado en una oncena grande, todavía se estuviera hablando de ellos.
En 1962 Emelec mostró interés por el Chamo Flores. Fernando Paternoster apremió a los dirigentes para que se apresuraran a fichar a un jugador que por su talento era del gusto del viejo maestro. Esa temporada apareció con la blusa de Emelec. Fue el año en que nacieron Los Cinco Reyes Magos. Flores fue uno de ellos. A más de los ya famosos también integraron esa línea Galo Pulido, el argentino Horacio Reymundo, Clemente de la Torre, Juan Moscol y el Chamo Flores, quien vivió momentos de fama y quedó en la memoria eléctrica como lo que fue: un gran jugador.
Si se habla de grandes arqueros en el fútbol ecuatoriano, es imposible omitir a Napoleón Medina Fabre, o el Loco Medina como lo llamó la afición. Lo de Loco le vino por la espectacularidad, el arrojo y la temeridad con que iba a los pies del delantero rival. Como arquero, Medina dejó recuerdos inolvidables en quienes se deleitaron con su arte y su agilidad. Empezó a jugar a los 11 años, en 1932, en el equipito Villamil, del barrio del mismo nombre, para pasar luego a los del Liceo Ecuador, el Instituto Nacional y la selección del Vicente Rocafuerte.
Napoleón Medina Fabre.
En 1937 lo fichó el Italia y en 1940 ya formaba parte del trío de arqueros guayaquileños del que se ufanaba la ciudad: Napoleón Medina, José Capitán Achocha Arosemena e Ignacio Chino Molina. En el Sudamericano de 1945, ante Argentina, el poderoso equipo gaucho tuvo que esforzarse para vencer a los nuestros 4-2 y superar la barrera que constituían Medina, Chompi Henríquez y Félix Leyton Zurita. Iban empatados hasta que en el último cuarto de hora los ecuatorianos cedieron por cansancio ante la clase de Norberto Tucho Méndez, que marcó los dos goles de la victoria. El entrenador húngaro de la selección chilena, Francisco Platko, le pidió a Medina que le permitiera fotografiarlo para que aparezca en su libro, Manual para entrenadores de fútbol, como guardameta modelo.
Hoy que se dice que los arqueros antiguos no sabían jugar con los pies, vale traer un capítulo olvidado de la vida de Napoleón Medina. No solo era reconocido como un gran arquero sino también por su habilidad con el balón y sus dotes de goleador. El 9 de octubre de 1942 el Patria venció 4-0 a la selección de Esmeraldas. En el preliminar jugó el Villamil, primer equipo en la vida deportiva de Medina, y este aceptó reforzarlos pero como centro forward en el compromiso ante el Ecuador, de Durán, que tenía en sus filas a Herminio García, Pablo Sandiford, Álvaro y Gonzalo Aparicio y Humberto Ayala, todos estrellas del básquet.
Esa mañana en el Estadio Guayaquil, Napoleón Medina se mandó tres golazos para llevar a su equipo a la victoria 6-2. Tan buena impresión causó que dos días después el Italia, cuya divisa defendía como arquero, lo puso otra vez de piloto de ataque ante el seleccionado esmeraldeño, al que le marcó un excelente gol en el primer tiempo. (O)
Si se habla de grandes arqueros en el fútbol ecuatoriano, es imposible omitir a Napoleón Medina. Apareció en el libro Manual para entrenadores de fútbol, de Francisco Platko".