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Ese año llegó al Perú. Entre lo festivo y lo filantrópico. Con promesas de show de la mano de Neymar, Dani Alves, Materazzi, Mascherano y otros tantos, Messi quería seguir jugando a la pelota. Luego de una temporada en la que había metido sesenta goles en sesenta partidos, había sido sustituido en seis ocasiones e ido al banco en otras dos, el argentino seguía empecinado en hacer lo que más le gustaba y, además, ayudar a otros. Leo estaba por cumplir veintiséis y se notaba.
Hoy, una década, tres balones de oro más, una Copa América y un Mundial después, viviendo en Miami, jugando por diversión (un gran sueldo) y con la admiración unánime del mundo del fútbol y hasta de actores de Hollywood, el ‘10’ sigue vigente. Claro, como contra Paraguay, a veces desde el banco, o como en algunos partidos del Inter Miami, a veces desde la grada luego de no haber sido convocado “para darle descanso”.
Pequeñas acciones más que pertinentes para un hombre de 36 años, un padre de familia que ve crecer a sus hijos y ve retirarse a sus compañeros de trabajo. Medidas que demuestran, citando a Eduardo Sacheri, que “la culpa de todo la tiene el tiempo, que se empeña en transcurrir”.
En una época de sofisticación de la preparación física, nutricional e incluso científica, Messi se ha destacado por encima de muchos, teniendo en Cristiano Ronaldo (dos años mayor que él) no sólo a su archirrival, sino a la motivación que le ha permitido llevarse a sí mismo al límite de sus capacidades como animal competitivo.
El jueves, en la tercera fecha de eliminatorias para el Mundial de 2026, Messi entró a los 52 minutos del encuentro con la ovación de todo el Estadio Monumental de River en sus hombros. Las 80.000 almas que se habían dado cita en la cancha y que pagaron una entrada para ver a los campeones del mundo, pero sobre todo a él, se fueron contentas luego de un 1-0 que pudo ampliarse a diferencia de dos si es que el tiro libre fabricado por Messi no chocaba en el palo.
El genio, el ídolo, el hombre que ahora tiene un palco para él y su familia en el mencionado recinto, jugó menos de un tiempo, pero sacó tanto de quicio a los paraguayos que uno de ellos, Antonio Sanabria, lo escupió tras un altercado que luego, como funcionario de dudosa moralidad, negó en televisión nacional.
Si bien contra la albirroja Messi fue suplente, contra Bolivia en la fecha anterior, en La Paz, ni siquiera salió en lista, aunque firmó la planilla como auxiliar por lo que pudo sentarse en la banca donde sólo están permitidos jugadores y cuerpo técnico.
Retrocediendo un poco más, ya en el primer partido contra Ecuador, donde Argentina se impuso 1-0 con gol de Messi, el astro salió del campo -como casi nunca- poco antes de que terminase el juego. No sólo fue para el aplauso, sino para evitar la fatiga. “Estaba un poco cansado y nada, se dio así y seguramente no será la última vez que empiece a salir de los partidos”, mencionó un Messi sonriente a la prensa argentina y para la ligera congoja de quienes se preguntan con seriedad qué pasará luego de su retiro. “Nos está preparando”, se animaron a decir los hinchas luego de las declaraciones. Conjetura irrefutable.
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Messi, el fin de una generación
Sólo hay dos futbolistas en Sudamérica, vigentes, que jugaron eliminatorias desde aquella para Alemania 2006 hasta la actual: Lionel Messi y Paolo Guerrero. Ambos estarán presentes en la cancha el martes. Los dos son parte de una camada que lleva en la memoria los rezagos de otro tiempo, de una década como la del 2000 que ya se empieza a ver lejana y en la que el fútbol todavía se parecía un poco al de los noventa.
Messi, entrenado por Diego Armando Maradona; Paolo, entrenado por Gerd Muller. Messi, compañero de Ronaldinho; Paolo, de Oliver Kahn. Messi, rival de Zidane; Paolo, de Makelele. Historia viva que quizá veamos cómo se cruza por última vez dentro de una cancha.
El argentino siempre ha sido prudente para contestar cuando le preguntan si llegará a jugar el Mundial de 2026 (donde estaría presente con 39): “No sé”, responde con más sinceridad que gambeta. Tal vez es momento de ir paso a paso y es hora de ir desacostumbrándose poquito a poquito, aunque el mundo del fútbol no se acostumbre jamás a no volver a verlo en una cancha. Es probable que este sea el principio de un maravilloso y cinematográfico punto final.