Ayer volvimos a reflexionar sobre todo lo que han hecho los hombres en la historia por desfilar en los Campos Elíseos. Entre las mil locuras está la de acabar el Tour de Francia. París es el premio que compensa la famélica gratificación en metálico (450.000 euros) que corresponde al ganador de la carrera, los ridículos 400 euros que reciben los clasificados a partir del puesto 90º. La tacañería sería insoportable si no fuera por el romanticismo. No hay dinero que compre el privilegio de detener el tiempo (y el tráfico) con el Arco del Triunfo como telón de fondo. Días así no se olvidan jamás, como bien aseguró el Rick de Casablanca, aunque él confundiera los colores: los alemanes iban de gris y tú de azul.
La nostalgia se repite cada año. Al final, acabas queriendo al maillot amarillo, al tipo que te venció y al que tanto deseaste vencer. Nos sucedió también con esos campeones que luego resultaron no serlo. Es un extraño tipo de fair play provocado por el agotamiento absoluto. Después de tres semanas, la victoria se presenta inapelable, desnuda de excusas: gana el mejor.
Eso fue Chris Froome, el ciclista más fuerte y el mejor acompañado. Un campeón del que ya no volveremos a dudar a pesar de su estilo poco académico y de su origen exótico. A partir de ahora le aguardaremos en la primera etapa de montaña, pues así cimentó sus éxitos en 2013 y 2015. A partir de ahora sólo nos queda esperar (interesadamente) que Geraint Thomas y Richie Porte abandonen el Sky en busca de la jefatura que merecen. Muchachos, se lo han ganado.
Si algo nos ha quedado claro es que el presente pertenece a Froome y el futuro a Nairo. La duda es determinar la hora del relevo. Tampoco conviene descartar a Nibali, como tercer factor de esa batalla. Para Contador va a ser más complicado. Su última victoria reconocida ha cumplido ya seis años, demasiado tiempo y demasiados rivales como para soñar con un regreso triunfal. Suerte que entre las aficiones favoritas de los grandes campeones está la de cerrarnos la boca. Valga el ejemplo de Valverde.
Se aproxima un ciclismo apasionante, pero los españoles, me temo, lo veremos de lejos. Purito (36), Valverde (35), Contador (32) y Rubén Plaza (35) han sido nuestros representantes más activos en la edición que acaba de terminar. No hay más que añadir, salvo paciencia. Además, la única esperanza que podíamos albergar se ha convertido últimamente en desesperanza: Mikel Landa y Beñat Intxausti correrán en el Sky la próxima temporada. Todo indica que Su Graciosa Majestad paga mejor que Monsieur Tour.
París. La última etapa la ganó Greipel, que sumó su cuarto éxito al sprint. Froome cruzó agarrado a sus compañeros, a los que recordó por sus nombres de pila durante la ceremonia del podio. Sonó sincero, tanto como cuando afirmó que él no deshonrará el maillot amarillo. Parece buen tipo.
Ayer terminó el verano; en París, concretamente. Seguirá el calor y algunos continuarán sus vacaciones como si tal cosa. Pero ya no habrá bicis. Por fortuna, el otoño también se adelanta y la Vuelta comenzará el 22 de agosto. Duerman siesta hasta entonces.