De entrada, como explica Juan Carlos Kreimer, más allá de todo lo que se pueda teorizar o analizar, lo único que cuenta, en ambas disciplinas (el ciclismo y el camino zen), es su práctica:
“El zen no existe: es solo un camino para que cada uno llegue a su verdadera naturaleza. La bici tampoco: es un instrumento para que hagas ese camino. No hay que llegar a ningún lado, solo atravesar cada instante despierto. El zen puede aparecer al tocar una guitarra o servir una taza de té. Los ciclistas podemos experimentarlo a las pocas pedaleadas, cuando nos olvidamos del hombrecito que parlotea adentro de nuestros cascos y avanzamos en un estado cercano a la meditación”.
Sin olvidar la condición de “peatón que tiene la posibilidad de moverse con más velocidad y por otros lugares”, Kreimer habla desde luego de medidas básicas de seguridad que van desde las señales o el contacto visual antes de una maniobra hasta el cuidado con los autobuses y “las puertas que se abren”. Pero también habla de cómo respirar, mantener una buena postura o estirarse después de la pedaleada.
Pero, ¿qué es el camino zen? Como apunta la página sotozen.es, Dhyana es un término sánscrito que significa “absorción de la mente” y designa el estado de conciencia propio de la meditación budista. Dhyana se convirtió en Ch’an na, al llegar el budismo a China. Más tarde, la expresión quedaría abreviada en Ch’an. Zen es la transcripción fonética al japonés del término chino Ch’an.
Pero no fue sino hasta su llegada a Japón, con las escuelas Rinzai y Soto, cuando el budismo zen pudo establecerse de manera formal. La tradición Rinzai se basa en una disciplina estricta destinada a desarticular las creaciones mentales. Aquí el Koan o pregunta enigmática adquiere una gran importancia y su resolución, más allá del intelecto, conduce a la experiencia del Satori o Despertar.
La tradición Soto quiere antes que nada concentrarse sobre la vía del Buda, es decir, seguir la vida cotidiana del Buda, avanzando continuamente en la realización del ser, gracias a la práctica diaria, sin esperar nada especial. La esencia del Soto es Shikantaza: “sentarse, solamente sentarse”.
Así, la experimentación simple y constante a través de la vía del zen es también la experimentación constante a través del “pedaleo de conseguir sostener el ciclismo urbano como meditación”, según Kreimer, y añade que la revolución empieza el primer día que uno deja el auto en su casa y se da cuenta de que sí se puede.
“Las bicis no reemplazarán a los autos; en el mejor de los casos, lograrán que se usen más racionalmente. La bici está mostrando que no todo está perdido. Su verdadera revolución no es facilitarte el transporte urbano, sino que veas que el pensamiento sustentable también puede llevarse a otros campos de esto que llamamos vida”.
Es un hecho que cada vez más personas intentan usar la bicicleta en las grandes ciudades, sea como medio de transporte, para mantener la salud física o simplemente como momento de recreación, y Kreimer explica así el fenómeno:
“Al andar en bici se juntan la cadencia del pedaleo, el dejarte llevar, el aire
en la cara, la visión panorámica, ese movimiento natural que es casi como caminar. Y eso da lugar a un fenómeno de conexión con uno mismo en el que el pensamiento empieza a desacelerarse.
La bici es un fierro y lo que hace es dejar pasar la energía, transformarla en movimiento y transportarte. Algo similar ocurre con la persona. Cuando te alineas y te entregas al andar, al equilibrio, a la cadencia, entras en un estado que es muy lindo. Creo que si hay un auge en el uso de la bici en la ciudad, no es solo por el transporte, sino también por el bienestar”.