En un requiebro del destino, WWE tuvo que efectuar cambios de última hora al cartel de TLC (2017), su inminente PPV del domingo. Noticia que no hubiera resultado demasiado relevante si no fuera por las consecuencias que ha traído para algunas líneas creativas muy importantes que ahora ya se han agotado: un “dream match” entre Finn Bálor y AJ Styles y un regreso a los rings de Kurt Angle. Resulta habitual durante los últimos meses que la compañía vaya con todo en sus PPVs, pero bajo mi punto de vista, creo que esta vez ya ha ido demasiado lejos, con la gota que ha acabado colmando el vaso.
Remontémonos al comienzo de esta dinámica. Dave Meltzer ofreció unos reveladores datos de las cifras económicas de la compañía, a todas luces preocupantes. De no ser por un milagro, WWE vivirá un 2017 decepcionante en cuanto a beneficios, que se situarán por debajo de los del pasado año. Todo parece tener su origen tras WrestleMania 33 (¿tal vez a raíz del retiro de The Undertaker?), cuando el crecimiento de suscriptores de WWE Network fue mucho menor del esperado, así como la continuada dificultad de llenar los recintos a partir de entonces. En definitiva, la separación de marcas ha supuesto, con su exceso de contenido, un fracaso monetario.
Así, como primera medida, se decidió que Jinder Mahal portara el Campeonato WWE para lograr una mayor cobertura en Asia, concretamente en la India. Y creo que a partir de aquí, todo empezó a salirse de madre. Avancemos hasta WWE Great Balls of Fire (2017), allá por julio. De cara al evento, fue noticia destacada la fractura de Big Cass y Enzo Amore como dupla: primera decisión precipitada bajo mi punto de vista. Ya sé que 205 Live necesitaba un revulsivo, y parece que el “Certified G” ha cumplido mínimamente con la tarea, pero esta pareja perdió la oportunidad de ganar un título y consagrarse en Raw (con un buen “bookeo”), en vez de recuperar a unos hermanos Hardy pasados de forma.
Aunque el error más importante de ese show tuvo que ver con el estelar de la noche. Samoa Joe enfrentó a Brock Lesnar por el Campeonato Universal en un duelo que, si bien acabó resultando entretenido, debió reservarse para alguna edición de WrestleMania; argumento respaldado, entre otros, por Edge y Christian. A cambio, pudo haberse programado a Bray Wyatt, que por entonces se encontraba enfrascado en una rivalidad insustancial con Seth Rollins.
Me detengo ahora en WWE Battleground (2017). Con el panorama del máximo cetro de SD ocupado todavía por Mahal y Randy Orton, el Campeonato de los Estados Unidos vio la entrada en escena de Styles para retar a Kevin Owens. Tercera metedura de pata, porque una rivalidad así merecía reservarse para un PPV de mayor enjundia, y por el Campeonato WWE. De resultas, con ambos luchadores poco motivados, se ofrecieron varios duelos que no colmaron del todo las expectativas. Owens confesó recientemente su frustración por aquella rivalidad. ¿Alternativas? Por ejemplo, la utilización a cambio de Tye Dillinger, al que no le hubiera perjudicado entrar en la órbita del cinturón USA para ser derrotado.
La siguiente nave se quemó en torno a WWE SummerSlam (2017). Ya antes del PPV, Shinsuke Nakamura agotó un duelo de ensueño con John Cena, y tras el evento, consumó otro con Orton. Y todo, para una pobre hostilidad con Mahal que aupó al nipón a la órbita de un título mundial demasiado pronto. Historia que pudo haber dañado severamente su popularidad, pues ya sabemos la volubilidad del Universo WWE y el apoyo del que goza Mahal, siendo un rudo en toda regla.
Un mes después, llegamos a un punto clave a mi juicio. Mediante una construcción sacada de la manga, y pese a la calidad de sus promos, WWE No Mercy (2017) nunca debió constituir el escenario de un John Cena vs. Roman Reigns. De acuerdo, el rapero y sus aspiraciones actorales tuvieron buena parte de culpa, pero la prisa de cuadrar números no puede estar por encima de un paso de antorcha entre la última cara de la empresa y su sucesor. WrestleMania 33 tenía que haber sido el contexto, favoreciendo también a Reigns, quien hubiese eludido el trance de ¿retirar? a Taker. Vince McMahon se arrepentirá si la aventura cinematográfica de Cena no cuaja, porque a “The Champ” sólo le queda “El Fenómeno” de último gran rival para una ocasión de postín. Y a día de hoy, nadie sabe si Mark Calaway volverá de nuevo a calzarse las botas.
A una semana de WWE TLC (2017), un servidor estaba ya, digamos, con el cuerpo hecho ante tanta magnanimidad. Incluso aceptando la reunión de The Shield, que perfectamente hubiera encajado mejor en WWE Survivor Series (2017). Y todo saltó por los aires ayer cuando conocí la noticia de marras. No sólo se desaprovecha un Styles-Bálor (con la consiguiente violación de la separación marcas): obviaré esto. Porque quiero dirigir mi última diatriba contra el retorno de Kurt Angle, que ha pasado de poder ser uno de los mejores de la historia, a justo todo lo contrario.
¿En serio, Vince? ¿En serio tantos boletos faltaban por vender para tener que recurrir a esta leyenda viviente y banalizar por completo su retorno a uno de tus rings? Para mí es una falta de respeto absoluta a la figura de Angle, habiendo más talento disponible para reemplazar a Reigns; por ejemplo, Matt Hardy. Denota la falta de ideas y la poca madurez creativa de la que (por suerte, no siempre) hacen gala los directivos. Y sobre todo, nos revela que ante una coyuntura económica algo complicada, Vince antepone sus intereses personales a la calidad del producto. Espero que por el bien del futuro de WWE, se cumplan cuanto antes las palabras recientes de Scott Hall. El verdadero paso de antorcha que hacía falta era el corporativo.