Pertenecía a otro tiempo, a otra etapa, a una época de fútbol feliz donde el juego descansaba en el número 10 y donde todo el equipo se sometía a ese otro técnico dentro de la cancha que era el enganche. Carlos Kukín Flores debutó en los años 90, pero era, en el fondo, un talento de perfil amateur digno de los 70, que trató de encajar (sin éxito) en los tiempos ultraprofesionales.
Pasó por más de 12 equipos, pero en ninguno destacó más que en su Boys. Él era el Callao o, en todo caso, era la identidad del Callao jugando al fútbol. Era la rebeldía del autosuficiente capaz de ganar el partido en una ráfaga de inspiración. También era, claro que sí, la pregunta eterna de dónde estaría si en vez de tantas broncas chalacas le hubiera dedicado horas reales a adaptarse a la disciplina de su época. Sobre Kukín pesa el mito futbolero de “si se hubiera cuidado, habría jugado en el Real Madrid...” Es la misma fábula local que jura que si le metían rigor a su talento, Waldir habría ido al Barza, Cordero al Bayern y Manco nunca habría salido del PSV. Todo eso es, por supuesto, incomprobable. Es muy nuestro aferrarnos a estas novelas urbanas para justificar presentes bajos. Y es más peruano aún ver jugadores legendarios donde solo hay simples peloteros quimbosos. Lo real con Kukin es que fue un astro de niño en los torneos del Cantolao, que de grande perdió dinámica y solo conservó intacta la pegada, además de una estampa definitiva que a los románticos recordaba a Cubillas, pero zurdo.
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