25/11/2024

EL LLANTO DE LA GLORIA

Viernes 27 de Enero del 2017

EL LLANTO DE LA GLORIA

Uruguay!” Grito de alivio más que de guerra. Grito de miles de gargantas que emerge cuando un partido de la Celeste termina bien. Grito con sabor a mate y a memoria, con el gusto de las hazañas y de las frustraciones. Ahí está el “¡Uruguay!" del final, seis minutos y catorce segundos después de iniciada la tormenta de los penales. Pero es más que un alivio.

Uruguay!” Grito de alivio más que de guerra. Grito de miles de gargantas que emerge cuando un partido de la Celeste termina bien. Grito con sabor a mate y a memoria, con el gusto de las hazañas y de las frustraciones. Ahí está el “¡Uruguay!" del final, seis minutos y catorce segundos después de iniciada la tormenta de los penales. Pero es más que un alivio.

Crónica revista El Gráfico

Uruguay!” Grito de alivio más que de guerra. Grito de miles de gargantas que emerge cuando un partido de la Celeste termina bien. Grito con sabor a mate y a memoria, con el gusto de las hazañas y de las frustraciones. Ahí está el “¡Uruguay!" del final, seis minutos y catorce segundos después de iniciada la tormenta de los penales. Pero es más que un alivio.

Allá abajo, en el poceado campo! del Centenario, Enzo Francescoli levanta la Copa del Reconocimiento, la misma que muchos llaman Copa América. Allá abajo Fernando Alvez da la vuelta olímpica solo con sus cuatros hijos. Allá abajo Marujo Otero es el único que tiene una camiseta de Brasil y sigue saltando como un chico.

Allá abajo está la Celeste, átono con la historia. Pasadas las 17 horas de un domingo de julio, a cuarenta y cinco años del límite de la mitología futbolística: el Maracanazo.

El rival es el mismo, pero el tiempo no pasó así nomás: Brasil no es tan ingenuo y la garra charrúa venía medio olvidadiza de milagros. Entonces hay que sufrir para mantener la tradición. Que Uruguay nunca perdió un partido como local en la historia de esta Copa; que Brasil nunca la ganó como visitante. Hay que sufrir, a partir del gol de Tullo que congela el Centenario desde la Colombes a la Amsterdam, hasta el empate de Bengoechea que revive la temperatura desde la Olímpica hasta la América.

Hay que sufrir y ni hablar de los penales...

Pero el fútbol uruguayo está hecho de mitos y es tiempo de renovar con alguna versión moderna. No pudo ser el Tigre Fonseca, gran candidato al jugar con un casi desgarro a cuestas; quizás sea el Enzo, que llega a patear el primer penal con el hombro fuera de lugar. No es suficiente. El hombre es Fernando Alvez. Ocho meses atrás era un ex arquero. Hoy luce el típico buzo gris y le queda bien. La hora: 17.04. La razón: el penal que le desvía a Tulio, la diferencia entre ser primero o segundo. Nada menos.

Es que, cuando juega Uruguay, todo puede ocurrir. Como lo canta otra voz, la de Jaime Roos: “Vamo’/ Vamo' arriba la Celeste/ Vamo'/ Desde el Cerro a Bella Unión/ Vamo’/ Como dice el Negro Jefe/ Los de afuera son de palo/ Que comience la función..."

El Negro Jefe es Obdulio, ¿quién si no? Y la función empezó y terminó, con otro cinco Alvaro Gutiérrez, como protagonista y figura: sacando pecho y metiendo aunque Juninho, Zinho y Edmundo se hayan atrevido a desafiarlo.

Los de afuera no son de palo, sin embargo: como lo muestra la 18 de Julio, infranqueable en auto o a pie. Es noche de fiesta, como hace cuarenta y cinco años, cuando Obdulio Jacinto Varela recorrió los bares de Río de Janeiro para tomar unas copas con los vencidos y arrepentirse de su hazaña.

Es noche de fiesta porque a la tarde unos cuantos botijas y otros que no lo son tanto se lo ganaron. Como el propio Vito Gutiérrez o Marujó Otero, bien uruguayos los dos: el volante, por presencia y orgullo; el delantero, por guapeza sin límites. Fue también de Alvez, Adinolfl y Rubén Sosa sumando desde afuera, todos. Lo merecían, sobretodo Enzo Francescoli. Porque el Príncipe tuvo que levantar su tercera Copa América -de las cuatro que disputó- para que su gente dejara de decir que no había ganado nada con esa camiseta; si hasta tuvo que jugar como un rey para reencontrarse con los aplausos.

Fue su Copa, por fútbol ofrecido y por afecto recibido. Y quizás él haya sido la verdadera razón del triunfo, de la mínima diferencia que hubo entre dos finalistas: se la merecía. Mucho más que Dunga o cualquier otro brasileño. Y así fue, un tiro para el lado de la Justicia.

Uruguay fue un justo campeón. Porque supo cambiar a tiempo, darse cuenta de que había que calentar el partido. En el “frío”, ganaba Brasil. En esta versión posmoderna el equipo de Zagallo -y antes el de Parreira- defiende más de lo que ataca y se equivoca poco. Aburre, es cierto, pero es otro tema. En el “calor”, el partido podía ser distinto. Lo entendió Héctor Núñez y, terminado el primer tiempo, prendió el fuego: sacó a Diego Dorta y puso a Pablo Bengoechea, resignando marca en el medio y apostando a algún derechazo que llegó apenas seis minutos después.

Adinolfi jugó rápido un lateral, Otero se las ingenió para que Aldair le caminara por arriba y entonces Bengoechea le pidió respetuosamente permiso a Enzo para colgar la pelota en el ángulo derecho de Taffarel.

La Colombes, reducto de los hinchas de Nacional, fue testigo del empate y de algún tibio Intento posterior, para más tarde vivir de cerca la angustia de los penales. Porque Uruguay quiso pero no pudo, le faltó final para eludir eso que algunos llaman lotería. Y llegaron los seis minutos de corazones paralizados: Francescoli- gol, Roberto Carlos-gol, Bengoechea-gol, Zinho-gol...

¿Hasta cuándo? Falta, todavía falta: Herrera-gol, Tulio... ¡Alvez sobre su derecha! Y a empezar de nuevo: Gutiérrez-gol, Dunga-gol, Manteca Martínez- gol y final... Quince minutos después la Copa América estaba en las mejores manos, las del Capitán Enzo...

“Vamo’/ Vamo’ arriba la Celeste/ Vamo’/ La de ayer y la de hoy / Vamo'/ Los  championes de los pibes / Los botines del ‘50 / Rocanrol y bandoneón..."          

Cuando juega Uruguay, juegan todos. Los botines del ‘50 hoy son el saco y la corbata impecables de Roque Gastón Máspoli, presente como siempre en el Centenario para unir épocas. O el recuerdo de Pepe Schiaffino, también en el estadio, sobre aquel domingo de gloria: “Fue un día como hoy, pero de más  calor”. O en las sorpresas que aquel partido sigue sumando: ¿usted sabía que Mario Zagallo estuvo presente en el Maracanazo, como soldado conscripto en refuerzo de la policía?

Los championes de los pibes son los de Fernando Morena, ayudante de campo de Núñez y gestor de la elección de Manteca Martínez como último ejecutor de penales. Rocanrol y bandoneón es el ritmo de este equipo, a medias entre los tiempos: lento a veces, electrizante otras, sentido siempre. Es que, cuando juega Uruguay, juegan todos y "... Corren tres millones/ Corren las agujas, corre el corazón/ Corre el mundo y gira el balón/ Corre el pingo de la ilusión..."

Cuando juega Uruguay, las utopías son posibles, porque hay historia y hay presente... Porque hubo un Obdulio y un Schiaffino, porque hay un Francescoli y un Gutiérrez y un Alvez que sólo podía ser uruguayo. Y porque la tradición a veces sale a la cancha: ¿por qué tenía que ser ésta la primera derrota como loca! en la Copa América y la única ganada por Brasil lejos de casa? No, todavía no. A los mitos futbolísticos hay que seguir alimentándolos. Y para eso, hay una camiseta mandada a hacer...

Vamo/ Vamo’ arriba la Celeste/ Vamo/ La de ayer y la de hoy/ Vamo’/ Que la Copa está preciosa/ La tribuna la reclama/ ¡Uruguay qué no ni no!"

 

MI ADIOS A LA CELESTE

Por ENZO FRANCESCOLI

Después de tantos años de Selección, de sentir la Celeste como parte de mi cuerpo, por fin pude darme la felicidad completa: levantar una Copa importante en medio de la alegría de mí gente. Y con el Centenario lleno, como tanto lo había soñado.

Por eso pienso que esta felicidad tiene que ser inolvidable, eterna. Y qué mejor recuerdo que éste, la Copa América ganada ante Brasil y en mi propia tierra, para despedirme de la Selección. Con la frente alta, con el orgullo que siempre significó para mí jugar en ella. Jamás me voy a olvidar del domingo 23 de julio de 1995. Seguro.

Claro, también me vienen los recuerdos. Como la primera vez que gané la Copa América, allá por el '83. O la segunda, en Buenos Aires, en el '87, nada menos que en el Monumental, mi segundo pi hogar. Las dos fueron muy sentidas, muy lindas, muy festejadas pero... no como ésta.

Si apenas puedo recordar lo que hice después de que Manteca convirtiera el penal decisivo. Primero fui a buscar a Fernando Alvez, compañero de tantas batallas, y nos abrazamos en el medio de la cancha. Luego sí que no sabría describirlo muy bien. Lo único que podría asegurar es que di como tres vueltas olímpicas, que me trepé a todas las rejas, que no me voy a olvidar jamás las manos que se extendían para tocarme o para acariciar la Copa. O de aquella banderita uruguaya que me tiraron y que me convirtió en abanderado de la gente dentro del campo.

No sé. No sé cómo explicarles lo que siento. Una mezcla de felicidad con nostalgia anticipada. Porque soñé tantas veces con un retiro de la Selección así y, ahora que lo logré, no sé cómo reaccionar.

Yo me fui de mi país a los 21 años. Era muy joven. Pero, también, lo suficientemente maduro como para interpretar lo que significa esta camiseta. Que tiene una historia pesada. Es la que vistieron Obdulio Varela, Pedro Rocha, Fernando Morena, que fue mi ídolo de chico y a quien ahora tuve todos los días al lado mío en la concentración de Los Aromos.

También volvieron a mi mente recuerdos no tan buenos. Como la derrota 1-6 contra Dinamarca 6-1, en México ‘86. O las polémicas estériles con Luis Cubilla. O la derrota 0-2 con Brasil en el Maracaná, cuando quedamos afuera de USA ‘94. O la tarde que se sorteó el Mundial de Estados Unidos y yo, frente al televisor, sentía una rabia que aún me dura. La vida del futbolista es así, tiene algo de todo.

Ahora hay que disfrutar de esta nueva victoria de la Celeste. La misma que nos llena de orgullo y pasión. Ojalá que nos sirva para iniciar el retorno a las mayores posiciones del fútbol mundial. Los uruguayos, los mismos que nos acompañaron a muerte el domingo en el Centenario o por televisión, se lo merecen. Por eso, junto a mi último partido con la Celeste en el pecho, les dejo la Copa que ganó este grupo y la certeza de que podemos volver a ser lo que fuimos en el pasado. 

 

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