17/05/2024

Mario Canessa: El legado de Jefferson Pérez Quezada

Sábado 03 de Agosto del 2019

Mario Canessa: El legado de Jefferson Pérez Quezada

Un timo corporativo privó en Pekín 2008 a Jefferson Pérez tener, como debió ser, su segunda medalla de oro. En sus vitrinas reposa ahí una plateada que eso sí, cada día que pasa se hace más dorada.

Un timo corporativo privó en Pekín 2008 a Jefferson Pérez tener, como debió ser, su segunda medalla de oro. En sus vitrinas reposa ahí una plateada que eso sí, cada día que pasa se hace más dorada.

En la presidencia de Sixto Durán-Ballén, por medio del acuerdo 3401, del 26 de julio de 1997, el Ministerio de Educación instituía El día del deporte ecuatoriano, reconocía la hazaña deportiva de Jefferson Pérez, al obtener la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta, cuando la mañana del 26 de julio de 1996 ganó los 20 kilómetros, con tiempo de 1 hora, 20 minutos y 7 segundos.

Fue un día para recordarlo siempre. Eran las 08:20 con 07 segundos y se sintió un remezón en nuestro territorio. Estábamos siendo testigos de un suceso magnífico, sin precedentes, reservado para extraños, superhéroes de otras nacionalidades. La presea de oro olímpica siempre había sido un símbolo muy lejano y anhelado por los ecuatorianos. Tanto es así que nuestro país, desde su primera participación en París 1924, concurrió a catorce JJ.OO. y nunca había ganado una medalla, hasta ese día en Atlanta, cuando Jefferson conseguía nada menos que la presea dorada.

A Jefferson tuve el honor de conocerlo cuando él tenía 18 años y ya era campeón mundial juvenil. La coincidencia del encuentro con Pérez es que en 1992 me correspondió entregarle un reconocimiento a nombre de AER Guayas. Le di un estrechón de mano y le dije: “Vaya poco a poco porque tiene el tiempo suficiente, con pausa y sin prisa se consigue lo que uno sueña”. Recuerdo perfectamente que con voz pausada me contestó: “Lo único en que voy a apurarme será en marchar lo más rápido y en el menor tiempo posible, para llegar lo más lejos, en el momento adecuado”. Al final de cuentas Jefferson tuvo la razón, hizo lo adecuado y su promesa se hizo realidad.

Tan solo en la valoración que solemos hacernos de nosotros mismos servirá para que el marchista cuencano reserve para él todos los secretos que le permitieron superar todos los escollos,  mortificaciones y lesiones que debió sortear para ser tan grande. Jefferson debería contarnos a todos los ecuatorianos lo que lo impulsó en esos momentos solitarios cuando recorría las frías carreteras de El Cajas, donde endureció el carácter y si esa fuerza espiritual coincide con el pensamiento de Jean Shinoda Belau, que dice: “Cuando recuperes o descubras algo que alimenta tu alma o fortalece tu mente y te trae resultados, encárgate de quererte lo suficiente y hazle un espacio en tu vida”.

Cuando eran las 15:48 de ese inolvidable 26 de julio de hace 23 años, en la hora señalada para la premiación todo el país comenzó a darse cuenta de lo que había sido capaz de conseguir nuestro compatriota. Éramos incrédulos de lo que sucedía. Escuchar el himno patrio y ver como Jefferson entonaba orgulloso la letra, para enseguida lucir en el pecho la medalla de oro en el podio más alto.

En el transcurso de su vida deportiva Jefferson sufrió lesiones serias y se recuperó en silencio. Tuvo intervenciones quirúrgicas en su columna, extensos periodos de recuperación y los fue superando por esa fuerza interior que siempre demostró tenerla.  Solo en los pasillos de su mente estarán las conclusiones que siempre el hombre guarda para sí. Solo él sabrá cómo sufrió y cuánto luchó para abrazarse con los inmortales del deporte. Solo a él le corresponde imaginarse cuál de los dioses griegos lo escogió como su preferido.

Cuando cruzó la meta y sus piernas se doblaron, cuando convencido de su poder recorrió los últimos metros de la pista de tartán del estadio de Atlanta, no nos imaginábamos qué pensamientos pasaban por su mente, hasta que un día lo confesó: “Para mí fue un momento espiritual. Me imaginaba a Cristo y me vino a la mente esa canción me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”. Desde ese momento místico han pasado 23 años y se ha convertido en un día simbólico para el deporte ecuatoriano. No tan solo por el éxito deportivo del marchista, ni por el acuerdo ministerial, sino también por lo que Pérez ha sido fuera de las pistas.

Jefferson sigue siendo un ejemplo como ciudadano de bien, él transita por la vida amparado por la sensible justificación de la humildad en la que creció, la que le permitió apreciar en la verdadera dimensión su éxito. Aquello lo ha autorizado a expresarse con rebeldía sobre las angustias que soportó para llegar a ser lo que es y no solo hablar con propiedad sobre su deporte preferido. También habla de la falta de estructura y organización deportiva que sigue sufriendo el país y cuando se expresa de lo social se lo siente molesto y desilusionado. Y por supuesto, si su pasado antes de conseguir la fama fue como el de muchos ecuatorianos que pasan desapercibidos, incógnitos, porque sobre los humildes él insiste que sufren en una sociedad desigual, por un Estado indiferente, que permite que esa injusticia social sea uno de los motivos del subdesarrollo en nuestro país.

La vida deportiva de Jefferson Pérez está llena de reconocimientos, como el de la Confederación Sudamericana de Atletismo, que lo designó uno de los tres mejores atletas de todos los tiempos de Latinoamérica. Ganó más de once medallas en torneos mundiales, en el 2007 fue reconocido por la prensa internacional, entre esos medios como la BBC de Londres, como el mejor deportista latinoamericano. Fue tricampeón panamericano en República Dominicana 2003, Mar del Plata 2005 y Río de Janeiro en 2007; pero antes, en la época juvenil, fue monarca mundial en Seúl y también tricampeón mundial absoluto en Francia 2003, Helsinki 2005 y Osaka 2007. Agréguele las medallas de oro y plata en Atlanta 1996 y Pekín 2008, respectivamente.

Es mi afán hacer énfasis en la medalla de plata en los JJ.OO. de  Pekín del 2008 y para razonar mi voto de protesta que merece esa competencia y dar fuerza a ese voto de reclamación, me permito referirme al editorial de Frank Maridueña, columnista de EL UNIVERSO, publicado el 9 de abril del 2016, titulado ‘La medalla de oro que merece Jefferson Pérez’. En la parte medular transcribo  la declaración que Pérez hizo: “Para esos Juegos tuve la mejor preparación del mundo. Cuando arribé a la meta, me percaté que había llegado en segundo lugar y me pregunté ‘¿Qué entrenamiento habrá hecho el ruso Valeri Borchin, para llegar delante de mí?’ Debe haber sentido más dolor que yo, debe haber tenido más angustias que yo, más valor y más amor a su país que yo y por eso no lo pude superar”. 

Estas expresiones sentidas dejan un gran legado a la juventud deportiva porque traen consigo una profunda reflexión, que debería ser aprendida por todos aquellos deportistas a los que la vida les da la oportunidad de vestir la camiseta nacional en competencias internacionales. Deben tomarlas como un manual de conducta.  

Con el transcurrir de los años pudimos conocer las contestaciones a esas interrogantes que hizo referencia Pérez. La noticia que recorrió el mundo al confirmarse que el rival de Pérez que había ganado, el marchista Borchin, estaba incluido en la lista de atletas rusos que pertenecieron a un programa de dopaje masivo,  encubierto por  las autoridades de sus país por muchos años. En las sanciones que recibió Rusia no se incluyó despojarlo de esa medalla de oro que le arrebató a Pérez.

Así es que solo el timo corporativo mundial privó al gran Jefferson de tener, como debió ser, su segunda medalla de oro. Por esa razón no la tiene en su vitrina. Hoy reposa ahí una plateada que eso sí, cada día que pasa se hace más dorada. (O)

El 26 de julio de 1996 se ha convertido en un día simbólico para el deporte ecuatoriano. No solo por el éxito deportivo, ni por el acuerdo ministerial,  también por lo que Pérez es fuera de las pistas.

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