Primera caída
Se escuchan las tres palmadas de rigor. La arena explota en júbilo, Diamante Azul acaba de ganar la lucha de máscara contra máscara ante Pierroth, quien dice llamarse Arturo Muñoz.
La llamada 'Bestia del Ring' no era favorito, casi toda la arena celebra la caída del luchador Ingobernable.
Hay una excepción, es un joven de unos 22 años, tez morena, alto, barba recortada y cabello largo. Su nombre es Matías Castillo y cuando ve a Pierroth entregar su máscara, suelta en llanto.
Viste una playera negra con el logo de Los Ingobernables y jeans, una máscara de esponja con los clásicos colores amarillo y negro de Pierroth está sobre su cabeza.
El llanto, evidentemente, va más allá, no tiene que ver con la lucha ni con la derrota del ídolo.
Segunda caída
La primera vez que Matías salió con su ex pareja fue a la Arena México, pues ambos vivían una fuerte pasión por el deporte de los costalazos. Una función de lucha libre es un buen pretexto para conocer el verdadero yo de una persona.
Aquella ocasión, La Sombra y Atlantis se disputaron la máscara en el 82 aniversario de la lucha libre en México. La Sombra entregó la 'tapa' y la situación se torna como un deja vú, tiene sentido el llanto si recordamos que Manuel Andrade también formó parte de Los Ingobernables.
"A veces siento que soy como ellos, ya perdió La Sombra, La Máscara y ahora Pierroth... También perdí yo, y va más allá del orgullo, la perdí a ella",reflexiona.
La primera vez que ambos se tomaron de la mano, fue en los pasillos de la Catedral, ataviados en la clásica playera negra con estampado de algún luchador.
Ella llevaba puesta la máscara de La Sombra y, como si se tratara de una película de súper héroes, él la besó con la ‘tapa’ puesta.
Aquel 19 de septiembre, se terminó la historia de un encapuchado, pero comenzó una bonita tradición: ir en pareja a disfrutar la lucha libre.
Tercera caída
Luego de dos años, es la primera vez que Matías va sin ella a la Arena México, no se atreve a mencionar el nombre, se refiere a su ex pareja como “ella”, así, sin más.
“Me invitó una amiga hoy, quiere hacerme sentir mejor, pero no sabe que me siento sucio, me siento infiel, es muy pronto para venir a nuestro lugar con alguien más”, lo escucho decir. “Es increíble como uno se apropia de los lugares ¿no? Son nuestras gradas, nuestras butacas, nuestros pasillos, nuestro ring… nuestra arena”.
La vida los ha llevado por diferentes caminos y cada que alguno vea lucha libre jamás será igual porque siempre quedan las risas y el llanto, las victorias y la derrota, las llaves y contra llaves, los gritos sutiles y las mentadas de madre y, sobre todo, el amor que se profesaron.
Diamante Azul festeja su victoria, Matías se da la media vuelta y se dispone a abandonar el lugar cabizbajo.
Arturo Muñoz entrega su máscara y Matías se limpia las últimas lagrimas, toca las butacas, recorre con la mirada los pasillos, como buscándola entre la gente. Ella no está.
Pierroth se va encima de su verdugo, lo golpea de coraje, mientras se quedan vacíos los lugares 22 y 23 de la fila 11, números donde acostumbraban sentarse y que hasta el fin de la Arena México, pertenecerán, al menos en el inconsciente de dos personas, el de Matías y “ella”.