Sea lunes, miércoles, sábado o domingo. Por la noche, tarde o mañana. Al aliancista, en realidad, poco le importa eso. Su religión es ir a Matute, su templo, cada vez que juega su Alianza Lima. No interesa el día, la hora ni el clima. Una vez por semana, como dice Eduardo Galeano, huye de su casa y asiste al estadio, su segundo hogar. Y más aún si se trata de un partido que en la previa tenía tintes de final, que podía definir el año del equipo aunque falten siete partidos del Torneo Clausura. Por eso, anoche ante Melgar, los más de 25 mil fanáticos que se dieron cita en el corazón de La Victoria jugaron su partido aparte en las tribunas y demostraron que la hinchada también gana partidos. Y también genera millones. Alianza informó que a la fecha ya han recaudado 16 millones de soles.
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El hincha, aunque quisiera, no puede ingresar al campo y patear el balón o dejar hasta la última gota por correr durante 90 minutos. Pero sí contagia, motiva, transmite. No puede cabecear el centro pasado de Yordi Vílchez como lo hizo Hernán Barcos para que Pablo Lavandeira ponga el 1-0 a los 4 minutos, ni tampoco es capaz de interceptar un mal pase hacia atrás como el ‘Pirata’ y dejar como un novato a su rival para anotar el 2-0 a los 6′ con un verdadero golazo. Pero sí genera esas situaciones desde las gradas.
Porque si Alianza, que venía golpeado pese a ganar en Jaén su último partido, salió a comerse crudo al semifinalista de la Sudamericana y campeón del Apertura, es por el empuje de su gente. Por ese hincha que salió apresurado de su trabajo casi sin despedirse de sus compañeros y no le importó estar en terno cantando en una de las tribunas. O por esa familia que vive detrás de la tribuna popular sur y compró fuegos artificiales solo para ser parte de la fiesta aunque ni siquiera esté dentro del estadio. Por ellos y las más de 25 mil personas que en la previa homenajearon a los ‘Potrillos’ tras la obtención del Torneo de Reservas y en los 90 minutos no dejaron de alentar.
El ambiente en Matute fue de final. Tenso, cargado y por momentos había impaciencia, más allá de que el equipo se puso 2-0 arriba en los primeros seis minutos. El hincha en las gradas aplaudía el esfuerzo de Arley Rodríguez, la seguridad de Ángelo Campos en el arco o la visión periférica para sacar limpia la pelota de Jairo Concha, con la misma intensidad que renegaba por un mal pase, un error en salida o la lentitud de Christian Ramos en defensa.
En un palco en la tribuna occidente, pegado a Sur, estaba parte de la delegación de Melgar, el rival de turno. Los futbolistas Alexis Árias y Jhonny Vidales (suspendidos), junto a Edgar Villamarín (gerente deportivo) y el propio Jader Rizqallah (dueño del club) estaban en ese pequeño cuarto observando el partido y siendo presa fácil de la hinchada que les gritó los goles de Lavandeira y Barcos, y les tomaba fotos cada vez que podían. “¡Oye! ¡Oye! Mírame, mírame”, le gritaba un hombre de 40 años a alguno de los rojinegros enseñándole el escudo de su camiseta aliancista.
“Tuvimos una desconcentración en los primeros cinco minutos y eso nos costó los dos goles”, fue la autocrítica de Walter Tandazo, volante de Melgar, después del partido. Ese trance en el que entró Melgar en los primeros minutos en los que perdió el partido fue inducido por el hincha y su aliento. Por el recibimiento de una caldera que se vino abajo cuando saltó al campo de juego los once elegidos por el ‘Chicho’ Salas. Por la inyección de energía que les dieron a los de azul y blanco, y la desorientación que sufrieron los de rojo y negro.
El partido después se equilibró, aunque casi se le va de las manos al árbitro Kevin Ortega. El juez principal, en su afán de darle fluidez al juego, dejó pegar. Y eso es un riesgo, un arma de doble filo que pudo acabar con más expulsados. Solo el argentino Cristian Bordacahar vio la roja a los 97′ luego de alzarle la mano a Ortega en un gesto de desaprobación al cobro de una falta. El atacante había ingresado en el segundo tiempo en reemplazo de Martín Pérez Guedes para desbordar por derecha y desde su entrada tuvo un par de roces con el lateral izquierdo aliancista, Ricardo Lagos.
Luego del remezón del clásico y la posterior salida de Carlos Bustos, Alianza Lima parecía desahuciado. Pero con dos victorias al hilo -esta con un valor anímico de más de tres puntos-, el elenco íntimo amaneció en el tercer lugar del Clausura con 24 puntos, los mismo que Atlético Grau (un partido más) y uno menos que Sporting Cristal, el líder. En un torneo ciertamente irregular, lo único regular es ver Matute lleno cada vez que juega el equipo de La Victoria.
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“Olé, Olé, Olé, Olé… ¡Chicho!, ¡Chicho!
En los pasillos de Matute hay buen augurio con los técnicos interinos, que son normalmente los ídolos o referentes que suelen agarrar el “fierro caliente” cuando se va el entrenador principal y los resultados no acompañan. Pasó con Gustavo Roverano en 2015, quien asumió tras la salida de Guillermo Sanguinetti y en sus primeros partidos encadenó cinco triunfos al hilo, incluyendo festejos ante la ‘U’ y Cristal. En 2016, Juan Jayo reemplazó a Roberto Mosquera, y sacó adelante al equipo con cuatro victorias y un empate en nueve partidos.
En 2019, luego del despido de Miguel Ángel Russo, Víctor Reyes tomó las riendas del primer equipo por siete encuentros y consiguió cuatro triunfos y un empate. Guillermo Salas hizo lo propio en 2020 tras la salida de Mario Salas aunque solo por un partido: goleada a Melgar por 4-0. Ahora, ya sin Bustos, el ‘Chicho’ nuevamente está al frente y ya suma dos alegrías seguidas, la última ante el ‘Dominó’, su víctima favorita.
Salas es el hincha que cumplió su sueño de salir campeón con Alianza cuatro veces. Y es el técnico que representa al hincha también. Con un buzo y una gorra, el exlateral vive cada partido como si estuviera en la tribuna. No para de dar indicaciones en su zona técnica, grita, señala y cuando el balón se detiene, llama a alguno de sus dirigidos para pedirles algo en específico.
También tiene esa sabiduría que le dio sus casi 20 años de futbolista para saber qué hacer en cada momento del partido. Por eso, en una jugada aislada del primer tiempo, con el equipo ganando 2-0, Ricardo Lagos, lateral izquierdo, quiso apresurarse para sacar un lateral desde el lado derecho en un ataque aliancista y el entrenador saltó como un ninja de su zona para quitarle el balón y pedirle que no lo haga, que lo mejor es esperar a Gino Peruzzi y manejar el encuentro. En esos pequeños detalles también se ve la mano del técnico.
Por eso, cuando fue expulsado por reclamar al árbitro, las cuatro tribunas no dudaron en cantar “Olé, Olé, Olé, Olé… ¡Chicho! ¡Chicho!” en señal de afecto, respeto y admiración. Y cuando acabó el partido, con los hinchas saliendo felices del estadio, Salas ingresó al campo y se enfundó en un abrazo fraternal con cada uno de sus jugadores. Salas es el ídolo que representa al hincha en cada paso que da.
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