Peter Sagan merece tantos honores como el vencedor y algunos abrazos más: ayer acumuló quince segundos puestos en etapas del Tour en cuatro participaciones. El eslovaco se encuentra a siete postes del récord de Erik Zabel (22), conseguido en doce Tours. Tampoco tiene lejos la plusmarca de Charles Pélissier, que en 1930 sumó siete segundos puestos (eso sí, ganó ocho etapas).
Esta vez, el belga Van Avermaet (de padre y abuelos ciclistas, uno de ellos gregario de Coppi) fue su último y sádico verdugo. Primero resistió su ataque en la rampa final y luego se lo sacudió como barro del zapato. A Sagan ni siquiera le quedó el consuelo de la foto-finish. El muchacho que irrumpió en el ciclismo como un pequeño Mozart arrastra a los 25 años una penosa fama de segundón. Poco importa que haya conseguido 67 victorias como profesional y tres maillots verdes consecutivos (va camino del cuarto y a este paso no tardará en igualar los seis de Zabel).
Como suele ocurrir en el ciclismo, la desgracia de Sagan sólo incorpora una ventaja: la gente empieza a quererle. Nadie hubiera imaginado que aquel joven arrogante que hacía caballitos con la bicicleta y tocaba el trasero de las azafatas terminaría por ser uno de los corredores favoritos del público. Lo podríamos denominar el efecto Poulidor. Nada humaniza tanto como resbalarse con una piel de plátano y nada provoca tanta empatía como hacerlo quince veces seguidas.
Sagan no fue la única víctima de la etapa 13 (no podía ser otra). Kelderman, Gautier y De Gendt fueron atrapados en el último kilómetro después de una escapada que se formó en el banderazo de salida y que se sintió con opciones de éxito hasta el último instante. No hay mayor crueldad para quien corre en bicicleta. A tenor del desenlace, sus compañeros de fuga (Geniez, Périchon y Haas) habrán agradecido que su rendición llegara un poco antes.
A todos ellos les queda el leve consuelo de exhibir patrocinador y descubrir su cara al mundo. En este último sentido, ninguno lució tan a la moda como el australiano Nathan Haas, uno de los muchos barbudos del pelotón (Geschke, Ten Dam, Degenkolb, Hesjedal, el expulsado Paolini...). El ciclismo, durante años anclado en la tradición (ni barbas ni bigotes sólo patillas), es un reflejo de las tendencias de la sociedad y la moda nos ha enseñado que el doctor Bacterio era hispter.
En contra de lo que algunos imaginan, las barbas no ofrecen ningún tipo de contraindicación aerodinámica. Así lo ha demostrado el fabricante de bicicletas Specialized en su túnel del viento; lo que sí supondría un lastre para los corredores sería no depilarse las piernas. Specialized calcula que unas extremidades peludas hacen perder a su propietario un minuto y 20 segundos en 40 kilómetros. Gillette debería tener equipo ciclista.
Guerra. Pero dejemos el vello para concentrarnos en la carrera. El Tour prosigue su tórrido paseo por el Macizo Central con una jornada que se anuncia peliaguda. La subida a Mende nos dirá si Froome flaquea o si nuestra imaginación engorda. En principio, no se descarta la aparición de tormentas. Incluso meteorológicas.