El América venció en las semifinales al Cruz Azul y se clasificó a su tercera final en fila, buscando ahora el tricampeonato.
LOS ÁNGELES -- Cruz Azul dormitó 68 minutos y América es finalista. 3-4 el epitafio doliente, arribita del abominable, y por lo visto, sempiterno verbo Cruzazulear.
Sí, Cruzazulear… un verbo tan intransitivo como intransferible.
Partidazo. Especialmente en el segundo tiempo. Cuando cayeron seis goles de todos los matices, desde violentas acuarelas hasta errores mayúsculos. América parecía dentro con el 1-3 y tuvo que ir hasta el manchón de las fatalidades para erguirse con el pasaporte a la Final ante Rayados.
Complicado establecer dónde se escribió el desenlace, si en la seriedad táctica del América y los atrevidos ajustes de Andrés Jardine, o en la inexplicable pusilanimidad celeste en un primer tiempo en el que saboteó miserablemente lo que había sido una notable fase regular.
Jardine hizo malabares y todos dieron en el blanco. Tres relegados, tres segregados, fueron investidos de jornaleros y héroes: Henry Martín y su sacrificio, y Jonathan dos Santos y Richard Sánchez aligeraron notoria y notablemente la carga a Álvaro Fidalgo, y favorecieron la posición equidistante de Alejandro Zendejas.
No parecía un trabalenguas tan complicado para La Máquina, pero Luis Romo tuvo una de sus peores noches, y Carlos Rodríguez se quedó sin claridad y sin socios, porque las marcas le sabotearon los acercamientos con Lorenzo Faravelli y Carlos Rotondi.
Sí, más allá de la luminiscencia táctica de Jardine, a Martín Anselmi se le descargaron emocionalmente sus piezas. Esa habitual intensidad para disputar y ganar balones, para provocar espacios en los relevos y diagonales, nunca aparecieron. Cruz Azul no llegó a la Vuelta de la Semifinal hasta la segunda mitad.
América cosecha el 0-1 en una jugada tripartita en méritos. El servicio de Henry a Zendejas fue preciso y visionario, así como el remate final, pero el recorrido brutal de Álvaro Fidalgo, limpiando la zona, jalando la marca de los dos defensas, fue la pieza cerebral de la ventaja americanista.
Y ni aún así, y ni con el pulmón azul de decenas de miles de alveolos rugiendo en la tribuna, ni con la inmediatez de una posible Final, ni aún así, se dignó Cruz Azul aparecer en la primera parte, ni siquiera como una pálida versión de lo que fue en el torneo.
Sí, América asumía con intensidad, pero con claridad, el dominio táctico y emocional del escenario. El trámite y el compromiso eran suyos. Y con la ventaja en el marcador, Cruz Azul era ese infausto verbo que ya ronroneaba en la tribuna y en redes sociales… “cruzazulear”.
Para colmo, cuando Cruz Azul había recuperado la seriedad, ya en el segundo tiempo, una desafortunada entrega de Piovi provoca el error de Rotondi, y Richard Sánchez gana la posesión y desde casi 50 metros caza a Kevin Mier lejos de su arco. Además, el disparo entra en una zona letal, pegado al poste derecho del arquero colombiano, que aún embellecía más el 0-2.
Ya no había opciones de recato para Anselmi. Sepúlveda por Lira y Sánchez por Faravelli. A recomponer el organigrama en tiempos de contingencia y cuando el barco del liderato general se hundía.
Nacho Rivero el único cruzazulino de casta haría el 1-2, pero cuando La Máquina parecía por fin recuperar la memoria, el pundonor y la conciencia plena de la cita última antes de la Final, aparece un frentazo impresionante de Ramón Juárez, ante la marca relajada del Toro Fernández y de Jorge Sánchez. 1-3.
Parecía el golpe de gracia, el gol de la desgracia, pero Cruz Azul aún tenía resuello, ese, el de los últimos estertores de dignidad del líder general. Porque a partir de ahí, el trámite se convirtió en algo enloquecedor, apasionado, demencial, intenso y con todas las estrategias rotas. El cabezazo del Toro a los 80, y un golazo de volea, impresionante por la potencia, la colocación y el desenfado técnico en el golpeo de Amaury Morales, pusieron al minuto 86 el 3-3.
Las escenas en la tribuna daban un vuelco. Los rostros mustios vestían de amarillo y la gloria refulgía en los tonos celestes. Pero, dicho como estaba, de que sería la Final adelantada, una falta precipitada, torpe de Rotondi sobre el Chiquito Sánchez lleva el destino al manchón, en el primer penalti marcado a favor del América en el torneo. Ahí, Rodrigo Aguirre no perdonaría: 3-4 a los 94 minutos, de un partido que se alargó 16 minutos más, pero sin que Cruz Azul encontrara ya el milagro.
Cruzazulear… un verbo tan intransitivo como intransferible.
El jueves en el Gigante de Acero la Final de Ida. Martín Demichelis tendrá mucha tarea. André Jardine ya sabe lo que tiene en la alacena, más allá de que Rodrigo Aguirre no estará disponible por ganarse tontamente una roja al ’98.
Lo que queda claro, es que aquellas historias oscuras, de que el equipo estaba desahuciado, hecho añicos, y de que en el vestidor había una abierta repulsión hacia Jardine, quedó nuevamente demostrado que fueron cuentos macabros de la ociosidad promiscua y perversa. Sólo un líder genuino puede contar con su soldadera con la vehemencia del América en la Liguilla.
América además sentencia a quienes lo humillaron en el torneo. Echó a Toluca tras aquel 4-0, y ahora a Cruz Azul tras aquel 4-1.
¿Cruz Azul? Mucho que reflexionar de cara a una nueva oportunidad.
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