La noche previa a mi vuelo, que me traía a Bruselas, Bélgica, no pude conciliar el sueño con normalidad. La ansiedad de volver al ‘viejo mundo’ no me dejó dormir bien. El vuelo era un objetivo que, por esos avatares o circunstancias de la vida, se había postergado más de la cuenta. Ese viaje anhelado al país de la tradición cervecera era una tarea pendiente, como muchas otras, para ir en busca y al encuentro de un pasaje de mi vida que había dejado durante esos tres años que me tocó jugar en el Mechelen. Habían pasado más de 18 años. Pero finalmente ya estaba en el avión que me traería a Malinas (en castellano), y sobre la bella ciudad de Bruselas. El viaje se hizo más largo que el de costumbre, pero las horas de vuelo eran lo mismo. Sucede que mi mente recordé cada situación vivida por estas tierras que me cobijo durante tres años y que me daba esa falsa sensación de que estaba más tiempo sobre el avión.
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Ya en Ámsterdam (Holanda), mi conexión para Bélgica, en el ingreso a la comunidad europea pude recordar algunas palabras en neerlandés ante migraciones. Fue previo a un viaje de 30 minutos que finalmente me llevó hasta Bruselas, la capital de Bélgica. Ese ansiado momento, que lo había esperado por tantos años, no solo yo, sino también mi hijo, Elías, se había hecho realidad. En el aeropuerto me esperaron mis amigos de muchos años como Fernando, su hermano Luis y Percy, quienes me llevaron al departamento de Carlos Sergio Lachira, que me esperó con una fabulosa cena compuesta de un aguadito de entrada, de plato de fondo, un arroz con carné guisada y para hacer un brindis una, cerveza Duvel. Ahí también me esperaba el Dr. Miguel Trelles, quien le pone esa cuota de humor y picardía, que son esenciales para cada reunión.
Con un fuerte abrazo y un beso con cada uno de ellos les agradecí toda su generosidad por darme esa bienvenida. Cada uno con su estilo particular, me hizo pasar una noche muy especial, recordando cada momento, cada reunión convivida durante esos años. Pero faltaba en el grupo de amigos una persona que durante esos tres años me dio más que una mano en Bélgica. Se trata Carlos Reyna.
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Carlos Reyna, primo del exatacante Alfonso ‘Cococho’ Reyna, es un exfutbolista profesional natural de Chilca de los años 80. Se había formado en Universitario de Deportes y cuando jugaba por la reserva de la ‘U’, fue visto por Moisés Barack, quien lo llevó para que fiché por el Torino de Talara donde jugó como zaguero central por 10 temporadas. Reyna había sido compañero de carpeta en el colegio Mariano Melgar de Breña del reconocido exfutbolista Humberto Rey Muñoz y había crecido rodeado del fútbol bravo y macho. Jugó en Torino con Pedro Sanjinez y muchas figuras más de esos años, pero el fútbol en los inicios de los 90, previo al mundial de Italia 90, lo trajo hasta Bélgica. Reyna, un peruano asentado por estos lares, es el amigo que toda persona debe tener. Un buen tipo, frontal, sincero, solidario y que siempre te dirá las cosas de manera directa, sin medias tintas. Durante los tiempos en que jugué en Bélgica, él me acogió en su casa en diversas circunstancias que ya contaré. No solo a mí, también lo hizo con Aldo Olcese y con Andrés Mendoza. Todos, en varias oportunidades, nos encontrábamos para celebrar un día cualquiera para hablar de nuestras penas y glorias y poder sobrellevar ese momento lejos de nuestro país.
Reyna me ve, nos abrazamos y le doy un beso. Me lleva a dar una vuelta por la ciudad para recordar esas épocas. La nostalgia me invade y, mientras relata mis historias, mi memoria se activa, al mismo tiempo que en su cómodo auto voy recorriendo la ciudad. La lluvia que baña el lugar me hace recodar que estamos en Bélgica y recuerdo lo dura que fue la adaptación al intenso frío de estos lares de Europa. Ese intenso frío y hielo me hacía llorar, no fue fácil esa adaptación. Me costó muchas lágrimas, pero lloraba en silencio.
El día se acaba en Bélgica y pese a haber tenido la oportunidad de estar con mis amigos, aún tengo una angustia que me estremece el corazón. No sé qué pasará mañana, pero tengo un nudo en mi corazón que me hace sufrir ya que el mayor propósito de mi viaje aún no lo puedo ver. Por eso tengo el corazón partido, tengo una cruz que cargo hace muchos años, que me hace sufrir en silencio, y que me destroza el alma. Esa pesada cruz me quita el aliento, pero mi fe hace que siga adelante, caminando inquebrantablemente para ver a esa persona por la cual vine desde tan lejos.
Nos vemos el próximo lunes.