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No es Quispe y su gambeta fútil la llave para abrir los partidos de la ‘U’. Tampoco es Pérez Guedes, ni su trajín, ni eso que ven los técnicos en él que los hinchas no. Y anoche, por lo menos, tampoco fue Polo, el carrilero por derecha que estuvo en su versión selección: pasando poco y nada por la banda. La notable figura de la ‘U’, hasta el gol de Costa que fue el 1-1, se llama Rodrigo Ureña. No de hoy, ni del domingo pasado en que salió campeón del Clausura con Huancayo: en cada partido donde fue medio mixto, líder para el pase largo, preciso para la arenga.
Sin embargo, todo lo que construye la U se topa con su falta de contundencia. Tenía que haber ganado cómodo, 2-0, a ir a Matute con la tranquilidad de quien es superior en la cancha y en el marcador. Pero solo un penal anotado con Valera, suspenso cuando la bola ingresa en el arco de norte, había puesto el marcador arriba. Si Alex tuviera otra relación con el gol, menos intermitente, no jugaría en el Perú. Y quizá no tendríamos tantos problemas por extender la vida de Paolo, nuestro eterno 9.
Nada es más importante en una final como el estado de ánimo. Alianza llega a Matute, este miércoles a las 8, con el pecho de acero. Ninguna bala acabó con él esta noche. Al contrario, lo que insinuaba ser una catástrofe, se convierte, a los 95, en una confianza tal que nadie podrá pedirle que no sueñe, que no imagine, que no vaya pensando en esa foto histórica que podría llegar a las 10 de la noche de ese día. Tiene que ver Larriera y su apuesta por Bryan Reyna y Concha, tiene que ver Gabriel Costa, que se ha regalado esta noche eso que se llama revancha.
La ‘U’, en cambio, tiene 72 horas para hacer esa magia que saben producir los técnicos como Fossati: volver la rabia en combustible.