Desde Milagro me llegó una llamada de mi amigo-hermano Julio Viteri Mosquera: “Te doy una mala noticia, murió en Estados Unidos Honorato Gonzabay”, fue su mensaje. No pude evitar un estremecimiento. Solo unos días antes habíamos hablado con Julio de nuestro querido y admirado amigo el Mariscal, como se lo conocía desde los años del viejo estadio George Capwell.
Comentábamos acerca de su excelente estado físico y su vitalidad que desmentían los 90 años recién cumplidos. “Estás para jugar medio tiempo, al menos”, le dije en marzo del año pasado cuando nos encontramos en el homenaje que la Universidad Estatal de Milagro les rindió a los exfutbolistas de Unión Deportiva Valdez. “Cómo que medio tiempo”, me replicó sonriente, “estoy para los 90 minutos y dos suplementarios”, remató.
En cuarentena por la tragedia universal remiendo los días con cine clásico y lecturas. En un diario español leí un artículo sobre los poetas Federico García Lorca y Miguel Hernández. Una elegía de este a Federico decía en una estrofa: “¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, pero qué injustamente arrebatada! No sabe andar despacio y acuchilla cuando menos se espera su turbia cuchillada”.
Así, como una turbia cuchillada nos ha castigado la muerte de Pepe Yu Lee Salazar, cardiólogo, hijo de Cipriano y Violeta, mis queridos amigos ya idos; de Edberto Vera Manzo, sobreviviente del viejo periodismo, maestro de generaciones y sólido bastión de la revista Estadio de antaño.
También la de Ángel Vargas Zúñiga, compañero de la natación y científico de la ingeniería mecánica, y la de Elio Armas Valencia, fotógrafo de notable escuela, maestro de su profesión y cronista gráfico. Me unió a ellos una vieja amistad y un gran aprecio mutuo.
Cuando escuché lo de Honorato, traté de conservar la calma sumergido en la esperanza de que fuera solo un rumor. Me ha pasado en estos días que me han hablado de la muerte de amigos que todavía respiran, en medio del desastre sanitario de un país y de una ciudad cuyos servicios de salud en condiciones normales son desastrosos, mucho peor en medio de una pandemia que quiere ser afrontada desde la mentira oficial sobre sus consecuencias.
Sus inicios
Por mi cercanía con Milagro me hice amigo de Gonzabay hace más de seis décadas. Lo vi jugar en la cancha de la Pampa de los Conejos alrededor de 1950, cuando Honorato era centrodelantero de Milagro Sporting, al que lo llevó Eduardo Castro Acuña para formar un trío central espectacular con Radoy Jervis y Leonardo Mondragón. Espigado, con más de 1,80 metros, los aficionados milagreños lo bautizaron como Guarumo, como ese árbol alto y delgado.
El zaguero centro del Milagro Sporting era Manuelito Andrade. Un día que este no pudo jugar el director técnico, que era el célebre Guido Andrade, ya consagrado en el Quinteto de Oro de Barcelona, decidió poner a Gonzabay en el centro de la defensa. El compromiso era ante la selección de San Carlos. Fue una revelación. Impasable por arriba, diestro para recuperar el balón, astuto en la marca, se ganó el puesto y así se formó la mejor defensa del amateurismo milagreño: Leonardo Mondragón, bajado a marcador lateral, Honorato Gonzabay y Manuel Andrade. En el arco, con 250 libras, volaba de palo a palo Camilo Andrade Vélez.
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Cuando Edmundo Valdez Murillo decidió incursionar en el profesionalismo, llamó a la gallada de Milagro Sporting para edificar Unión Deportiva Valdez. Llegaron con Honorato, que las hacía de capitán, su inseparable interior ubicado ahora de marcador Leonardo Mondragón, Gastón Navarro, el Huaso Pérez, Aurelio Medina, José Almeida, Galo Coba, Olmedo Acosta, Diógenes Tenorio. Carlos Serrado, Eugenio Gallina Mendoza, Julio Caisaguano, Carlos Titán Altamirano y otros que ganaron la categoría en 1951 para ascender a la serie de honor del profesionalismo guayaquileño.
En 1953 llevó a sus filas al mejor guardameta nacional de todos los tiempos, Alfredo Bonnard Jara, y se formó la retaguardia valdezpina que fue por varias temporadas la menos batida: Bonnard; Navarro o Serrado, Gonzabay y Mondragón.
Tiempista excepcional
En los torneos de la Asociación de Fútbol del Guayas empezó a brillar la calidad de Gonzabay hasta convertirse en el mejor zaguero central de nuestro fútbol. En 1955 fue seleccionado al Sudamericano de Chile, distinción que repitió en 1957 y en 1959. Mauro Velásquez Villacís, la pluma más autorizada en el análisis del fútbol, dijo de Honorato: “Su estatura de 1,82 metros y su elegancia para sacar la pelota bien tratada desde las últimas posiciones, aunque enfrente estuvieren Míguez, Sosa, Robledo o Evaristo de Macedo; su cabeza en alto para localizar al compañero mejor ubicado para salir con seguridad desde las últimas líneas; la seguridad en el juego de cabeza que le permitió medirse con los mejores de su tiempo, y su condición de tiempista excepcional que le hacía llegar en el momento exacto para despojar sutilmente del balón a su adversario fueron solamente algunas de las virtudes que Gonzabay tenía en su arsenal defensivo”.
Su momento consagratorio ocurrió el 11 de agosto de 1954 cuando Valdez fue empatado por el poderoso Botafogo de Brasil, que contaba con Nilton Santos y Garrincha. Allí se dio el lujo de anular al famoso centrodelantero Paulo Valentim, titular de la selección de Brasil. El 22 de julio de 1956 se midieron Valdez y Patria en un gran encuentro. Los milagreños ganaron por 1-0, pero lo sobresaliente del juego fue la actuación de Gonzabay, bien complementado por Hugo Pardo y Carlos Serrado.
El apodo inmortal
Toda la gama de recursos de Gonzabay afloró esa noche ante el acoso de un extraordinario quinteto formado por Mario Saeteros, Pancho Rengifo, Vicente Pulpito Delgado, Colón Merizalde y Gereneldo Triviño. El día 24 Ralph del Campo, en su Carrusel Deportivo, bautizó a Honorato con el apelativo que le duró hasta su muerte, ocurrida el 8 de abril pasado: el Mariscal.
En diciembre del 2019, la Universidad Estatal de Milagro editó el libro de mi autoría titulado Recuerdos de Unión Deportiva Valdez. Para su rector, Fabricio Guevara Viejó, que las nuevas generaciones conozcan el notable papel que en el deporte tuvo el equipo de Valdez es indispensable para fortalecer la identidad cultural de la ciudad. Honorato nunca pudo ver el libro editado lujosamente con profusión fotográfica, investigación documental y bellas caricaturas de Washington Rivadeneira, el querido River que hoy también es solo recuerdo.
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El Mariscal Gonzabay estaba ansioso por ver el libro, por tenerlo en las manos. “Voy a ir en abril para la presentación”, le dijo a su familia hace poco. No podrá ser. Vendrá sí, pero para que sus cenizas sean depositadas en el cementerio de la ciudad a la que enalteció con su calidad y su caballerosidad en los campos deportivos del país y de América.
Un auténtico grande
Le doy mi adiós emocionado a quien fue mi amigo muy cercano. Tuve la fortuna de verlo en las canchas desde cuando era solo Guarumo hasta convertirse en el Mariscal de campo, triunfador en la selección de Guayas y en la nacional, en Valdez, Atlético Chalaco de Perú, Patria y 9 de Octubre, club que le pagó su pase con un juego de llantas para su camión bananero.
Se ha marchado un auténtico grande de todos los tiempos. (D)