Pelé es el único futbolista en ganar tres Copas del Mundo y curiosamente estuvo muy cerca de perderse algunas de ellas. La historia que reproducimos a continuación es de cómo se recuperó de una lesión a la rodilla para estar presente en Suecia 1958, donde levantó la Copa del Mundo con solo 17 años.
PERFIL: Pelé: el crack que muy pocos vimos jugar pero inventamos en la memoria
Luego, para 1970 él ya no quería jugar el Mundial. Tenía 30 años pero tras lo que sufrió en Inglaterra 66 no quería volver a experimentar que todos estén en su contra. Pero, como cuenta en su documental de Netflix, fue a México más por él, por una revancha personal.
Así, Pelé se llenó de gloria eterna. Ganó tres mundiales y el mundo entero se rindió a sus pies. Ahora lo despiden con los honores que se merece. El mundo es absolutamente suyo.
Homenaje
“Yo quería regresar a Brasil y no ser carga para el equipo”
Autor: Pelé
* Relato reconstruido extraído de “El Gráfico y el Mundial”, del mes de octubre de 1977, publicado en la Revista “Los Maravillosos Mundiales” de El Comercio y El Gráfico en mayo de 1986.
Tenía 17 años cuando me convocaron para integrar el equipo brasileño que iba a jugar el Mundial de Suecia. Antes de la partida, la Selección jugó un partido amistoso contra el Corinthians en el estadio de Pacaembú de San Pablo. Creo que fue un error. Las designaciones habían caído muy mal en San Pablo, donde se pensaba que Luisinho, delantero de Corinthians, debía ser un titular obligado y no estaba nombrado entre los 22.
Pensé en el pobre Orlando, quien tenía la misión de marcar a Luisinho. Todo el mundo estaría pendiente de él. Pero, afortunadamente, no pasó nada grave. En cambio, lo que me pasó a mí puso ser muy serio. Cuando iba a entrar al área de Corinthians, un defensor me dio un terrible golpe en la rodilla. No podía aguantar el dolor. Mario Américo, el masajista, vino corriendo desesperado y me hizo sufrir bastante, porque donde me tocaba, me dolía… Yo no quería salir para que nadie dudara de que estaba bien. Cobraron el tiro libre, me preparé para picar hacia el área, pero apenas pude dar dos pasos y volví a caer. Recién entonces acepté salir del campo.
Cuando quedé solo en el vestuario con Américo le pregunté si creía que podían viajar a Suecia: “¿No escuchaste lo que dijo el doctor Hilton Gosling? -me dijo- No es nada, criollo. Yo te voy a dejar esta rodilla como si fuera nueva”.
Me revisaron muchas veces, pero solamente cuando me senté en el avión tuve la seguridad de que iría a Suecia. No jugué los partidos de preparación en Italia, contra Inter y Fiorentina, ni en los primeros encuentros del mundial contra Austria e Inglaterra.
Al llegar a Suecia, me tuvieron que hacer otro examen porque la rodilla se me había hinchado otra vez en el primer entrenamiento. Insistí ante el doctor Paulo Machado de Carvalho, el jefe de delegación y el señor Vicente Feola, el director técnico, para que me mandaran de vuelta para Brasil porque iba a ser una carga para ellos… el doctor Hilton Hosling me dio otro golpe de fe: “Si este chico es hombre quedará bien dentro de unos días y podrá jugar antes que finalice el campeonato…”. Desde ese momento se inició un severo tratamiento. Mario Américo y el utilero Chico de Assis dos Santos calentaban agua hasta el punto de que hervía, mojaban una toalla en la olla y enseguida me envolvían la rodilla. Pepe y Dida, quienes se habían lesionado en Italia, tenían que soportar lo mismo que yo, Nos saltaban las lágrimas de los ojos pero no abríamos la boca. Mientras apretaba la toalla contra la rodilla, Américo me hablaba: “El papá lo va a dejar en condiciones”. No me dejaba un solo momento. Y al final, Mario Américo me curó.
Feola me incluyó contra la Unión Soviética. También entraron Zito por Dino Sani y Garrincha por Joel. Ganamos 2-0 con goles de Vavá. La rodilla había vuelto a hincharse, pero no le hice caso. Marqué el gol del triungo contr Gales, el que mása recuerdo de todos porque fue mi primer gol del mundial. Ya éramos los favoritos. Algunos chicos y chicas suecas me pedían autógrafos, me pasaban la mano por la cara y olían admirados de que no estuviera teñido. Vencimos a Francia y a Suecia en la final. Hice dos goles. Caí lloranod al suelo, me desvanecí, reaccioné con los gritos y abrazos de mis compañeros.
“Llora, garoto, llora. ¡Somos campeones del mundo!”. Mario Américo, el que había hecho posible que yo jugara ese mundial invadió el campo con uno de sus famosos piques y se robó la pelota del partido. Se la había ganado.