Posee dos títulos que ningún archivo omitirá: ser el primer fichaje “galáctico” y el jugador más odiado de la historia del fútbol. Y tantos otros, aunque ninguno lo ha marcado más que aquellos. Luís Filipe Madeira Caeiro Figo (lisboeta, celebrará 48 años este miércoles) fue multicampeón en Europa, Balón de Oro del año 2000 y es oficial de la Orden del infante don Enrique de Portugal. Millonario. También el esposo de una despampanante modelo sueca –Helen Svedin– que es la madre de sus tres hijas, protagonista ella de una chispeante salida de Ronaldo “el Gordo”. Jugaban ambos en Madrid, y mientras Figo era un profesional intachable, el brasileño adoraba la noche, estaba excedido de peso y solía llegar tarde a los entrenamientos.
–Aprendan de Figo, que a las cinco de la tarde ya está en su casa–, lo retó Florentino Pérez, paternalista.
–Presidente, si tengo la mujer de Figo yo también llego a las cinco de la tarde a mi casa–, respondió el maravilloso centrodelantero.
Figo fue un buen extremo derecho (quizás muy bueno, no más que eso), pero nadie lo recordará por sus fantasías con la bola sino porque hace veinte años protagonizó un suceso nunca visto ni antes ni después en la historia del deporte. Fue el 21 de octubre de 2000, en el clásico Barcelona-Real Madrid, el primero después de su escandalosísima salida del Barça. Figo sembró tempestades y cosechó maldiciones en aquel suceso que el barcelonismo no olvidará jamás.
El suceso del Clásico
El Camp Nou estaba como parapetado, en trance, en un silencio expectante, mientras Manel Vich, la voz del estadio, anunciaba los equipos. Dio la alineación del Barcelona, siguió con la del Real Madrid: “Roberto Carlos… Celades… Makelele…”. Hizo un paréntesis para conferir mayor expectativa y al pronunciar “Figo”, explotó el gigantesco estadio como nunca antes. El estallido reprobatorio, mezcla de silbidos y rugidos de cien mil personas es aún hoy, veinte años después, uno de los sucesos más conmocionantes de este deporte. “Alcanzó 111 decibeles, el mismo ruido que hace un avión al despegar”, informaron expertos en el tema. Y nos impactó hasta a quienes lo veíamos por TV.
El abucheo y los gritos de “traidor” y “pesetero” continuaron cada una de las veces que Figo tocó el balón. Y nunca, en ese copetudo escenario, se le arrojaron tantas cosas a un futbolista, nunca se despreció tanto a alguien. Cada vez que iba a ejecutar un córner caían de las gradas botellas, naranjas, bolsas de basura, todo tipo de objetos (en 2002 le arrojaron una cabeza de cerdo)… No fue organizado, no hacía falta, el odio estaba instalado en cada corazón azulgrana. Luis Figo era el capitán y la figura saliente del FC Barcelona. Había llegado cinco años antes del Sporting de Lisboa para reemplazar a una estrella que también cruzó de vereda: Michael Laudrup dejó La Sagrada Familia para irse a otra catedral, el Bernabéu.
Nadie podía sospechar que después de cinco años como culé, de ser un emblema del club y llevar el brazalete, de recibir los trofeos que se ganaban, huyera a los brazos del acérrimo rival sin el menor aviso, de la manera más sorpresiva. Figo entrenó un lunes por la mañana en Barcelona, saludó con un hasta mañana en el vestuario y tres horas después, ante el estupor general, era presentado por Florentino Pérez y Alfredo Di Stéfano como la nueva luminaria del Real Madrid dando inicio a la “era galáctica” del presidente blanco, consistente en contratar una megaestrella por año. Luego le siguieron Zidane, Ronaldo, Beckham, Kaká… Nadie en Cataluña podía entender qué había pasado, muchos no creían que fuera cierto. La indignación alcanzó su cénit tres meses después, cuando Figo debió volver al templo catalán con la casaca merengue. La ira y el despecho de los cien mil espectadores, fermentados durante tres meses, se descargó en el clásico.
Un hecho avisado
En su campaña por la presidencia del Real Madrid, Florentino Pérez anunció que, de ganar, llevaría a Figo al club madrileño. Nadie le creyó, eso “no era posible”. Ni que ganara, pues no era favorito (lo era Lorenzo Sanz, muy querido por los hinchas), ni que llevara a Figo, que nunca se iría del Barça, pues además su cláusula de rescisión ascendía a 61 millones de euros, algo exorbitante hace veinte años. Pero José Veiga, el agente de Figo, había firmado un pacto secreto con Florentino: si este ganaba la presidencia, pagaba los 61 millones y le daba a Figo 5000 millones de pesetas (unos 30 millones de euros); pero si Figo se echaba para atrás, le tenía que pagar él ese dinero a Florentino. Era lo que valía el abono de un año de todos los plateístas del Real Madrid. “Si yo no puedo cumplir mi promesa porque rompen el acuerdo, al menos los abonados verán una temporada gratis al Madrid”.
A Figo lo seducía semejante dineral, pero por dentro sentía una presión tremenda. Cuando Florentino Pérez hizo el rimbombante anuncio electoral se pensó que era puro farol para captar votos. Luego lo reafirmó y recontraafirmó. Ahí, el diario Sport, de Barcelona, entrevistó a Figo para saber si era cierto y este juró fidelidad al Barça, pensando que Florentino no se impondría en los comicios para la directiva. Pero todo sucedió tal cual. Sintiéndose traicionado como todos los culés, el día del partido con el Madrid, Sport sacó en su edición “el antipóster”, una lámina gigante con un billete de 10 000 millones de pesetas con la cara de Figo, lámina que los hinchas llevaron al estadio y la mostraban como pancarta.
Figo reconoce aún hoy que al ser presentado en el Madrid “estaba asustado”. Pero aquel día de su reaparición en el Camp Nou aguantó todo con enorme temple. Puyol lo fue a buscar en una como para partirlo y no dijo ni mu, pidió siempre la pelota y fue al frente. “Ningún deportista en el mundo habrá tenido la experiencia de jugar en un estadio con 100 000 personas contra él”, dice hoy el portugués. Ninguno tampoco se atrevió a tal infidelidad con una hinchada que lo quería. (O)