Las conclusiones sobre el análisis a las cuentas de Barcelona, en la auditoría realizada por la firma PKF, aclaran la hipótesis de la incertidumbre, pero confirman la teoría del caos. En un párrafo se dice sobre BSC que existe “una duda significativa sobre la capacidad del club para continuar como entidad en funcionamiento”. Es una opinión desfavorable porque el análisis delata que los pasivos a corto, mediano y largo plazo han generado un déficit financiero que incide significativamente en la posición económica.
Pero al margen del tecnicismo, a nadie le puede quedar duda alguna de que la crisis económica, declarada oficialmente, se da por una secuencia de irresponsabilidades en el manejo de los recursos. Los directivos que propiciaron esta crisis no tuvieron la indispensable prudencia financiera, una obligación que no acepta como justificación la ignorancia y peor el error excusable.
En nuestro medio se ha querido imponer un dogma: que solo aquellos que conocen los pequeños y grandes ‘misterios’ del mundo del fútbol pueden tener credenciales para ser dirigentes y bajo ese imaginario cualquier oportunista se declara predestinado. Lamentablemente, en nuestro fútbol, son reiterados esos casos, como también los son sus fracasos.
El escritor argentino Matías Godio, en su libro Fútbol y sociedad, nos hace ver que hay ámbitos que no se han ajustado a las exigencias de la modernidad y el fútbol no es la excepción. Se llega a confundir que los requisitos para dirigir un club son los mismos que los que se exigían al dirigente barrial; Godio explica que “muchos aspirantes a dirigentes de clubes con trascendencia se presentan como predestinados. Como si fueran hados que tienen reservado su tránsito por el fútbol”. Y ese impulso es suficiente razón para destacarse ante los electores; luego, en la práctica recién es racionalizado ese asunto y llegan las consecuencias obvias.
Y en aspectos dirigenciales a las pruebas nos remitimos: entre lo empírico y lo improvisado descansa el fracaso. Ese conglomerado que forman los electores y los elegidos de un club deben estar conscientes de que el fútbol hoy exige sólidas estructuras orgánicas y estas deben ser conducidas por personajes capaces y probos.
Es inaudito e ilógico que el BSC haya invertido ingentes cantidades de dólares en contratar cuerpos técnicos y futbolistas y no hayan realizado el menor esfuerzo en incorporar a ejecutivos expertos en finanzas. No se puede aceptar que el BSC genera cerca de $100 millones en un periodo de cuatro años y produzca un despilfarro organizado. Cuando la actual dirigencia anunció, a través del vicepresidente financiero, Xavier Salem, que contratará una auditoría forense que depure el montaje de rubros ilegales e ilegítimos para hallar las malversaciones de fondos, nos está diciendo que buscarán expertos en investigación criminalística. Intentarán descubrir si han existido autores y qué mecanismos utilizaron para ejecutar el fraude económico. Con razón Salem no entiende cómo llegaron al club dirigentes que manejaron al BSC como una tienda de barrio.
Pero con más energía, y declarándose indignado, Isidro Romero, uno de los llamados notables que impulsaron la auditoría en cuestión, declaró: “No logro entender cuándo Barcelona cayó en manos de mentirosos, de falsos”. Y para rematar José Tamariz Crespo, otro de los ocho notables, sin guardarse nada, mencionó: “En Barcelona se colaron ratas y se necesita un insecticida”.
Analizando varios rubros que han deteriorado las finanzas del club sobresale el inmenso gasto en unos salarios impropios para la situación económica del país. Son remuneraciones ofensivas para la sensibilidad comunitaria; valores excesivos que nos hacen suponer que la dirigencia los acordó a sabiendas de que estaban muy por encima de los que se pagan en otros mercados parecidos al nuestro.
Con estos antecedentes es indispensable que la directiva, encabezada por Carlos Alfaro Moreno, descubra e identifique a los responsables, porque así también podrá reivindicar la honra y la imagen de los directivos que hoy, por la generalización, han sido involucrados como responsables del caos que vive Barcelona.
El debate moral es parte del todo, pero también es crucial encontrar la solución del descalabro institucional. Desde lo numérico, tener un pasivo de más de $51,6 millones no representa un estado de quiebra declarado oficialmente, pero sí un estado fallido por la iliquidez y por la cesación de pago.
La actual dirigencia no contempla entre sus planes la implementación de sociedades anónimas, prefieren seguir como clubes sin fines de lucro y hay que respetar ese criterio, que no comparto por algunas razones. Por ejemplo, la posibilidad de lucro se puede convertir en un incentivo para conseguir capitales par el fútbol y por ende conformar equipos más competitivos. Hoy el fútbol también es una industria del espectáculo y eso obliga a tener una adecuada estructura de organización empresarial. Mucho se ha escrito sobre el peligro de que en esas sociedades abiertas las acciones terminen en pocas manos; pero la legislación deberá evitar esos riesgos poniendo límites porcentuales para los paquetes accionarios.
Otro requisito para evitar que aventureros pretendan candidatizarse es la implementación en la FEF de una certificación de idoneidad, como la usa Conmebol desde el 2016 para quienes se postulan a presidentes de federaciones nacionales. El lema que usó Mauricio Macri, en su brillante gestión como presidente del Boca, fue: “Pasión con inteligencia”. Decía que si el empresario vive solo con pasión por lo que hace, corre el riesgo de que la pasión le nuble la vista y obstruya la racionalidad y la inteligencia para tomar decisiones.
Macri también recalcó que quien preside un club con gran ascendencia popular asume una alta responsabilidad social, que no solo exige tener una gran preparación intelectual, sino que sobre todo debe ser ético, leal y responsable, ante el sentimiento de millones de fanáticos que aman a ese club. Me da la impresión de que en el BSC, en los últimos tiempos, a varios dirigentes se les olvidó este mandamiento. (O)