En la zona de Arturo Soria (la familia nos pide que se mantenga el anonimato de la dirección exacta y por supuesto lo respetamos) se encuentra un importante pedazo de la historia del fútbol. El imponente museo, que lleva muchos años allí aunque en el más absoluto anonimato, existe por obra y gracia de Agustín Domínguez, uno de los grandes hombres que nos ha dado este bendito deporte.
Este madrileño hiperactivo y pionero (dejó este mundo hace cinco años), se ayudó de sus hijos Agustín y Miguel, su sobrino Juan, y del historiador Ángel Galicia para forjar el sueño de su vida, que estuvo por entera dedicada al fútbol. Fue secretario general del Madrid en la época dorada de Santiago Bernabéu, con Raimundo Saporta como valedor. Al morir don Santiago (1978), pasó a ser secretario general de la Federación Española y más tarde encabezó diferentes comisiones de la UEFA y la FIFA en las que mostró su brillantez y creatividad para enriquecer un deporte que le tuvo obsesionado. Algo que se refleja contemplando el museo.
Origen. La superficie del museo se extiende sobre cuatro salas, en las que se hace un repaso al origen mismo del fútbol. Desde un balón enorme, llamado Kirkwall, con el que jugaron las mujeres en la Inglaterra de 1.850 (mob football), al cartel del primer partido jugado por féminas (British Ladies Football Club), a las famosas cups de los equipos británicos. “En los inicios del fútbol, en 1863, los jugadores iban con una gorrita que les distinguía como miembros de ese equipo. Cada vez que un jugador era internacional, se le regalaba una cup. Era parte de la indumentaria y mi padre recopiló verdaderas joyas”, afirma Agustín Domínguez hijo.
En una de las vitrinas se contempla una colección de balones y botas desde el año 1890 hasta ahora (destaca, por ejemplo, el balón del 0-5 del Barça al Madrid en el Bernabéu en 1974, firmado por Cruyff y algunos de sus compañeros). Vemos unas botas regaladas por Kubala, Amancio, Raúl, Ronaldo Nazario (el gordito)...
Los cromos a todos nos fascinaban desde niños. Hay una colección de 1924, que salía en las cajetillas de chocolate de la época (el más valioso es el de Zamora). Siguiendo con el mundo infantil, una parte del mismo está dedicada a la evolución de los futbolines. Empezando por el que inventó Alejandro Finisterre en el año 1940. A su lado, originales pin ball, todos relacionados con el fútbol.
Entre las reliquias vemos una colección de espinilleras del siglo XIX, el primer silbato que utilizaban los árbitros y su elegante indumentaria, una caja que guarda la tierra del primer campo de fútbol que hubo en España (minas de Riotinto en Huelva, año 1873), el primer artilugio con el que se marcaban las líneas de cal en los campos (y una foto en la que se demuestra que los burros ayudaban en esa labor) o las primeras tarjetas amarillas. “Aquí las pusieron de color blanco porque Franco quería dejar claro que los españoles no íbamos a copiar sin rechistar todo lo que llegase desde Inglaterra”, afirma Agustín Domínguez.
Una de las joyas de la corona del museo que forjó Don Agustín está en la sala reservada a la reproducción de cómo era el banquillo del Bernabéu y del extinto Chamartín. “Mi padre iba recopilando objetos poco a poco, algunos recogidos en los cuarto trasteros que había debajo de las tribunas del estadio”. En la imagen central pueden ver el banquillo original, el cubo donde tiraban las tiritas y el algodón para curar las heridas, el viejo botiquín, la tarima verde de madera que cubría las paredes, las perchas de madera, los balones de cuero con las costuras que obligaban a los defensas a jugar con una venda en la cabeza para no abrírsela en los despejes por alto, las botas con tacos de cuero troquelado...
Para los más puretas está una vitrina dedicada a Don Santiago Bernabéu, en la que vemos desde su cartera personal a un reloj que llevaba en su muñeca en sus últimos años de vida. Un reloj que le regaló el Inter (con el escudo impreso) tras un partido de Copa de Europa frente a los italianos.
No pasa inadvertido tampoco el contrato profesional de Puskas, el borrador original del Libro de Oro del Madrid, un rincón dedicado al maestro Matías Prats (aparece una radio de la época, un cuadro con su caricatura y un micrófono personal del legendario periodista que regaló a Agustín Domínguez), un balón de la primera edición de la Copa de Europa (1955-56) firmado por Di Stéfano y Marquitos, un cartel de toros en honor a la primera Intercontinental en el año 1960 (Madrid-Peñarol) o la réplica de la medalla dada a cada jugador del Barça por ganar la primera Liga Nacional celebrada en el año 1929.
Tampoco se pierdan la Sala de las Camisetas, con elásticas originales firmadas personalmente por Di Stéfano, Kubala, Gento, Pelé, Garrincha, Beckenbauer, Maradona, Platini, Cruyff, Ronaldo, Zidane o Xavi.
Mi padre ha querido con este museo respetar la frase con la que nos educó: “Quiero devolver al fútbol parte de lo que el fútbol me ha dado”. Va por usted, don Agustín.