Muchos niños lo hicieron su ídolo. Todos querían ser arqueros, cuando fueran grandes, de la talla de Carlos Luis Morales. Por muchas razones, propias de la magia del fútbol, se construyen ídolos que son, al final de cuentas, privilegiados ciudadanos de carne y hueso, con los mismos problemas que todos los demás, salvo que han sido agraciados con destrezas deportivas que hacen la diferencia. Por aquello son admirados por grandes mayorías.
Su carrera de futbolista fue intensa, no tuvo tregua. Desde esa tarde soleada en el estadio 7 de Octubre en 1983, en Quevedo, cuando le dijeron que debía enfundarse el buzo de Barcelona para ser titular, un mes antes de cumplir 18 años. Los titulares de la portería canaria se venían cayendo; a Ramón Quiroga la directiva no lo quiso más y a Antonio Mercury una lesión lo había alejado. Ante esas circunstancias la responsabilidad de custodiar la portería del Ídolo del Astillero fue para Morales y desde su debut el joven arquero demostró tener pasta y oficio; en pocos partidos se adueñó del puesto por muchos años más. Basta revisar los títulos que consiguió con BSC, campeón de Ecuador en 1985, 1987, 1989 y 1991, y participó en seis Copas Libertadores con el club. Pero su año más distinguido fue el de 1990, cuando llegó a la final de la Libertadores gracias a su protagonismo en el desenlace de los partidos. Por ejemplo, atajó cinco penales en la fase de grupos, dos a Medrano y a Melgar del Oriente Petrolero de Bolivia; otro en la tercera etapa ante el archirrival Emelec, ante Russo –clave para la clasificación– y en las semifinales ante el poderoso River Plate, en Buenos Aires, en el minuto 87, Morales –en un estirón para la fotografía– rechazó el potente disparo de José Serrizuela, y aunque BSC perdió 1-0, la vuelta llenó de ilusiones al aficionado amarillo, que el 12 de septiembre de 1990 repletó el estadio Monumental; el uruguayo Luis Alberto Acosta adelantó al equipo guayaquileño y empató la serie. Esto obligó a resolver el pase por la vía de los penales. Los argentinos iniciaron las ejecuciones poniendo frente a frente otra vez a Serrizuela y Morales en un duelo desde los 11 metros. El escenario se silenció por un momento. El ejecutor por excelencia, con sed de revancha, el cañonero de mayor destreza, aquel que no estaba dispuesto a perdonar, hizo reposar la pelota en el manchón del penal con la intención de reventar las redes. Pero esa noche Morales lo miró fijamente y coincidió con el pensamiento de Serrizuela y le tapó el penal.
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Hace pocos días leía unas declaraciones de Serrizuela sobre ese cobro: “Yo no tenía otro lugar que patear más que al medio, porque si lo tiraba a la izquierda y me atajaba de nuevo, en Argentina me iban a caer todas las críticas. Seguro pensaba que se lanzaba a la derecha; yo dudé y pasó tiempo para la ejecución y por eso (Morales) se quedó parado”.
Y vino el estruendoso festejo del público que vitoreaba al nuevo tapa penal, quitándole ese nombramiento que desde 1970 tenía el legendario Luis Alberto Alayón. La fotografía de Morales tapando ese penal recorrió el mundo; bien lo describió la nota publicada en EL UNIVERSO: “Una imagen icónica de Morales lo retrata de rodillas y celebrando a todo pulmón lo mejor que hacía, atajar penales”. Sus características principales eran su gran concentración, gran agilidad, velocidad para enfrentar delanteros, valentía en el mano a mano. Lo que le faltó para convertirse en el mejor de los tiempos en el arco de Barcelona fue dominar el juego aéreo. Luego de su retiro incursionó en el periodismo deportivo, tanto en radio como en la TV, para después posesionarse como presentador de noticias por muchos años en TC Televisión.
Siempre que era entrevistado por sus actuaciones en el fútbol, y me extraña que alguien lo desconozca o intente disminuir el enorme aporte que le dio al BSC, en especial en la Libertadores, y contestándole a algún desmemoriado, que persigue distorsionar lo conseguido con inusitada insistencia, le recalco que Morales mencionaba: “Nadie me puede cambiar la historia. La historia confirma mi amor por el equipo, ahí están las imágenes”.
Lo que no reflexionó Carlos Luis es que cuando un personaje se aleja del escenario que le dio celebridad y escoge uno como la política, es factible que su popularidad le dé votos y un cargo, pero de ahí para adelante, los afectos tienen una limitación. Ahí valen otros juicios de valor, las reglas del juego cambian; a estas alturas está confirmado que a Morales la aventura de ser político le salió cara, porque aquellos códigos de los camerinos que siempre invocó no eran los mismos que la política usa. Esa pudo ser una de las razones de su fracaso en este escenario.
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Su muerte repentina alimentó, aunque parezca inconcebible, una disputa en redes sociales intentando menoscabar sus éxitos por supuestas irregularidades en el cargo público que ostentaba. Pero más pudo la equidad social recordándolo como el gran deportista que fue con el fin de honrar al ser humano en el momento de su alejamiento terrenal. Aquellos que dudan de que los tiempos de Dios son perfectos son los capaces de irrespetar ese plazo de luto y llanto que tienen los parientes y amigos cercanos de Morales. Hoy nuestra Constitución declara la inocencia de un imputado si la muerte lo sorprende en un proceso sin sentencia. El resto que le corresponde al orden judicial, y es un tema del que por el momento es mejor no decir nada, al menos que se pueda mejorar el silencio, como afirmaba el argentino Jorge Luis Borges.
Dicen que el corazón es el músculo más ingrato del cuerpo humano y hay que tratarlo bien porque puede ser implacable. Pero también es el órgano más sensiblero y cuando coquetea con la mente se torna en amo capaz de instigar sublimes pensamientos y también reproches; a Morales lo consumió una cavilación que lo mortificó tanto que su corazón no resistió. Algún familiar escribió que Carlos Luis era un triunfador, hombre alegre y a veces ingenuo. De eso se aprovechó la muerte y le disparó el último penal de su vida, aquel que no pudo atajar. (O)