Sam Querrey es un villano. Con el mejor cuadro en la historia del Abierto Mexicano, con cinco integrantes del Top 10 en él, el campeón fue el número 40 del ranking mundial. Un estadunidense que se encargó de dar la sorpresa y vencer al español Rafael Nadal, para quedarse con El Guaje y convertirse en el nuevo rey de Acapulco (6-3 y 7-6).
En el camino a una inesperada conquista, el norteamericano venció al quinto sembrado, el belga David Goffin, al campeón del 2016 y cuarto clasificado, el austriaco Dominic Thiem, al verdugo de Novak Djokovic, el australiano Nick Kyrgios, y al segundo favorito Rafael Nadal. Una semana para enmarcar.
Rafa ni siquiera había perdido en un set en Acapulco en 14 partidos disputados, se había coronado dos veces, y tras la exhibición ante Marin Cilic en semifinales era el favorito, frente a un rival que nunca lo había derrotado en cuatro intentos previos.
La quinta fue la vencida. Querrey, quien eliminó a Djokovic en la tercera ronda de Wimbledon el año anterior, es especialista en sorpresas, y en Acapulco se siente tan cómodo como Nadal; en 2016 eliminó a Kei Nishikori y alcanzó las semifinales, y esta vez, sin importar la jerarquía del draw, confió en sus posibilidades.
Sam empezó inspirado, con su mejor arma, el servicio, con buenas derechas dictaba el ritmo del partido desde el fondo, y no parecía impresionado por tener a Nadal enfrente y en Acapulco. El cemento jugaba a su favor, porque vuelve su saques imparables.
La receta parecía sencilla: servicio y volea, y no cometer errores, y la siguió al pie de la letra. Rafa respondía, pero cuando devolvía lucía desesperado, Querrey ni siquiera lo dejaba entrar en ritmo o dictar desde el fondo con su derecha.
El de Manacor se metió en problemas en el octavo game. Se puso 0-30, y el estadunidense entendió que era el momento, se lanzó por el servicio de su rival y lo consiguió con una gran devolución. Tenía el set justo donde lo quería, con su saque, y no desaprovechó, a pesar que la gente gritaba ’Rafa, Rafa’, justo antes que metiera un ace de 217 kilómetros por hora.
El partido era una montaña para Rafa, que también tuvo sus opciones. Como en el segundo game, cuando gozó de una oportunidad de break, pero Querrey respondió con una gran derecha; luego el ibérico se equivocó de nuevo, una de las claves del encuentro.
El objetivo para el español era que alguna devolución entrara, pero Sam no daba ninguna posibilidad, se había convertido en el primero en robarle un set a Nadal en uno de sus territorios, y ahora iba por la victoria.
El duelo se decidió en el octavo game. Ahí Rafael tuvo cinco opciones de rompimiento, en la primera, el norteamericano respondió con un ace, pero luego el de Manacor lo tuvo en sus manos, y falló en la red; la puerta se había cerrado, era la posibilidad para servir para el capítulo, en cambio, el marcador era 4-4.
Esa oportunidad ya no volvió. El español celebró al asegurarse el tie break, pero Sam, el villano, se reía, porque con otro error no forzado de su rival, la única opción era el desempate.
El destino volvió a sonreírle a Rafa con dos devoluciones, pero en ambas falló, y Querrey se mantuvo con vida, tomó una de las lecciones del ibérico y aguardó su oportunidad. Que llegó con el 4-3 a favor, cuando se quedó con los dos puntos de Nadal, y entonces, todo quedó listo para que con su mejor arma, el servicio, se coronara. Lo consiguió.
Llegó el noveno título en la carrera de Querrey, especialista en arruinar los guiones, incluido el de la edición 24 del Abierto Mexicano, en la que ninguno de los cinco integrantes del Top 10, ni Juan Martín del Potro se llevó El Guaje. Sam se lo lleva del otro lado de la frontera.