No despertaba mucho optimismo en el inicio de la Copa Libertadores de América este Barcelona que terminó tan mal el 2019, en la tormentosa ‘Era Cevallos’, llena de sacudones, derrotas, apremios judiciales, quita de puntos, deudas aparentemente insolubles, cuantía llena de misterios del déficit institucional, desastre administrativo que provocó la eliminación del club de la Libertadores 2019 por mala inscripción de un jugador colombiano, deserción de la mayoría de la plana directiva por conflictos nacidos del autoritarismo en la conducción dirigencial, rechazo de las asambleas del club a los informes económicos; en fin, un caos nunca visto en los casi 95 años de existencia del club ecuatoriano con mayor cantidades de seguidores.
Aquella presunción instalada en el Ídolo del Astillero de que para ser dirigente había que haber sido futbolista, aunque sea con un breve paso de transeúnte tarifado, resultó demagógica y falsa. Las condiciones para pegarle a una pelota o atajar un penal no tienen nada que ver con la preparación académica en administración deportiva, conocimientos de la organización nacional e internacional del balompié, conocimientos de economía, contabilidad y finanzas, preparación en toma de decisiones, liderazgo, gerencia, conducción de grupos.
Nada de esto tuvo ese grupo en desbandada que llevó al desastre a Barcelona. Lo dijimos desde el principio y la reacción no fue de autocrítica sino de insultos y declaratoria de ‘enemigo de Barcelona’. El tiempo me ha dado la razón. ¿Con qué cara me mirarán ahora los ‘colegas’ que aplaudieron a Cevallos en la rueda de prensa (convocatoria de súbditos de sánduche y cola) en la que pretendió agredirme verbalmente?
Carlos Alejandro Alfaro Moreno, quien lleva en la espalda la pesada mochila de haber estado 18 meses al lado de Cevallos, decidió apartarse brincando al muelle cuando el club naufragaba, y ganó las elecciones por paliza. Pero la gestión empezó mal. La gente que lo acompañó en la victoria se apartó pronto de él y su directorio, alegando la ninguna transparencia en la parte financiera. Se fue quedando solo y no sabemos hoy quiénes son los reemplazantes de los que se fueron y quién los nombró. Aún con este lastre, Alfaro ha prometido transparencia. Cevallos también dijo lo mismo y las cifras terminaron en un lodazal oscuro.
Hay que reconocer un mérito a Alfaro: ha armado un equipo que parece sólido. Las contrataciones son, hasta hoy, acertadas, salvo Jonatan Álvez, que no aparece todavía. Su ineficacia ha sido enmendada por Fidel Martínez, por el momento, el mejor jugador nacional. Aunque falta un hombre de área mientras se espera a Álvez, Barcelona anotó quince goles en la etapa preliminar de la Copa y apenas recibió tres. Martínez es el mayor anotador con ocho dianas, algunos de ellas con factura de crack. Hoy está ya en la fase de grupos con Flamengo, Independiente del Valle y Junior de Barranquilla. Ahora viene lo más difícil.
Todo es hoy entusiasmo y no falta razón. Barcelona ha jugado seis partidos y ha perdido solo uno con Sporting Cristal, de visita en Lima.
El triunfo ante Cerro Porteño en una cancha complicada ante un equipo que, como todos los paraguayos confunden bravura y vehemencia con agresión deliberada, es esperanzador. Nosotros, los ecuatorianos, somos expertos en historias de arbitrajes deliberadamente perversos. Cuando yo era un muchacho recuerdo un partido con Paraguay en el Sudamericano de 1955 en Chile. Perdíamos 2-0, pero una gran reacción nos llevó a dominar en la cancha y anotar dos goles legítimos que el árbitro, el inglés Harry Dikes, nos anuló injustamente. El duelo degeneró en infracciones y el juez solo veía las nuestras. El final fue de una gresca espectacular.
Y lo que más recordamos fue la carga salvaje del chileno Carlos Campos sobre Pablo Ansaldo que por poco provoca la muerte en la cancha de nuestro arquero. El delantero siguió jugando sin ser apercibido, peor sancionado, por el réferi brasileño Eunapio de Queiroz. Ansaldo, de pie, sin poder moverse, con las manos sobre las costillas rotas y un neumotórax que le impedía respirar, aguantó todo el partido. Empatamos y perdimos esa tarde la clasificación al Mundial 1966 cuando teníamos la mejor Selección de toda la historia.
El argentino Juan Carlos Loustau nos robó la Copa Libertadores en 1990, cuando perjudicó abiertamente a Barcelona en la final con Olimpia de Asunción, el equipo del país del presidente de Conmebol, Nicolás Leoz, ya fallecido.
Estoy absolutamente convencido de que el partido ante Cerro Porteño estaba digitado para favorecer a los locales. Apenas en las primeras acciones Álvez fue derribado por un rival. En el césped, con el árbitro al lado, el paraguayo le dio un tremendo pisotón al delantero amarillo y no pasó nada. Suficiente para saber por dónde orillaba la conducta de Anderson Daronco.
Luego vino la feroz embestida contra el arquero Javier Burrai, que quedó fracturado y sangrante. Como en el caso de Álvez, era de expulsión. Daronco se guardó las tarjetas. Con el arquero titular fuera, todo era más fácil. Lo que no contaban los paraguayos era con la actuación del joven Víctor Mendoza, heredero del heroico Espartaco Mendoza, quien probó que merece ser tenido en cuenta, sobre todo después de que Cevallos pretendió regalar al guardameta al Mushuc Runa.
Mientras en Guayaquil, y en muchos lugares del país, los seguidores del Ídolo celebraban la clasificación a la fase de grupos de la Libertadores, estallaba un escándalo en la Federación Ecuatoriana de Fútbol. Seis miembros del directorio reclamaron claridad en sus decisiones al presidente Francisco Egas, cuya costumbre de hacer todo sin dar cuentas a nadie desde que empezó su gestión ha provocado un cisma. Los seis directivos quieren saber las condiciones en que se contrató al cuerpo técnico de la Selección, sus obligaciones, los sueldos, las atribuciones que tienen cada uno de ellos, pero Egas se hace el sordo. Tenemos serias dudas sobre la normalidad auditiva del presidente la Ecuafútbol, una entidad signada por la mala suerte desde 1998 en que asumió los poderes omnímodos el tristemente célebre Luchito, como lo llamaban sus aduladores de pantalla y micrófono.
Acabado el desastre provocado por Carlos Villacís, el silencioso escudero de Chiriboga por 18 años, lo que le valió el premio de la sucesión, surgió un clamor de nuevos vientos en la FEF. Y salió Egas como candidato. Prometió una auditoría para señalar a los responsables del déficit de más de 7 millones de dólares con que encontró a la entidad y un plan para situar al fútbol ecuatoriano “entre los países más poderosos del mundo” en un plazo de diez años. El plan no se conoce.
Tampoco, hasta hace unas horas, se sabía el paradero de Jordi Cruyff, hasta que acaba de dar señal de que está vivo. Se fue a Europa a ver y conversar con futbolistas nacionales, aunque hay uno solo de mérito que es Felipe Caicedo, pues los demás andan en clubes de segunda o tercera categoría, o no se sabe si están jugando o retirados. Tal vez en Italia lo tuvieron a Cruyff en cuarentena por el coronavirus, porque de su paradero no conocía ni el superpoderoso español Antonio Cordón, cuyo sueldo de $1,2 millones anuales como secretario técnico de la Selección es más suculento que el del secretario general de la ONU, que gana apenas $600 000 al año. Mientras, José Delgado, presidente del club Delfín, ha confesado ser uno de los “admiradores” de Luis Chiriboga, cuyas ‘habilidades’ dirigenciales, dice añorar. Cuidado, don José, usted anda merodeando la apología del delito. (O)
Jordi Cruyff, DT de Ecuador, acaba de dar señal de que está vivo. Se fue a Europa a ver y conversar con futbolistas nacionales, aunque hay uno solo de mérito que es Felipe Caicedo.