El keniano Eliud Kipchoge, de 32 años, campeón olímpico de maratón, corrió en el autódromo de Monza el maratón más rápido de la historia, culminando con una marca no homologable de 2h00:25 el reto diseñado por Nike para bajar de las dos horas en la carrera de 42.195 metros.
El ritmo trepidante decayó en los diez últimos kilómetros y Kipchoge no pudo bajar de las dos horas, que era el objetivo del proyecto Breaking2, pero pulverizó la mejor marca de la historia anterior, las 2h03:02 de su compatriota Geoffrey Mutai, igualmente no homologada debido al recorrido ligeramente descendente de Boston.
Originario de la provincia del Valle del Rift, Kipchoge, que en 2003, con sólo 18 años, batió en la final de 5.000 metros de los Mundiales de París a dos grandes, Hicham El Guerruj y Kenenisa Bekele, demostró que el muro de las dos horas está a la vuelta de la esquina.
Para romperlo, había que recortar 2 minutos y 57 segundos al récord mundial de Kimetto, y para ello Nike se inventó una carrera de laboratorio con la ayuda liebres rotatorias que entraban por turnos en carrera, de forma que la marca no podía ser homologada.
El artículo 144 del reglamento de la IAAF estipula: "Los ejemplos siguientes se considerarán asistencia, y por lo tanto no se permitirá: (a) marcar el paso en carreras por personas no participantes en la misma carrera, por atletas doblados o a punto de ser doblados o por cualquier clase de aparato técnico (diferentes de los autorizados en el Artículo 144.4 (d)).
Para romper la barrera de las dos horas en maratón, había que superar en un 2,5 por ciento el récord mundial de Kimetto (2h02:57), y para ello fueron seleccionados tres contendientes, el mínimo que exige el reglamento en una carrera: el campeón olímpico, Eliud Kipchoge, el etíope Lelisa Desisa, dos veces ganador en Boston, y el eritreo Zersenay Tadese, plusmarquista mundial de medio maratón.
Pero la clave estaba en las liebres, una selección de 30 atletas de primer rango, como el estadounidense Bernard Lagat, de 42 años, o los africanos Selemon Brega, de 17, Stephen Sambu, Sam Chelanga, Andrew Bumbalough o Chris Derrick.
Todo el equipo había desembarcado el 1 de mayo en Milán y trabajaron a diario en el autódromo de Monza, a cuyo circuito, de 2.405 metros, los tres atletas seleccionados tenían que dar 17,5 vueltas para cubrir los 42.195 del maratón, ayudados por un grupo permanente de seis liebres. A partir de la primera vuelta y media, las liebres eran sustituidas de tres en tres.
A las 5.45 horas, todavía noche cerrada en Monza, se dio la salida. Los nueve corredores -seis de ellos en labores de liebre- emprendieron el reto con 12 grados de temperatura, una humedad del 69 por ciento y un viento que soplaba del norte a 6 km por hora. En el asfalto, un rayo láser dibujaba un espacio de seis metros en forma de pirámide truncada, al que los corredores debían ajustarse, en ritmo y emplazamiento, para que los tres actores principales aprovecharan los beneficios de una formación en punta de flecha.
El parcial exacto de Kipchoge por el km 5 fue de 14:14. Las liebres seguían la marca del láser sin problemas. Por el décimo km ya había amanecido y el campeón olímpico, con camiseta roja en contraste con las blancas de los otros dos, pasó en 28:21 (para un tiempo final estimado de 1h59:35)
Contraviniendo otra de las reglas de la IAAF, los atletas recibían avituallamiento líquido desde dos bicis motorizadas que marchaban junto a ellos. Por delante de todos, el Tesla que abría carrera mantenía constantemente el ritmo para clavar las dos horas. La consigna, por tanto, era simple: siga a ese coche.
Las liebres se relevaban sólo en el espacio reservado para el intercambio, al más puro estilo Fórmula 1.
Por el km 15, Kipchoge pasó en 42:34 (para crono final de 1h59:48), por el 20 -ya a solas con las liebres- en 56:49 y cubrió el medio maratón en 59:57. Tadese tiene el récord mundial en 58:23. La carrera se adentraba en territorio inexplorado a esos ritmos.
La aventura había durado 51 minutos para Desisa, que se quedó atrás en el km 18. En el 20, poco antes de cumplirse la primera hora, también se rezagó Tadese, aunque siguieron en carrera, con tres liebres a su servicio. Por delante, Kipchoge continuaba sin problemas a rebufo de su guardia pretoriana de seis, sin el menor signo de cansancio en su rostro relajado.
El ritmo seguía por debajo de las dos horas en el km 25: 1h11:03, 15 segundos más rápido que la plusmarca mundial oficiosa de esa distancia. En el 30, tras un parcial más lento, el crono marcaba 1h25:20, camino de las dos horas clavadas.
A falta de 10 km, a un ritmo jamás sostenido por nadie antes, Kipchoge dobló a Desisa, pero comenzó a tener dificultades para seguir a las liebres, que hubieron de adaptarse a sus fuerzas, abandonando la marca del láser.
Km 35: 1h39:37. El reto de bajar de las 2 horas se alejaba 6 segundos. La liebre en punta menudeaba sus miradas hacia atrás para no alejarse, y el coche cuya posición marcaba imperturbable los límites del desafío, se alejaba metro a metro.
Kipchoge sufría siguiendo el ritmo brutal. Había necesitado seis segundos más que en el giro anterior y a falta de una sola vuelta (2,4 km), el ritmo apuntaba a una marca final de 2h00:19. Pasó por el km 40 en 1h54:04. De ahí a la meta, 2.195 metros de agonía, aun cuando sonreía a menudo, frente a un público que comenzaba a llenar las gradas del circuito.
Las liebres se retiraron a falta de 300 metros para ceder todo el protagonismo al gran héroe, que paró el crono de meta en 2h00:25 e inmediatamente pidió perdón por no haber conseguido el reto. Había corrido la primera mitad en 59:57 y la segunda en 60:28, a un ritmo increíble de 2:50 el kilómetro.
Tadese terminó en 2h06:48 y Desisa llegó a la meta 14 minutos después que el ganador.
El récord del mundo continúa en poder del keniano Dennis Kipruto Kimetto, que el 28 de septiembre de 2014 venció en Berlín con un tiempo de 2h02:57, pero Kipchoge, segundo del ránking oficial de todos los tiempos con 2h03:05, ha rozado en Monza los límites del ser humano en la carrera más larga del programa olímpico, alimentando el debate sobre cuánto tiempo habrá de transcurrir para que caiga el muro de las dos horas.