Miguel Indurain se retiró con 32 años y Contador pretende hacerlo con 33. Purito, cumplidos los 36, celebró su segundo triunfo de etapa en el Tour. Lo hizo poco después de renovar con el Katusha, su equipo en las últimas siete temporadas. En ese tiempo, y en coincidencia con su ingreso en la treintena, Purito ha subido al podio en Tour, Giro y Vuelta, además de acumular victorias (y postes) de todo tipo y condición. Demasiado pronto para decir si estamos ante un catalán universal (va en camino), podemos afirmar que Joaquín Rodríguez es un catalán inmortal, tipo Jordi Hurtado.
Para ser consecuentes con su condición de ciclista imperecedero, evitaremos hablar de corredor veterano. Los veteranos son señores que dan consejos y palmaditas. Los veteranos no festejan sus triunfos a gritos, ni desafían al granizo, ni a las montañas, ni a una veintena de jovenzuelos (Kwiatkowski y Bardet, entre ellos). Los veteranos no se tatúan tréboles de cuatro hojas, ni reprograman tan fácilmente sus objetivos. Purito, sin embargo, se renueva al instante. Quería la general pero ha decidido ser feliz con las etapas. Para su falta de centímetros también ha encontrado solución: pasarse media vida subido a un cajón.
El fenómeno Purito sólo admite una comparación: el prodigio Valverde. La diferencia es que el murciano, de 35 años, es campeón desde bebé con chupete. La coincidencia es que ambos se divierten cada día más. No deberíamos permitir que la expectación que genera Nairo haga olvidar el Tour de Valverde, su protagonismo en carrera y su compromiso con la general. Pocos ciclistas hay tan dispuestos a buscar las cosquillas del líder, a mitad de puerto o en la recta final.
Experimento. Valverde no fue el único perseguidor que se movió. Animados por el cambio de tiempo, y conscientes de lo poco que llueve en Nairobi, los aspirantes al milagro atacaron al maillot amarillo en el último puerto: Nibali, Contador, Nairo. Más que una batalla propiamente dicha fue una sucesión de experimentos. El resultado más relevante es que Froome no contestó en persona, como suele, sino que se apoyó en Porte y Geraint Thomas, sus formidables escuderos.
Poco después, el líder quiso desmentir esa aparente debilidad con un demarraje más efectista que efectivo. Quedaba claro: no era el caníbal de hace dos días. Por esa pequeña grieta se cuela la esperanza de un Tour emocionante, todavía por decidir. Si Froome ha bajado su rendimiento de modo tan repentino, no es descabellado pensar que la tendencia puede confirmarse en los Alpes, aunque para ello tengamos que bailar cada tarde la danza de la lluvia.
Hay otras razones para el optimismo. Los corredores de hoy no son los robots infalibles de hace algunos años. Ahora los campeones desfallecen, como le ocurrió a Contador en el Giro, por no ir más lejos. Atrás quedan los tiempos en que Pantani podía subir Plateau de Beille a 21,88 km/h (Purito ascendió a 16,9). Los franceses ya no son los únicos ciclistas humanos.
Quedan cuatro etapas de alta montaña, además de un diabólico paseo por el Macizo Central. Todavía hay Tour. Y tormentas. Y Purito.